Isabella se iba a dar por vencida cuando miró que una de las ventanas se encontraba abierta. Le costó un poco llegar al segundo piso, pero pudo conseguirlo gracias a una valla con enredaderas.
—No puedo creerlo, tener que entrar como una ladrona por culpa del idiota de Álvaro.
—Bueno, quiero hacer unas cuantas modificaciones, Alvi —la voz de Camila resonó en la habitación matrimonial —. Espero que puedas complacerme, así como yo te complazco en la cama. Esta casa tiene potencial, pero es desabrida, como la dueña.
—Claro, mi vida. Te daré una tarjeta para que hagas lo que quieras con esta casa, incluso si la quieres derrumbar y volver a levantarla.
“Qué ironías de la vida, a mí me decía que no había dinero y que debía asumir mis propios gastos. ¡Qué idiota que fui con este infeliz!”
—¡Sí! Quiero hacer eso. Te amo, mi Alvi.
—Ustedes no van a hacer nada, esta es mi casa —dijo Isabella, entrando al cuarto en donde ellos estaban acostados en aquella cama que, en un punto, sintió como si fuera un ataúd con clavos.
—¡¿Qué haces aquí?! —Álvaro se levantó y se acercó con brusquedad a Isabella, pero ella no se movió ni un ápice —se supone que debes estar en prisión por ser una ladrona.
—¿Una ladrona? Hasta donde sé, esta casa y ese carro del que tanto presumes, te lo he pagado yo. No sé cómo es que puedes ser tan infeliz de venir a señalarme de ladrona cuando tú eres el ladrón aquí.
—Deberías tenerme miedo.
—No, no te tengo miedo. Pero ten por seguro que si alguno de los dos va a sentir miedo, serás tú.
Álvaro comenzó a reír, su mandíbula estaba tensa y se pasó la lengua por sus labios. Seguido de eso, le dio un puñetazo a Isabella. Ella comenzó a sangrar demasiado y trató de contener la hemorragia, pero le fue imposible hacerlo.
—¡Alvi! La alfombra se está manchando —Camila reprochó —. Si le vas a dar una lección a esa tipa, hazlo fuera de casa.
—Lo siento, mi vida —Álvaro tomó a Isabella de su cabello —, ya me la voy a llevar.
—Pero antes de que me pida perdón por haber manchado la alfombra —Camila se levantó de la cama y se quedó de pie —anda, que sea de rodillas.
Álvaro tomó a Isabella y comenzó a arrastrarla de su cabello. Ella se quedó delante de los pies de Camila y estos fueron mojados con su sangre.
—¡Pide perdón!
—¿Perdón? ¿Por qué? Por darme mi lugar después de cinco años, mejor sigue esperando.
—Si no quieres que termine por enviarte a la morgue, te aconsejo que lo hagas. Sabes bien que tengo contactos y que puedo salir bien librado de esto, además de que nadie se va a fijar en una mujer huérfana y que no tiene a alguien poderoso que la respalda.
—Perdón, Camila, por manchar la alfombra con mi sangre —Isabella habló con rabia y cargada de temor.
—Lo siento, pero no te he escuchado. Quiero que lo hagas más fuerte y solo así te vas a poder levantar de ahí.
—¡Perdón, Camila! Por manchar la alfombra con mi sangre, MI ALFOMBRA.
—No me gustó lo último, pero no quiero que siga manchando mis pies con su cochina sangre. Así que te la puedes llevar de aquí, pero dale una buena lección por lo que hizo.
—Está bien, mi vida.
Álvaro tomó a Isabella del cabello y comenzó a arrastrarla. Cuando estaba al borde de las escaleras, se detuvo y alzó a su mujer de los brazos.
—Antes que nada, quiero que firmes estos papeles —él tomó los documentos —:es la sentencia de divorcio.
—No pienso firmar nada hasta que no lea lo que has puesto ahí, se acabó tu idiota.
Ella tomó el papel y lo arrugó. Cuando Álvaro miró esto, se enfureció y comenzó a sacar toda la ropa de Isabella por la ventana de su habitación. Él, lejos de detenerse con esto, la sujetó y la arrastró a la ventana.
—Has sido lo peor que me ha pasado, me das asco por completo y compartir la cama contigo fue una tortura. Pero no te preocupes, si no piensas firmar el divorcio, me volveré viudo.
Sin mediar más palabras, él lanzó a Isabella por la ventana. Ella sintió un gran temor al ver que le esperaba el suelo.
—¡Dios mío!
El anciano, que amablemente había salvado, se quedó fuera de la casa al ver que ella tenía problemas para entrar.
“Bueno, al parecer este es mi fin. ¡No! No puedo morir de esta manera y darle gusto al infeliz de Álvaro.”
Isabella logró agarrarse de las enredaderas por las que había subido; debido a la velocidad y a su peso, logró quemarse. A pesar de esto, no se soltó, pero no pudo mantenerse agarrada y terminó cayendo en un montículo de ropa de la que Álvaro había lanzado por la misma ventana que ella atravesó.
—¡Pequeña niña! —El anciano fue corriendo hacia donde ella y la miró —¿Te encuentras bien?
—Sí, no se preocupe. La ropa ha amortiguado mi caída.
Ella se levantó y sintió una punzada en las costillas, recordó la fisura que tenía, así que no le prestó mayor importancia.
—¡Llama a la policía!
Cuando Álvaro y Camila escucharon esto, se asustaron, salieron corriendo por las escaleras y pronto estuvieron en la planta baja.
—¡Cariño, mío! —Álvaro se mostró visiblemente preocupado —. ¿Estás bien? He visto la manera en que te has caído por la ventana.
—¿Es tu novio?
—Soy su esposo, me asustó demasiado verla caer por la ventana. No es necesario que llame a la policía, más bien llame a una ambulancia.
—Se supone que quien debe de hacer eso es usted, que es su esposo. Pero de igual manera no pienso cancelar la llamada a la policía, ellos deben averiguar lo que ha sucedido. Además, no entiendo cómo es que se encontraba a solas con esa señorita en la casa mientras esta niña tuvo que subir por esa enredadera —él la señaló —. Este tipo de cosas se pueden dar a malas interpretaciones y debería de saberlo. Ella se encuentra en edad casadera y, si no quiere que su reputación se arruine, debería de evitar este tipo de situaciones.
—Ella es mi mejor amiga, quiere mucho a Isabella y es casi parte de nuestra familia.
—¿Por qué la ropa de Isabella fue lanzada por la ventana?
—Eso es porque Alvi tuvo la intención de renovar todo su guardarropa y pidió mi ayuda. Como puede ver, Isabella tiene un gusto un tanto extraño para una mujer de su belleza y hemos decidido darle la sorpresa.
—¿Por qué la cerradura de la casa ha sido cambiada?
—Porque unos ladrones intentaron entrar y malograron la cerradura, entonces decidí llamar al cerrajero para que arreglara el pequeño inconveniente.
—Qué raro que la alarma no haya funcionado —el anciano miró la puerta y vio este objeto —. Además, se supone que debían llamar a la policía para denunciar el supuesto intento de robo.
—Señor, no sea tan desconfiado. Créame que aquí no hay nada raro. Le agradezco que se preocupe por mi mujer, pero no es necesario que permanezca aquí.
—¿Acaso me estás corriendo, jovencito? —Él lo miró de manera severa —. Deberías respetar a tus mayores.
—Señor, no ha sido mi intención, solamente le digo que no es necesario que le busque cinco patas al gato. Además, si hubiera algo que denunciar aquí referente a lo que le sucedió a mi esposa, tenga por seguro que ya ella me hubiera desenmascarado.
—Mi profesión me hace desconfiar de todo mundo, digamos que soy un abogado que ha visto demasiadas cosas a lo largo de su carrera y por eso no brindo mi confianza tan fácilmente a los demás —él miró a Isabella que permanecía callada —solo tú puedes hacer que me vaya de aquí, ¿Lo que tu esposo está diciendo es cierto o es una vulgar mentira?