Valeria se miró en el espejo y apenas se reconoció. El vestido rojo que Sofía había elegido le quedaba como una segunda piel, acentuando cada curva. El maquillaje era dramático pero elegante, y su cabello caía en ondas perfectas sobre sus hombros desnudos.
—Estás impresionante —dijo Sofía desde la puerta, luciendo espectacular en un vestido azul cobalto—. Vas a callarte todas las bocas esta noche.
—O voy a hacer que hablen más.
—Eso también funciona.
Habían pasado dos días desde el mensaje amenazante. Dos días de seguridad aumentada, de mirar sobre el hombro constantemente, de dormir poco. Alexander había insistido en cancelar la asistencia a la gala, pero Dimitri los había convencido de lo contrario.
—Si se esconden, Volkov gana —había dicho—. Necesitan mostrar fuerza, unidad. Y un evento público con cientos de testigos es más seguro que lo que creen.
Alexander apareció en la puerta, deteniéndose en seco al verla.
—Dios mío —murmuró.
Valeria sintió que se ruborizaba bajo su mirada intensa.
—¿Demasiado?
—Perfecto. Estás perfecta.
Se acercó y la besó suavemente, cuidadoso de no arruinar su maquillaje.
—¿Lista para esto? —preguntó contra sus labios.
—No. Pero vamos de todos modos.
El salón de gala del Hotel Imperial era espectacular. Arañas de cristal colgaban del techo, mesas decoradas con orquídeas blancas, y la élite de la ciudad paseándose con champán en mano.
Cuando Alexander, Valeria y Sofía entraron, las conversaciones se detuvieron por un segundo. Todos los ojos se volvieron hacia ellos.
—Sonríe —murmuró Alexander—. Somos la pareja perfecta, ¿recuerda?
—¿La pareja perfecta con escándalo de corrupción?
—Especialmente con eso. Muestra que no nos afecta.
Caminaron por la alfombra roja del evento, deteniéndose para fotos. Los flashes eran cegadores, las preguntas de los reporteros agresivas.
—¡Señor Voss! ¿Qué dice sobre las acusaciones de fraude?
—¡Señora Voss! ¿Es cierto que se casó con él por dinero?
Alexander mantuvo la sonrisa, ignorando las preguntas más hostiles.
—Estamos aquí para apoyar la investigación contra el cáncer —dijo con voz firme—. Cualquier otra pregunta puede dirigirse a nuestro equipo de relaciones públicas.
Entraron al salón y fueron inmediatamente rodeados. Algunos con felicitaciones genuinas, otros con sonrisas falsas y ojos curiosos buscando grietas en la fachada.
—Alexander, querido —ronroneó una mujer mayor cubierta de diamantes—. Qué valiente de tu parte venir esta noche.
—¿Por qué no vendría, Señora Castellanos?
—Bueno, con todo lo que se dice... —Dejó la frase en el aire intencionalmente.
—Se dicen muchas cosas —intervino Valeria con voz dulce pero firme—. Muy pocas son verdad.
La mujer la evaluó de arriba abajo.
—Vaya. Tiene carácter esta. Me gusta.
Cuando se alejó, Alexander apretó la mano de Valeria.
—Bien hecho.
—¿Siempre son así?
—Siempre. Bienvenida a mi mundo.
Sofía apareció con dos copas de champán.
—Necesitan esto. Y aviso: la mitad del consejo directivo está aquí. Prepárense para política.
No estaba exagerando. Durante la siguiente hora, Alexander tuvo que navegar conversaciones cargadas con miembros del consejo, accionistas, y competidores, todos evaluando su fortaleza, buscando debilidad.
Valeria se mantuvo a su lado, una presencia silenciosa pero sólida. Descubrió que su rol no era hablar de negocios, sino humanizar a Alexander, mostrar el lado que estos tiburones corporativos nunca veían.
—¿Cómo se conocieron realmente? —preguntó uno de los accionistas importantes.
Valeria sonrió, tomando la mano de Alexander.
—Él tropezó con mi copa de champán en una gala muy parecida a esta. Arruinó mi vestido, se ofreció a pagar la tintorería, y terminamos hablando hasta el amanecer.
Era la historia que habían acordado, pero al decirla, Valeria deseó que fuera verdad. Que su comienzo hubiera sido tan simple y romántico.
—Qué encantador —dijo el accionista, su expresión suavizándose—. Se nota que se aman de verdad.
Cuando se alejó, Alexander le susurró al oído:
—Gracias. Acabas de ganar su voto de confianza.
—¿Eso es bueno?
—Es crucial.
La cena fue un asunto de siete platos que Valeria apenas probó. Estaba demasiado consciente de todas las miradas sobre ellos, de cada conversación que se detenía cuando pasaban cerca.
Durante el postre, el presentador del evento subió al escenario.
—Damas y caballeros, es hora de la subasta benéfica. Como saben, todos los fondos van directamente a la investigación del cáncer.
Valeria sintió que se le encogía el corazón. Su madre. Todo esto era por su madre y por miles como ella.
Los artículos comenzaron a subastarse: obras de arte, viajes exóticos, experiencias únicas. Alexander pujó generosamente por varios, asegurándose de que todos vieran que seguía siendo un filántropo activo.
—Y nuestro último artículo —anunció el presentador—, una sesión privada de asesoría empresarial con el legendario Richard Voss, abuelo de nuestro anfitrión Alexander Voss. Aunque Richard ya no puede ofrecer la sesión personalmente por motivos de salud, Alexander ha ofrecido generosamente tomar su lugar.
El salón estalló en murmullos. Era una movida brillante: mostrar continuidad, probar que Alexander era digno heredero de Richard.
Las pujas comenzaron en cincuenta mil dólares y subieron rápidamente.
Entonces una voz conocida resonó desde el fondo:
—Un millón de dólares.
Valeria sintió que se le helaba la sangre. Conocía esa voz.
Alexander se tensó junto a ella.
La multitud se separó, revelando a un hombre de unos sesenta años, alto, de cabello plateado y ojos grises fríos como el hielo. Vestía un esmoquin impecable y sonreía como un tiburón.
—Viktor Volkov —murmuró Dimitri, quien había aparecido de la nada junto a ellos—. El hijo de puta vino en persona.
—Un millón de dólares —repitió Volkov en inglés con fuerte acento ruso—. Por una hora del tiempo del joven Voss. Me parece un precio justo.
El presentador estaba aturdido.
—Yo... señor, eso es... ¿alguien ofrece más?
El silencio era absoluto. Nadie iba a pujar más alto.
—¿Vendido? —preguntó Volkov con sonrisa burlona.
Alexander se puso de pie.
—Acepto —dijo con voz firme—. Será un placer asesorar a alguien con su... experiencia, señor Volker.
El uso del apellido falso fue intencional. Un recordatorio de que Alexander sabía exactamente quién era.
Volkov sonrió más ampliamente.
—Excelente. Espero con ansias nuestra... conversación.
El resto de la gala pasó en tensión. Volkov se mezcló con la multitud, encantador y sociable, como si no fuera un asesino buscando venganza.
—No podemos dejar que esté cerca de ti —dijo Valeria con voz baja y urgente—. Es una trampa.
—Lo sé. Pero ahora es público. Si cancelo, parezco débil. Si asisto, tengo una oportunidad de enfrentarlo directamente.
—O de que te mate.
Alexander la miró.
—Por eso tú no vas a estar cerca cuando suceda.
—Alexander...
—No es negociable.
Cuando finalmente pudieron escapar de la gala, ya era pasada la medianoche. En el coche, ninguno habló. Sofía había ido en otro vehículo con amigos, dejándolos solos.
—Esto es una locura —dijo finalmente Valeria—. Vino a un evento público solo para provocarte.
—Vino a mostrarme que puede llegar a mí cuando quiera. Que no hay lugar seguro.
—¿Y vas a darle lo que quiere? ¿Vas a reunirte con él?
—Tengo que hacerlo. Pero en mis términos. Con Dimitri y seguridad. En un lugar controlado.
—Quiero estar ahí.
—Absolutamente no.
—Alexander...
—Valeria, escúchame. —La tomó por los hombros—. Ese hombre mató a mi padre. Intentará matarme a mí. No voy a darte la oportunidad de que te lastime también.
—¿Y se supone que debo quedarme en casa preocupándome?
—Se supone que debes confiar en mí. Confía en que sé lo que hago.
Valeria quería discutir, pero vio el miedo real en sus ojos. No por él, sino por ella.
—Está bien —cedió finalmente—. Pero promete que volverás a mí.
—Lo prometo.
En la penthouse, hicieron el amor con desesperación, como si fuera la última vez. Cada toque era una promesa, cada beso una súplica.
—Te amo —susurró Valeria contra su piel—. No importa cómo empezó esto. Te amo.
—Yo también te amo —respondió Alexander, sus ojos grises brillando con emoción en la oscuridad—. Eres lo único real que he tenido en mi vida.
Se quedaron dormidos enredados, aferrándose el uno al otro.
Pero a las tres de la mañana, el teléfono de Alexander sonó.
Era el hospital.
Richard Voss acababa de sufrir otro derrame. Los médicos no le daban más de horas.
—Tengo que ir —dijo Alexander, ya vistiéndose.
—Voy contigo.
Esta vez no discutió.
En el hospital, encontraron a Isabelle e a Sofía junto a la cama. Richard lucía diminuto, frágil, conectado a máquinas que apenas lo mantenían vivo.
—Pidió verte —dijo Isabelle con lágrimas en los ojos—. Solo a ti.
Alexander se acercó a la cama. Richard abrió los ojos con esfuerzo.
—Muchacho —su voz era apenas un susurro.
—Estoy aquí, abuelo.
—Volkov... lo viste.
—Sí.
—Ten cuidado. Es más peligroso... de lo que crees. —Richard tosió, su cuerpo convulsionando—. Perdóname. Por todo.
—Ya te perdoné.
—Ámala. A tu esposa. Es buena para ti.
—Lo haré.
Richard sonrió débilmente, sus ojos encontrando a Valeria en la puerta.
—Cuida... de mi nieto. Es más frágil... de lo que parece.
—Lo prometo —dijo Valeria, lágrimas rodando por sus mejillas.
Richard cerró los ojos.
—Finalmente... puedo descansar.
Las máquinas comenzaron a pitar. Los médicos entraron corriendo.
Pero ya era demasiado tarde.
Richard Voss, el patriarca que había construido un imperio y cargado con secretos devastadores, murió a las 4:37 de la mañana.
Y con su muerte, la protección que había mantenido a su familia relativamente segura durante treinta años, desapareció.
Volkov ya no tenía razón para contenerse.
La verdadera guerra apenas comenzaba.