El funeral de Richard Voss fue un evento masivo. Cientos de personas llenaron la catedral: empresarios, políticos, figuras de la alta sociedad. Todos vinieron a despedir al hombre que había construido un imperio desde cero.
Valeria estaba sentada junto a Alexander en la primera fila. Él no había llorado, no había mostrado emoción alguna desde aquella madrugada en el hospital. Se había convertido en una estatua de mármol: frío, impenetrable, distante.
Eso la aterraba más que cualquier otra cosa.
—¿Estás bien? —susurró durante el servicio.
Alexander no respondió. Solo apretó su mano con fuerza suficiente para doler.
Cuando llegó el momento de hablar, Alexander subió al podio. El silencio en la catedral era absoluto.
—Mi abuelo era muchas cosas —comenzó con voz firme—. Brillante, despiadado, visionario. No era un hombre fácil de amar. Pero nos enseñó a ser fuertes. A sobrevivir. A nunca rendirnos.
Hizo una pausa, sus ojos grises recorriendo la multitud.
—Hay gente aquí que lo respetaba. Hay gente que lo temía. Y hay gente que esperaba este día para celebrar. —Su mirada se posó en una sección específica, donde Valeria reconoció a varios miembros hostiles del consejo directivo—. A todos ustedes les digo: Richard Voss está muerto. Pero su legado vive en mí. Y no voy a defraudarlo.
Bajó del podio sin otra palabra. El mensaje había sido claro: la guerra continuaba.
En el cementerio, mientras bajaban el ataúd, Valeria notó una figura observando desde la distancia. Alto, cabello plateado, inconfundible.
Viktor Volkov.
Había venido a confirmar que su enemigo estaba muerto.
Alexander también lo vio. Sus hombros se tensaron, pero no se movió. No le daría a Volkov la satisfacción de una reacción.
Cuando todos comenzaron a dispersarse, Isabelle se acercó a Alexander.
—El abogado quiere reunirse mañana para la lectura del testamento.
—¿Tan pronto?
—Tu abuelo fue específico. Veinticuatro horas después del funeral. No antes, no después.
Alexander asintió.
—Ahí estaré.
De regreso en la penthouse, finalmente se derrumbó. Se sentó en el sofá y hundió la cabeza entre las manos.
—Se fue —dijo con voz rota—. Y ni siquiera tuve tiempo de estar realmente enojado con él.
Valeria se arrodilló frente a él, tomando su rostro entre sus manos.
—Estabas enojado. Y estabas asustado. Y lo amabas. Todo al mismo tiempo. Eso es estar vivo.
—No sé si puedo hacer esto sin él.
—Sí puedes. Porque no estás solo.
Alexander la miró con ojos brillantes de lágrimas no derramadas.
—¿Qué hice para merecerte?
—Nada. Y todo.
Lo besó suavemente, vertiendo todo su amor y apoyo en ese contacto.
Esa noche, Alexander durmió por primera vez en días, acurrucado contra Valeria como si ella fuera su único ancla a la cordura.
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La oficina del abogado de la familia estaba en el piso más alto del edificio Voss. Cuando llegaron, Isabelle, Sofía, y sorprendentemente Marcus ya estaban ahí.
—¿Qué hace él aquí? —preguntó Alexander con voz helada.
Marcus, con grilletes y escoltado por dos oficiales, sonrió con amargura.
—Aparentemente, tu abuelo insistió en que estuviera presente. Incluso desde la cárcel.
El abogado, un hombre mayor de apellido Blackwood, ajustó sus lentes.
—Señor Marcus Voss tiene derecho a escuchar el testamento según los deseos expresos del difunto. Pero no tiene permitido hablar ni interferir.
Alexander se sentó, con Valeria a su lado. Podía sentir la tensión radiando de él.
Blackwood abrió un sobre sellado.
—Este es el último testamento y voluntad de Richard Voss, actualizado tres días antes de su muerte.
Valeria sintió un escalofrío. Tres días antes. Richard sabía que no le quedaba mucho tiempo.
—"Yo, Richard Voss, estando en pleno uso de mis facultades mentales, declaro lo siguiente: A mi nieto Alexander Voss, dejo el control total de Voss Enterprises, todas mis propiedades, cuentas bancarias, e inversiones, con las siguientes condiciones..."
Aquí venía. Valeria tomó la mano de Alexander.
—"Primera: Alexander debe estar casado al momento de mi muerte. Esta condición se ha cumplido satisfactoriamente."
Marcus se removió incómodo en su silla.
—"Segunda: Alexander debe permanecer casado por un mínimo de dos años a partir de mi muerte, o el control de la empresa pasará a un fideicomiso administrado por el consejo directivo."
Valeria sintió que se le helaba la sangre. Dos años. El contrato original era de uno.
Alexander apretó su mano pero no dijo nada.
—"Tercera: Si Alexander muere sin herederos durante este período, el control pasa a su hermana Sofía Voss, quien deberá cumplir las mismas condiciones matrimoniales."
Sofía palideció.
—"A mi hija Isabelle Voss, le dejo la propiedad de la costa y una pensión anual de dos millones de dólares."
Isabelle asintió, sin sorpresa aparente.
—"A mi nieta Sofía Voss, le dejo un fideicomiso de diez millones de dólares, accesible cuando cumpla veinticinco años."
Sofía tragó saliva con lágrimas en los ojos.
—"A Marcus Voss, mi sobrino, no le dejo nada. Sus acciones han demostrado que el dinero corrompe lo poco bueno que quedaba en él. Que esta exclusión sirva como lección final."
Marcus se puso de pie de un salto, con los oficiales sosteniéndolo.
—¡Ese viejo bastardo! ¡Trabajé treinta años...!
—¡Silencio! —ordenó Blackwood—. O será removido de esta sala.
Marcus se dejó caer de vuelta en su silla, temblando de rabia.
Blackwood continuó:
—"Finalmente, hay una cláusula especial. En el caso de que Viktor Volkov intente reclamar cualquier parte de mi legado, adjunto evidencia sellada de sus crímenes pasados y presentes. Esta evidencia será entregada automáticamente a las autoridades internacionales si hace cualquier movimiento legal contra mi familia."
El silencio fue absoluto.
—"Alexander, si estás escuchando esto, significa que ya no estoy aquí para protegerte. Pero te he dado las herramientas. Úsalas sabiamente. Y perdóname por los secretos. Tu esposa es más fuerte de lo que crees. Confía en ella. Y sobre todo, confía en ti mismo. Eres digno del nombre Voss. Siempre lo has sido."
Blackwood cerró el documento.
—Eso concluye la lectura del testamento. ¿Alguna pregunta?
Alexander se puso de pie.
—La evidencia contra Volkov. ¿Dónde está?
—En una caja de seguridad bancaria. Solo usted tiene acceso. Las coordenadas están en este sobre.
Le entregó un sobre sellado que Alexander guardó inmediatamente.
Cuando salieron, Marcus fue escoltado de vuelta a la prisión, no sin antes lanzarle una mirada de odio puro a Alexander.
En el ascensor, Sofía fue la primera en hablar.
—Dos años. El abuelo extendió el plazo.
—Lo sé —dijo Alexander con voz tensa.
—¿Qué vas a hacer?
Alexander miró a Valeria.
—¿Qué quieres hacer tú?
Valeria había estado esperando esa pregunta desde que escuchó la condición.
—Quiero quedarme. No por el testamento. Sino porque te amo.
—Pero dos años es mucho tiempo. Si cambias de opinión...
—Alexander. —Lo interrumpió—. Deja de buscar razones por las que debería irme. Estoy aquí. Elijo estar aquí. ¿Eso no es suficiente?
Él la estudió largamente, buscando dudas, encontrando solo determinación.
—Es más que suficiente.
La besó ahí mismo, en el ascensor, con Sofía e Isabelle como testigos.
Cuando se separaron, Sofía estaba sonriendo con lágrimas en los ojos.
—Oficialmente, eres mi cuñada favorita.
—Soy tu única cuñada.
—Exacto.
Ya en el estacionamiento, Dimitri los esperaba con expresión grave.
—Tenemos un problema.
—¿Cuál ahora? —preguntó Alexander con cansancio.
—Volkov solicitó formalmente su reunión. Mañana a las tres. En el almacén del puerto, el que fue incendiado.
—Es una trampa obvia.
—Por supuesto que lo es. Pero si no vas, parecerá que le temes. Y en el mundo corporativo, eso es sangre en el agua.
Alexander miró a Valeria.
—No voy a pedirte permiso. Tengo que ir.
—Lo sé. Solo... solo ten cuidado.
—Iré con un equipo completo. Francotiradores en los techos, agentes encubiertos, chalecos antibalas. No voy a darle la oportunidad de sorprenderme.
—¿Y si tiene un as bajo la manga?
—Entonces espero estar listo para eso también.
Esa noche, Valeria no pudo dormir. Daba vueltas en la cama mientras Alexander revisaba documentos y estrategias con Dimitri hasta la madrugada.
Cuando finalmente se acostó, ella fingió estar dormida. Lo sintió deslizarse en la cama, atraerla hacia él.
—Sé que estás despierta —murmuró contra su cabello.
—No puedo dormir.
—Yo tampoco.
Se giraron para quedar frente a frente.
—Tengo miedo —admitió Valeria—. Miedo de perderte justo cuando finalmente te tengo.
—No vas a perderme. Voy a volver a ti. Siempre.
—No puedes prometer eso.
—Entonces prometo que voy a luchar con todo lo que tengo para cumplirlo.
Se besaron, un beso desesperado, lleno de promesas que ambos sabían que podían no cumplirse.
Hicieron el amor lentamente, memorizando cada toque, cada gemido, cada latido del corazón del otro.
Cuando finalmente se quedaron dormidos al amanecer, entrelazados y exhaustos, ninguno sabía que en pocas horas, todo cambiaría.
Porque Volkov no había planeado atacar a Alexander en el almacén.
Había planeado algo mucho peor.
Algo que rompería a Alexander de maneras que ninguna bala podría