Valeria despertó sintiéndose extrañamente inquieta. Alexander ya no estaba en la cama. Miró el reloj: 10:30 AM. La reunión con Volkov era a las tres de la tarde.
Se levantó y encontró a Alexander en su oficina, rodeado de Dimitri y cuatro hombres que claramente eran seguridad privada de alto nivel.
—Buenos días —dijo desde la puerta.
Alexander levantó la vista y su expresión se suavizó momentáneamente.
—Buenos días. ¿Dormiste bien?
—No mucho. —Se acercó—. ¿Cuál es el plan?
Dimitri señaló un plano del almacén desplegado sobre el escritorio.
—Francotiradores aquí, aquí y aquí. Agentes encubiertos mezclados con trabajadores del puerto. Alexander llevará chaleco antibalas bajo la camisa y un micrófono oculto. Yo estaré a cincuenta metros de distancia con un equipo de respuesta rápida.
—¿Y si Volkov tiene su propio equipo?
—Lo tendrá —dijo Alexander—. Por eso no vamos a subestimarlo.
Uno de los guardias de seguridad, un hombre de aspecto militar, intervino:
—Señora Voss, usted se quedará aquí con dos de nuestros mejores hombres. La penthouse está asegurada. Nadie entra ni sale sin autorización.
Valeria quería protestar, pero sabía que era la única forma en que Alexander podría concentrarse.
—Está bien. Pero quiero actualizaciones cada treinta minutos.
—Tendrás actualizaciones cada quince —prometió Alexander.
Pasaron las siguientes horas en preparativos finales. Alexander se puso el chaleco antibalas, una camisa sobre él, y verificó el micrófono oculto múltiples veces.
A las dos de la tarde, era hora de irse.
Valeria lo acompañó hasta el ascensor. Los guardias mantuvieron una distancia respetuosa.
—Vuelve a mí —dijo ella, tomando su rostro entre sus manos.
—Siempre.
La besó profundamente, como si quisiera memorizar el sabor de sus labios.
—Te amo, Valeria Voss.
—Te amo, Alexander Voss.
Cuando las puertas del ascensor se cerraron, Valeria sintió un vacío en el pecho. Como si una parte de ella se hubiera ido con él.
Regresó a la penthouse, donde los dos guardias la esperaban. Eran profesionales, silenciosos, vigilantes.
Intentó distraerse con televisión, pero no podía concentrarse. A las dos cuarenta y cinco, su teléfono sonó. Era Alexander.
—Estamos llegando al almacén. Todo tranquilo por ahora.
—Ten cuidado.
—Lo tendré. Te amo.
Colgó.
Los siguientes quince minutos fueron una tortura. Valeria caminaba de un lado a otro, mirando su teléfono cada treinta segundos.
A las tres en punto, sonó de nuevo.
—Volkov acaba de llegar. Solo, aparentemente. Voy a entrar.
—Alexander...
—Estaré bien. Quince minutos y te llamo.
La línea se cortó.
Valeria se sentó en el sofá, abrazando un cojín. Los guardias permanecían en sus puestos, uno junto a la puerta, otro junto a las ventanas.
Cinco minutos pasaron. Luego diez.
A los trece minutos, el teléfono sonó. Valeria lo agarró inmediatamente.
—¿Alexander?
Pero no era su voz.
—Hola, señora Voss. Qué placer escuchar su voz de nuevo.
Viktor Volkov.
Valeria sintió que la sangre se le helaba.
—¿Dónde está Alexander?
—Oh, su esposo está bien. Por ahora. Está teniendo una conversación muy interesante con mi... asociado. Verá, yo no estoy en el almacén. Nunca planeé estar ahí.
—¿Qué quieres?
—A usted, querida. Siempre la quise a usted.
Antes de que Valeria pudiera gritar, escuchó un ruido sordo detrás de ella. Se giró y vio a uno de los guardias caer al suelo, inconsciente. El otro guardia se giró, pero una figura surgió de las sombras y lo golpeó con precisión militar.
Valeria corrió hacia la puerta, pero dos hombres más aparecieron, bloqueándola.
—No haga esto difícil —dijo uno en inglés con acento ruso—. Venga tranquilamente o sus guardias mueren.
Valeria miró a los dos hombres inconscientes en el suelo. Todavía respiraban.
—¿Qué garantía tengo de que no los matarás de todos modos?
—Mi palabra. Que vale más que la de su esposo o su abuelo.
Valeria levantó las manos lentamente.
—Está bien. Voy contigo. Solo... no los lastimes más.
Le pusieron una capucha sobre la cabeza y la guiaron fuera de la penthouse. Podía escuchar el ascensor, luego el estacionamiento, luego un coche arrancando.
No tenía idea de hacia dónde la llevaban.
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En el almacén, Alexander miraba al hombre frente a él con creciente confusión. Era un doble. Un actor contratado para parecerse a Viktor Volkov desde la distancia.
—¿Dónde está Volkov? —exigió.
El doble sonrió nerviosamente.
—Me pagaron diez mil dólares para venir aquí y leer esto. —Le extendió un sobre.
Alexander lo abrió con manos temblorosas.
*"Querido Alexander: ¿De verdad pensaste que sería tan predecible? Te conozco mejor que eso. Conozco a tu abuelo, su forma de pensar, sus estrategias. Y sé que tu mayor debilidad no está en ningún almacén. Está en tu penthouse. O estaba. Para cuando leas esto, tu hermosa esposa ya está conmigo. Tienes veinticuatro horas para entregarme el control total de Voss Enterprises, toda la evidencia que tu abuelo recopiló contra mí, y diez millones de dólares en efectivo. Si cumples, la devolveré intacta. Si no cumples, o si intentas rastrearla, nunca volverás a verla. Tick tock, Alexander. El reloj corre. —V.V."*
Alexander sintió que el mundo se detenía.
—¡VALERIA! —gritó en el micrófono—. ¡Dimitri, ve a la penthouse! ¡AHORA!
Corrió hacia su coche, con Dimitri y el equipo pisándole los talones.
El viaje de regreso fue el más largo de su vida. Cada segundo era una eternidad.
Cuando irrumpieron en la penthouse, encontraron a los dos guardias en el suelo, comenzando a despertar. Uno tenía sangre en la sien.
—¿Dónde está? —rugió Alexander, tomando al guardia por la camisa—. ¿DÓNDE ESTÁ MI ESPOSA?
—Se... se la llevaron —balbuceó el guardia—. Fueron profesionales. Nos noquearon antes de que pudiéramos reaccionar.
Alexander lo soltó y se dejó caer en el sofá, la cabeza entre las manos.
—Dios mío. Dios mío, no.
Dimitri ya estaba en su teléfono, coordinando equipos de búsqueda.
—Necesito revisar todas las cámaras de seguridad del edificio, del estacionamiento, de un radio de cinco cuadras. Ahora.
Sofía llegó corriendo minutos después, con Isabelle detrás.
—¿Qué pasó? Tu mensaje decía que era urgente.
—Se llevaron a Valeria —dijo Alexander con voz hueca—. Volkov la tiene.
Sofía se llevó las manos a la boca.
—No. No, no, no.
Alexander se puso de pie bruscamente.
—La voy a encontrar. Voy a darle lo que quiere y la voy a traer de vuelta.
—Alexander, espera —dijo Dimitri—. Si le das todo lo que pide, no tendrás nada con qué negociar. Te matará a ambos.
—¡No me importa! ¡La quiero de vuelta!
—¡Y la recuperaremos! Pero necesitas pensar con la cabeza, no con el corazón.
Alexander lo miró con ojos salvajes.
—¿Cómo se supone que piense con la cabeza cuando la mujer que amo está en manos de un asesino?
Su teléfono sonó. Número desconocido.
Lo contestó con manos temblorosas.
—¿Volkov?
—Señor Voss. Qué placer hablar finalmente.
—Si le haces daño...
—Calma, calma. Su esposa está perfectamente bien. Por ahora. De hecho, ¿quiere hablar con ella?
Hubo un ruido de forcejeo, luego la voz de Valeria, temblorosa pero viva:
—¿Alexander?
—Valeria, Dios, ¿estás bien? ¿Te lastimaron?
—Estoy bien. No me han... —Su voz se cortó.
Volkov volvió al teléfono.
—Como puede escuchar, está intacta. Y así permanecerá si coopera. Mis demandas están claras. Tiene veinticuatro horas.
—Necesito prueba de vida. Algo que demuestre que realmente la tienes y que está bien.
—¿No le basta con escuchar su voz?
—No.
Volkov suspiró.
—Muy bien. Revise su correo en cinco minutos. Tendrá su prueba.
Colgó.
Alexander abrió su laptop con manos temblorosas. Cinco minutos después, llegó un correo. Contenía un video.
Era Valeria, sentada en una silla en lo que parecía un almacén vacío. No tenía heridas visibles, pero estaba pálida y claramente asustada. Sostenía el periódico de hoy con la fecha claramente visible.
—Alexander —dijo al video, su voz quebrándose—. Estoy bien. No me han lastimado. Pero por favor, no les des lo que quieren. La empresa, el legado de tu abuelo, todo por lo que has trabajado... no lo pierdas por mí.
—Suficiente —dijo la voz de Volkov fuera de cámara—. Ya tienen su prueba.
El video se cortó.
Alexander cerró la laptop con tanta fuerza que casi la quiebra.
—Voy a matarlo. Voy a encontrarlo y voy a matarlo con mis propias manos.
—Primero tenemos que encontrarla —dijo Dimitri con calma forzada—. El video nos da pistas. Es un almacén, posiblemente industrial. El sonido de fondo sugiere que está cerca del agua. Puerto, probablemente.
—Hay cientos de almacenes en el puerto.
—Entonces revisaremos los cientos. —Dimitri puso una mano en el hombro de Alexander—. La encontraremos. Pero necesito que te mantengas enfocado.
Alexander asintió, obligándose a respirar.
—¿Cuántos hombres tenemos?
—Veinte de los mejores. Más contactos en la policía que me deben favores.
—Ponlos a todos a trabajar. Quiero cada almacén, cada edificio abandonado, cada lugar posible revisado. Y necesito hablar con el banco.
—¿El banco?
—La evidencia contra Volkov que mi abuelo dejó. Está en una caja de seguridad. Si voy a negociar, necesito saber exactamente qué tengo.
Isabelle, quien había estado en silencio, habló:
—Alexander, tu abuelo me dio una carta para entregarte si algo así sucedía. Dijo que solo la abrieras en caso de emergencia extrema.
Le extendió un sobre sellado.
Alexander lo abrió con manos temblorosas. La letra de Richard era inconfundible:
*"Alexander: Si estás leyendo esto, Volkov ha tomado algo que amas. Conozco a ese hombre. Jugará contigo, te torturará psicológicamente antes de actuar. Pero tiene una debilidad: su ego. Cree que es más inteligente que todos los demás. Usa eso. La evidencia en la caja de seguridad incluye no solo sus crímenes, sino también la ubicación de su hijo. Sí, tiene un hijo que mantiene escondido. Su única vulnerabilidad. Si todo lo demás falla, usa eso. Perdóname por darte esta carga. Pero salva a tu esposa. Ella vale más que cualquier imperio. —Richard"*
Alexander levantó la vista, sus ojos llenos de determinación renovada.
—Tengo un plan.
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En el almacén, Valeria estaba sentada en el suelo, las manos atadas al frente. Volkov estaba sentado cómodamente en una silla, bebiendo vodka directamente de la botella.
—¿Sabe qué es lo irónico, señora Voss? —dijo—. Su esposo y yo no somos tan diferentes. Ambos somos hombres dispuestos a hacer lo que sea necesario para proteger lo que es nuestro.
—Eres un asesino.
—Y él es un ladrón. Su abuelo me robó mi vida, mi empresa, mi futuro. Solo estoy recuperando lo que es mío.
—Matando gente inocente.
Volkov se encogió de hombros.
—No hay inocentes en este mundo, querida. Solo ganadores y perdedores.
—Entonces vas a perder. Porque Alexander es más inteligente que tú.
Volkov sonrió.
—Veremos. En veinticuatro horas, veremos quién es más inteligente.
Valeria cerró los ojos y pensó en Alexander. En sus ojos grises, en su sonrisa rara, en la forma en que la sostenía por las noches.
*"Resiste"*, se dijo a sí misma. *"Alexander vendrá. Solo tienes que resistir."*
Pero mientras las horas pasaban y la oscuridad caía sobre el almacén, comenzó a preguntarse si incluso el amor sería suficiente para salvarlos esta vez.