El médico le dio el alta a Valeria con una lista de instrucciones: reposo, analgésicos cada seis horas, cambio de vendaje diario, y nada de esfuerzo físico durante al menos dos semanas.
—Sobre todo —agregó el médico mirando a Alexander—, necesita paz y tranquilidad. Sin estrés.
—Lo tendrá —prometió Alexander.
Valeria casi se rio. Paz y tranquilidad. En su vida. Qué concepto tan absurdo.
El trayecto a casa fue silencioso. Alexander conducía con una mano en el volante y la otra sosteniendo la de Valeria, como si temiera que desapareciera si la soltaba.
—Deberías descansar —dijo ella cuando llegaron a la penthouse.
—Tú también.
—Soy la que recibió un disparo. Tengo mejor excusa.
Alexander la guió hasta el sofá de la sala, acomodando cojines detrás de ella con un cuidado casi cómico.
—¿Necesitas algo? ¿Agua? ¿Comida? ¿Analgésicos?
—Alexander, estoy bien. Solo fue un rasguño.
—Un "rasguño" que requirió dieciséis puntadas.
—Detalles.
Él se sentó junto a ella, pero no demasiado cerca. Como si no estuviera seguro de cuánto espacio debía mantener ahora que todo había cambiado entre ellos.
—Tengo que hacer algunas llamadas —dijo finalmente—. Sobre Marcus, la empresa, los medios...
—Ve. Estaré aquí cuando termines.
Alexander vaciló, luego se inclinó y besó su frente. Fue un gesto suave, casi tímido, completamente diferente al hombre que normalmente era.
—Descansa —murmuró contra su piel.
Cuando se fue a su oficina, Valeria se recostó entre los cojines y cerró los ojos.
Todo había cambiado tan rápido. Una semana atrás, Alexander era solo un contrato. Un medio para un fin. Ahora... ahora era la razón por la que su corazón latía más rápido cada vez que entraba a una habitación.
Su teléfono sonó. Era Sofía.
—¿Cómo estás? —preguntó sin preámbulos.
—Viva. Con algunos puntos extra, pero viva.
—Eres oficialmente mi persona favorita. Le salvaste la vida a mi hermano.
—Cualquiera lo habría hecho.
—No, no cualquiera. La mayoría de las personas habrían corrido en dirección opuesta. —Sofía hizo una pausa—. ¿Puedo preguntarte algo?
—Claro.
—¿Lo amas?
Valeria sintió que se le cerraba la garganta.
—Yo... es complicado.
—El amor siempre lo es. Pero esa no es una respuesta.
Valeria miró hacia la oficina donde Alexander estaba hablando por teléfono, su perfil visible a través de las puertas de cristal.
—Estoy aterrorizada de que sí —admitió finalmente.
—¿Por qué aterrorizada?
—Porque no era parte del plan. Porque en diez meses se supone que debo irme. Porque amar a Alexander Voss es probablemente la decisión más peligrosa que he tomado.
—Más peligrosa que ponerte entre él y una bala?
Valeria soltó una risa temblorosa.
—Sí. Definitivamente más peligrosa.
—¿Y él? ¿Cómo se siente él?
Valeria recordó sus palabras en el hospital: *"Quiero que seamos reales."*
—Creo que siente lo mismo. Pero ambos estamos perdidos.
—Bueno —dijo Sofía con un tono más alegre—, afortunadamente tienen diez meses para encontrar el camino. Y si necesitan ayuda, aquí estoy.
Después de colgar, Valeria se quedó mirando el techo. Diez meses. Trescientos días. ¿Suficiente tiempo para construir algo real? ¿O solo suficiente para enamorarse completamente antes de tener que dejarlo ir?
Alexander salió de la oficina una hora después, con aspecto cansado pero satisfecho.
—Los abogados se están encargando de Marcus. La junta directiva se reunirá mañana para discutir su reemplazo. Y logré contener la mayoría de las filtraciones a la prensa.
—¿La mayoría?
—Algunos medios ya están especulando. Pero la historia oficial es que Marcus fue arrestado por malversación de fondos. El incidente del disparo se mantiene privado.
—¿Y tu abuelo?
—Va a visitarlo mañana. Quiere conocer todos los detalles. —Alexander se sentó junto a ella—. Y probablemente quiera verte también.
—¿A mí? ¿Por qué?
—Porque le salvaste la vida a su nieto favorito.
—¿Tienes competencia?
Alexander sonrió ligeramente.
—Sofía lo intenta, pero ella es la rebelde. Yo soy el heredero responsable.
—Qué carga.
—No tienes idea.
Se quedaron en silencio confortable. Alexander tenía la vista en la ventana, pero Valeria podía ver la tensión en sus hombros.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
—¿Qué quieres decir?
—Estás tenso. Más de lo normal. ¿Qué te preocupa?
Alexander la miró, sorprendido.
—¿Cómo haces eso?
—¿Hacer qué?
—Leerme. Nadie me lee.
—Tal vez nadie se ha tomado el tiempo de intentarlo.
Alexander se pasó una mano por el cabello, ese gesto de frustración que Valeria ya conocía.
—Estoy preocupado por ti. Por nosotros. Por lo que dijimos en el hospital.
—¿Te arrepientes?
—No. Pero me pregunto si fui egoísta. Tú viniste a esto por necesidad, no por elección. Y ahora estoy complicando todo con... sentimientos.
Valeria se incorporó, ignorando la punzada de dolor en su brazo.
—Alexander, mírame.
Él obedeció, esos ojos grises estudiándola intensamente.
—Tienes razón. Vine a esto por necesidad. Por desesperación. Pero quedarme, empezar a sentir algo... eso fue mi elección. Nadie me obligó a enamorarme de ti.
Alexander dejó de respirar.
—¿Enamorarte?
Valeria se mordió el labio. Las palabras habían salido antes de que pudiera detenerlas.
—Yo... no quise decirlo así.
—Pero lo dijiste.
—Sí.
—¿Lo sientes?
Valeria lo miró a los ojos, viendo su propia vulnerabilidad reflejada ahí.
—Estoy empezando a. No sé si es amor todavía. Pero es algo. Algo grande y aterrador que no sé cómo controlar.
Alexander cerró los ojos como si sus palabras fueran un alivio físico.
—Yo tampoco sé cómo controlar esto. Nunca he... —Se detuvo, luchando con las palabras—. Nunca he sentido esto antes. Con Victoria fue conveniente. Con otras mujeres fue... nada. Pero contigo...
—¿Qué?
Alexander abrió los ojos.
—Contigo siento todo. Y es aterrador.
Valeria extendió su mano sana. Alexander la tomó, entrelazando sus dedos.
—Entonces estamos aterrados juntos.
—Supongo que sí.
Se acercaron lentamente, inevitablemente, hasta que sus labios se rozaron. No fue como el beso en la capilla de Las Vegas, posesivo y cruel. Fue suave, tentativo, como si ambos estuvieran descubriendo algo nuevo.
Cuando se separaron, ambos estaban sin aliento.
—Deberías descansar —murmuró Alexander, su voz ronca.
—No quiero descansar. Quiero quedarme aquí contigo.
—Estás herida. Necesitas...
—Te necesito a ti.
Las palabras colgaron en el aire entre ellos, cargadas de significado.
Alexander la estudió largamente.
—¿Estás segura?
—No. Pero quiero estarlo.
Fue suficiente.
Alexander la besó de nuevo, esta vez con más intensidad. Sus manos encontraron su cintura, cuidadosas de no lastimar su brazo herido. Valeria enredó su mano sana en su cabello, atrayéndolo más cerca.
—Valeria —murmuró él contra sus labios—, si no paras ahora...
—No quiero parar.
Alexander se apartó lo suficiente para mirarla a los ojos.
—No voy a aprovecharme de ti mientras estás vulnerable.
—No eres tú aprovechándote. Soy yo eligiendo.
—¿Estás segura? Porque una vez que crucemos esta línea...
—Ya la cruzamos. En el momento en que admitiste que querías que esto fuera real.
Alexander cerró los ojos, luchando contra sí mismo.
—Eres imposible.
—Y tú eres demasiado noble para tu propio bien.
Él soltó una risa corta.
—Nunca nadie me había llamado noble.
—Entonces no te conocen como yo.
Alexander la miró con una intensidad que le robó el aliento.
—Prométeme algo.
—¿Qué?
—Prométeme que si cambias de opinión, si esto se vuelve demasiado, me lo dirás. Sin importar qué.
—Lo prometo. Si prometes lo mismo.
—Trato hecho.
Se besaron de nuevo, pero esta vez Alexander se controló, manteniendo el beso suave, casi casto.
Cuando se separaron, Valeria estaba frustrada y aliviada a la vez.
—Eres frustrante —dijo.
—Lo sé. Pero tienes dieciséis puntadas en el brazo y órdenes médicas de descansar. Esto puede esperar.
—¿Cuánto tiempo?
Alexander sonrió, esa sonrisa rara que transformaba su rostro.
—Hasta que estés completamente recuperada. Y entonces, Valeria Voss, no voy a contenerme.
El calor en sus ojos hizo que a Valeria se le acelerara el pulso.
—¿Es una promesa?
—Es una garantía.
El momento se rompió con el sonido del timbre de la puerta. Alexander frunció el ceño.
—No esperamos a nadie.
Marta apareció segundos después, con expresión preocupada.
—Señor Voss, hay una mujer en la puerta. Dice que es urgente. Una tal Victoria Sandoval.
Alexander se puso de pie de inmediato, su expresión endureciéndose.
—Dile que se vaya.
—Ya lo intenté. Dice que no se irá hasta hablar con usted. Y con su esposa.
Valeria se levantó también, ignorando la protesta de Alexander.
—Déjala entrar.
—Valeria...
—Es mejor enfrentarla ahora. Obviamente no va a desistir.
Alexander la miró largamente, luego asintió.
—Está bien. Pero no te alejes de mí.
Victoria entró como si fuera dueña del lugar, vestida con un traje rojo que probablemente costaba más que un coche. Sus ojos se posaron inmediatamente en el brazo vendado de Valeria.
—Vaya. Los rumores eran ciertos. Escuché que hubo un incidente anoche.
—¿Qué quieres, Victoria? —preguntó Alexander con voz cortante.
—Solo vine a ver cómo estaba tu... esposa. —La palabra sonó como un insulto—. Debe haber sido aterrador.
—Estoy bien. Gracias por tu preocupación —dijo Valeria con toda la cortesía que pudo reunir.
Victoria sonrió, pero fue una sonrisa de tiburón.
—Qué valiente. Ponerte entre Alexander y una bala. Casi heroico. —Se giró hacia Alexander—. Aunque uno se pregunta... ¿por qué Marcus te atacaría? ¿Qué secretos guardas, Alexander?
—Eso no es de tu incumbencia.
—Oh, pero creo que sí. Verás, Marcus y yo tuvimos una conversación muy interesante hace unas semanas. Antes de su... desafortunado arresto.
Valeria sintió que se le helaba la sangre.
—¿Qué tipo de conversación? —preguntó Alexander, su voz peligrosamente tranquila.
Victoria sacó su teléfono y deslizó algo en la pantalla.
—¿Recuerdan ese contrato matrimonial que firmaron? El que específicamente dice que este matrimonio es temporal, un año exacto, y que termina con un pago de diez millones de dólares?
El silencio fue absoluto.
Victoria sonrió triunfante.
—Marcus me dio una copia antes de ser arrestado. Qué interesante, ¿no? El gran Alexander Voss y su matrimonio de conveniencia. Me pregunto qué pensaría la prensa. O tu abuelo.
Alexander dio un paso adelante, su presencia amenazante.
—Si publicas eso...
—¿Qué? ¿Vas a arrestarme como a Marcus? Por favor. No he hecho nada ilegal. Solo tengo información... muy valiosa.
—¿Qué quieres? —preguntó Valeria, su voz sorprendentemente firme a pesar del pánico que sentía.
Victoria la miró, evaluándola.
—Inteligente. Va directo al punto. Me gusta eso. —Se giró hacia Alexander—. Quiero lo que siempre he querido. A ti. Deja a tu esposa falsa, cásate conmigo, y este documento desaparece para siempre.
—Nunca.
—Entonces prepárate para que todo tu mundo se derrumbe. El escándalo, la vergüenza, la decepción de tu abuelo cuando descubra que lo engañaste... —Victoria se dirigió a la puerta—. Tienes veinticuatro horas para decidir, Alexander. O el contrato sale en todos los periódicos mañana por la mañana.
Se fue dejando un silencio devastador detrás.
Valeria se sentó lentamente, su brazo palpitando pero ese dolor era nada comparado con el peso en su pecho.
—Ella no puede hacer eso —dijo, pero incluso a sus propios oídos sonaba poco convincente.
Alexander estaba de pie junto a la ventana, con los puños apretados.
—Puede. Y lo hará.
—¿Entonces qué hacemos?
Alexander se giró hacia ella, y Valeria vio algo en sus ojos que nunca había visto antes.
Derrota.
—No lo sé —admitió—. Por primera vez en mi vida, no tengo un plan.