Valeria despertó con el sonido de voces alteradas provenientes de la sala. Se puso una bata y bajó las escaleras, encontrando a Alexander, Dimitri, y el jefe de seguridad reunidos alrededor de una laptop.
—¿Qué pasa? —preguntó, acercándose.
Alexander levantó la vista, su expresión sombría.
—Volkov atacó de nuevo. Esta vez más personal.
Le mostró la pantalla. Era un sitio web de noticias financieras con un titular devastador:
**"HEREDERO VOSS INVOLUCRADO EN ESCÁNDALO DE CORRUPCIÓN: DOCUMENTOS FILTRADOS SUGIEREN FRAUDE MASIVO"**
Valeria sintió que se le caía el estómago.
—¿Qué? ¿Cómo?
—Documentos falsificados —explicó Dimitri—. Muy buenos, por cierto. Suficientes para sembrar dudas en el consejo directivo y los inversores.
—Pero son falsos. Podemos desmentirlos.
—Podemos —dijo Alexander con voz tensa—. Pero el daño ya está hecho. Las acciones de la empresa cayeron un quince por ciento en las primeras dos horas de trading. El consejo está exigiendo una reunión de emergencia.
—¿Cuándo?
—En tres horas.
Valeria tomó su mano.
—¿Qué necesitas que haga?
Alexander la miró con algo parecido a la sorpresa.
—¿No vas a preguntarme si es verdad?
—Ya sé que no lo es. ¿Qué necesitas?
Él apretó su mano.
—Necesito que te quedes aquí. Con seguridad. Volkov está jugando sucio y no sé cuál será su próximo movimiento.
—Alexander...
—Por favor. No puedo concentrarme en la reunión si estoy preocupado por ti.
Valeria quería discutir, pero vio el miedo genuino en sus ojos.
—Está bien. Pero llámame en cuanto termines.
—Lo prometo.
Alexander se duchó y vistió en tiempo récord. Antes de irse, la besó como si fuera la última vez.
—Te amo —murmuró contra sus labios.
—Yo también te amo. Ahora ve y demuéstrales quién eres realmente.
Cuando se fue, Valeria se quedó en la penthouse con dos guardias de seguridad apostados afuera. Se sentía como una prisionera en su propia casa.
Intentó distraerse con televisión, con libros, pero nada funcionaba. Su mente seguía regresando a Alexander, enfrentando a los tiburones del consejo directivo.
Su teléfono sonó. Era Sofía.
—¿Ya viste las noticias? —preguntó sin preámbulos.
—Sí. Alexander está en la reunión ahora.
—Esto es una mierda. ¿Quién haría algo así?
Valeria vaciló. No sabía cuánto sabía Sofía sobre Volkov.
—Es complicado. Hay alguien que tiene una vendetta contra tu familia.
—¿Quién?
—Un hombre llamado Viktor Volkov. Era socio de tu abuelo hace décadas.
Sofía se quedó en silencio por un momento.
—Espera, ¿Volkov? He escuchado ese nombre. Mi abuelo lo mencionó una vez, hace años. Dijo que era el hombre más peligroso que había conocido.
—Pues ha regresado. Y quiere destruir a Alexander.
—Mierda. ¿Qué podemos hacer?
—Alexander tiene a un investigador trabajando en ello. Pero mientras tanto, necesitas tener cuidado. Volkov podría ir tras ti también.
—Genial. Justo lo que necesitaba. —Sofía suspiró—. ¿Dónde estás?
—En la penthouse. Alexander me pidió que me quedara aquí.
—Voy para allá. No deberías estar sola.
—Sofía, no tienes que...
—Ya voy en camino. Además, necesito distraerme. La gala benéfica es en dos días y todavía no tengo vestido.
Antes de que Valeria pudiera responder, Sofía colgó.
Veinte minutos después, llegó como un huracán, cargada con revistas de moda y muestras de telas.
—Está bien —anunció, dejando caer todo en el sofá—. Si vamos a estar encerradas esperando noticias, al menos vamos a hacer algo productivo.
A pesar de la situación, Valeria sonrió.
—¿Elegir vestidos es productivo?
—Cuando se trata de una gala donde va a estar la élite de la ciudad, donde todos van a estar buscando señales de debilidad en mi hermano, ¿dónde necesitamos proyectar poder y unidad? Absolutamente.
Valeria no lo había pensado así. La gala no era solo un evento social. Era una declaración.
Pasaron la siguiente hora revisando opciones. Sofía había traído vestidos en préstamo de tres diseñadores diferentes, todos dispuestos a vestir a la esposa de Alexander Voss.
—Este —dijo Sofía, sosteniendo un vestido rojo profundo—. Poderoso, elegante, imposible de ignorar.
Valeria lo miró con duda.
—¿No es demasiado?
—En nuestra mundo, Valeria, nada es demasiado. O dominas la habitación o te devora.
—No sé si puedo...
Sofía dejó el vestido y tomó las manos de Valeria.
—Escúchame. Sé que entraste a esto sin preparación. Sé que todo ha sido abrumador. Pero has sobrevivido a Marcus, a Victoria, a un disparo. Puedes manejar una gala llena de socialités pretenciosas.
—¿Y si digo algo equivocado? ¿Y si arruino la reputación de Alexander más de lo que ya está?
—No vas a arruinar nada. Porque vas a ser tú misma. Eso es lo que Alexander ama de ti. Tu autenticidad.
Valeria sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.
—¿Cómo lo haces?
—¿Hacer qué?
—Ser tan fuerte. Tan segura.
Sofía soltó una risa amarga.
—¿Fuerte? Valeria, estoy aterrorizada casi todo el tiempo. Pero aprendí desde joven que, en este mundo, mostrar miedo es mostrar debilidad. Así que lo escondo detrás de sonrisas y ropa cara.
—Eso suena agotador.
—Lo es. Por eso me alegra que Alexander te haya encontrado. Tú no finges. Y eso lo hace mejor a él.
Antes de que Valeria pudiera responder, su teléfono sonó. Era Alexander.
—¿Cómo te fue? —preguntó inmediatamente.
—Sobreviví. Apenas. El consejo está dividido. La mitad quiere mi cabeza, la otra mitad está esperando más evidencia.
—¿Y los documentos falsos?
—Nuestro equipo legal está trabajando en desmentirlos. Pero Dimitri tiene razón, son muy buenos. Va a tomar tiempo probar que son falsificaciones.
—¿Cuánto tiempo?
—Más del que tenemos. Volkov sabe lo que está haciendo.
Valeria escuchó la frustración en su voz.
—¿Dónde estás ahora?
—En camino a casa. Necesito... necesito verte.
—Aquí estaré.
Colgó y se giró hacia Sofía.
—Viene en camino.
—Bien. Necesita saber que no está solo en esto.
Cuando Alexander llegó treinta minutos después, lucía devastado. Corbata aflojada, cabello despeinado, ojos cansados.
Valeria corrió a abrazarlo. Él se aferró a ella como si fuera su único ancla.
—Hola, hermano —dijo Sofía suavemente.
Alexander levantó la vista, como si apenas notara su presencia.
—Sofía. ¿Qué haces aquí?
—Apoyando a mi familia. ¿Qué más?
Él asintió, sin energía para discutir.
—Voy a preparar café —anunció Sofía, dándoles espacio.
Alexander se dejó caer en el sofá, llevando a Valeria con él.
—Cuéntame —dijo ella suavemente.
—Fue brutal. Marcus tenía enemigos en el consejo, pero también tenía aliados. Y esos aliados están usando esto como excusa para cuestionar mi liderazgo. Dicen que soy demasiado joven, demasiado inexperto, que debería ceder control a un comité hasta que "madure".
—Eso es ridículo.
—Es política corporativa. Y Volkov lo sabía. Por eso atacó mi credibilidad primero.
—¿Qué vas a hacer?
Alexander cerró los ojos.
—No lo sé. Por primera vez en mi vida, no tengo un plan de contingencia.
Sofía regresó con café para los tres.
—Entonces hagamos uno. Juntos.
Alexander la miró.
—¿Qué?
—Un plan. Tú no tienes que hacer esto solo, Alexander. Tienes a Valeria, me tienes a mí, tienes a Dimitri. Usémoslo.
—Sofía, esto es peligroso...
—¿Y crees que me importa? Eres mi hermano. Esto es mi familia. Voy a ayudar te guste o no.
A pesar de todo, Alexander sonrió ligeramente.
—¿Cuándo te volviste tan mandona?
—Aprendí del mejor.
Pasaron la siguiente hora elaborando estrategias. Sofía sorprendió a Valeria con su conocimiento de los negocios y la política corporativa.
—Necesitas aliados en el consejo —dijo Sofía—. Gente que te deba favores o que tenga tanto que perder como tú si la empresa cae.
—La mayoría ya tomó partido.
—¿Y los accionistas independientes? Los que no están en el consejo, pero tienen voz.
Alexander se enderezó.
—Tienes razón. Hay tres grandes accionistas que nunca asisten a las reuniones, pero cuyas acciones combinadas representan casi el veinte por ciento.
—¿Puedes contactarlos?
—Podría. Pero ¿por qué me escucharían?
—Porque tú no eres Marcus —dijo Valeria—. Porque eres brillante, apasionado, y has hecho crecer la empresa un cuarenta por ciento en los últimos tres años. Los números no mienten.
Alexander la miró con algo parecido a la admiración.
—¿Cómo sabes eso?
—Leí tu informe anual. Hace semanas. Quería entender tu mundo.
Él la besó, un beso rápido pero cargado de emoción.
—Eres increíble.
—Lo sé. Ahora ponte a trabajar.
Mientras Alexander hacía llamadas, el teléfono de Valeria vibró con un mensaje de número desconocido:
*"Dulce reunión familiar. Sería una pena que algo la interrumpiera."*
Adjunta había una foto tomada desde afuera de la penthouse. Los tres eran claramente visibles a través de la ventana.
Valeria sintió que se le helaba la sangre.
—Alexander —dijo con voz temblorosa.
Él levantó la vista y vio su expresión. En dos pasos estaba a su lado.
—¿Qué pasa?
Le mostró el mensaje. La furia que cruzó su rostro fue absoluta.
—Hijo de puta. Nos está vigilando.
Llamó a seguridad inmediatamente.
—Quiero barrido completo del edificio. Ahora. Y revisen cámaras, busquen cualquier cosa sospechosa.
Cerró todas las cortinas de la penthouse mientras hablaba.
Sofía se había puesto pálida.
—¿Está aquí? ¿Ahora?
—Probablemente tiene a alguien vigilándonos —dijo Dimitri, quien acababa de llegar respondiendo a la llamada de Alexander—. Es su estilo. Psicológico primero, físico después.
—¿Qué tan peligroso es esto? —preguntó Valeria.
Dimitri la miró con seriedad.
—Muy. Volkov no hace amenazas vacías. Si dice que va a interrumpir algo, lo hará.
—Entonces, ¿qué hacemos?
—Cambiamos el juego. Dejamos de reaccionar y empezamos a actuar.
Alexander asintió.
—Tienes razón. Ya estoy harto de ser la presa. Es hora de cazar.
Pero ninguno de ellos sabía que ya era demasiado tarde.
Volkov no estaba afuera observando.
Su gente ya estaba adentro.
Y el verdadero juego apenas estaba comenzando.