Deseo peligroso
Meses anhelando volver a ser la mujer de la que el se enamoró, mientras mi esposo y mi mejor amiga planeaban destruirme —Aurora Bakker.
—No te olvides de avisarle a Ramiro que debe presentarse hoy —dijo Antonella, con esa mezcla de dulzura y autoridad que solo ella sabía usar—. Ya han pasado dos fechas en las que he estado sola, hoy es el cierre del evento y no pienso quedarme sola con todas esas chicas.
Su voz llenaba la oficina de su mejor amiga como el aroma a coco del bronceador en spray que Aurora aplicaba sobre su espalda, en los lugares a donde ella no llegaba.
Antonella era modelo, y una de las más famosas de la agencia que dirigían los tres juntos, Antonella, Aurora y, su esposo, Ramiro Brown un inglés de modales perfectos y mirada impenetrable.
Las tres figuras clave de la agencia más prestigiosa de Nueva York: A&R Models.
Aurora también había sido modelo, una leyenda de las pasarelas después de graduarse de la escuela de alta costura y modelaje “LeMonde” hasta que decidió retirarse.“Para formar una familia con el amor de mi vida”, solía repetir con una sonrisa que ahora le costaba sostener.
—Puedo ir yo —dijo Aurora, pero la sonrisa se desvaneció en cuanto cruzó la mirada con Antonella.
—No quiero que te sientas mal entre todas nosotras —dijo Antonella tomando sus manos. En su mirada mostraba una tristeza que por años había ensayado para hacer sentir mal a Aurora.
—¿Por qué me sentiría mal? —preguntó Aurora disimulando tranquilidad aunque sabía lo que saldría de los labios de Antonella.
—Siempre te andas comparando con nosotras, y no es que tu cuerpo tenga algo de malo, pero no me gusta que te atormentes por qué tu figura ya no es la de antes —dijo caminando hacia un lado para evitar que Aurora viera la sonrisa en su rostro.
—No quiero que Ramiro vaya a las pasarelas solo. Ya sabes lo que pasó la última vez.
Antonella sonrió mientras se giraba para no mirar hacia la puerta, pero por el reflejo del gran ventanal podía ver la sombra de un hombre, no uno cualquiera, era Ramiro, quien la estaba espiando mientras caminaba desnuda en la oficina de su amiga.
Sus ojos se abrieron de par en par, pero no dejó que Aurora se diera cuenta.
—¿Otra vez estás celosa? —preguntó la modelo arqueando una ceja, divertida—. Es normal que las mujeres, sobre todo las nuevas modelos, se fijen en él. Aún no saben que es casado.
—Sí pero…
—Pero nada. O voy a empezar a pensar que eres tú quien no deja ir a Ramiro a los eventos, y no que él simplemente quiere evitarnos a todas.
El comentario fue como una flecha.
Aurora no respondió, pero la punzada en su pecho habló por ella. Antonella había tocado su punto débil: el miedo a perder a su esposo.
Miedo a que él la cambiara por una mujer más joven, más delgada, más… perfecta. La mujer que ella solia ser, pero que ya no era.
Desde que Aurora empezó a luchar contra los efectos de su tiroides, su cuerpo había cambiado. Al principio creyó que sería temporal, pero el cansancio y el estrés la alejaron cada vez más de aquella figura de revista.
Y con cada kilo ganado, sentía que también perdía una parte de sí misma… y un poco más de Ramiro.
—No tiene nada de malo que no quiera que mi esposo esté rodeado de modelos que caminan medio desnudas por los vestidores —dijo Aurora, apartando la mirada.
Antonella rió, sin el menor pudor, mientras se colocaba una bata que apenas cubría su piel ahora perfectamente bronceada.
—Como si no hubiera visto otras mujeres antes —respondió con ligereza—. Además, es el nuestro manager, ¿lo olvidas? Es normal que él las mire. El problema es si hiciera algo más, pero Ramiro te adora —dijo mirando hacia la puerta desde donde podía ver la punta zapato de Ramiro mientras este se escondía para poder seguir viéndola.
Aurora suspiró, derrotada.
—Está bien, le diré que vaya. Confío en ti, pero… échale un ojo, ¿sí?
—Por supuesto, amiga —dijo Antonella, abrazándola con ternura fingida —Yo te lo cuido.
En su rostro se dibujó una sonrisa lenta, oscura, venenosa.
Una sonrisa que no pertenecía a una amiga, sino a una serpiente que acababa de ver la grieta por donde morder.
Antonella salió del estudio con paso ligero, satisfecha.
En el pasillo, el aire olía a éxito y perfume caro. No tardó en toparse con Ramiro, quien acababa de apartarse discretamente de la puerta donde la había estado observando minutos antes.
—Hola cuñadito —lo saludo Antonella como siempre con una enorme sonrisa.
Ramiro intentó disimular, pero fue imposible. La tela satinada apenas cubría lo suficiente, los pezones de Antonella se marcaban y a cada paso que daba dejaba ver más piel de la que debería ver el esposo de su mejor amiga.
Sus miradas se encontraron.
Él no dijo nada, pero el brillo en sus ojos lo hizo todo más claro.
Antonella sintió un cosquilleo en el estómago, estaba cerca, muy cerca.
Sabía que esa noche sería el principio del fin.
El fin de Aurora.
Aurora tomó su teléfono apenas su amiga salió de su oficina. Ahora que sabía que Ramiro estaría ocupado, no tardó en confirmar la reunión que tenía pendiente esa tarde. Era su forma de distraerse, de no pensar en la distancia que cada día se hacía más evidente entre ellos.
—Hola, amor —dijo Ramiro desde la puerta, ajustándose la corbata con ese aire tranquilo que siempre la había desarmado.
Se acercó hasta ella, y sin decir nada, comenzó a masajearle los hombros. Sus manos se movían lentas, seguras, deslizándose por su cuello con esa familiaridad que antes la incendiaba.
Aurora suspiró, relajándose, hasta que sintió sus labios rozar la piel de su cuello y las manos de él bajar por el escote de su blusa.
—Ramiro… —gimió, apenas un susurro mientras la manos de su esposo exploraban más de lo permitido. Ramiro estaba excitado y no demoró en demostrar sus intenciones con sus movimientos, pero Aurora fue más rápida al levantarse de la silla.
Él frunció el ceño.
—¿Qué pasa?
Aurora negó con la cabeza, sin poder darle una respuesta que no lo hiriera. La verdad era que se sentía hinchada, pesada, atrapada en un cuerpo que ya no reconocía. Los días en los que hacían el amor sin pudor en la oficina habían quedado atrás. Ahora solo quería la oscuridad de su habitación o las luces apagadas.
—Hay mucha gente en la oficina —murmuró, tragando saliva.
Ramiro se apartó con una sonrisa tensa, intentando disimular la erección que le había provocado ver, minutos antes, a Antonella semidesnuda.
—Antonella me dijo que querías hablar conmigo —comentó Ramiro, como si nada.
—¿La viste? —preguntó Aurora y Ramiro solo asintió con la cabeza.
—Quiero que vayas hoy al desfile. Necesito que alguien ayude a Antonella con las nuevas, y quién mejor que tú. —Le sonrió, forzada.
—Tú podrías venir conmigo —repuso él, con voz suave, aunque por dentro deseaba que se negara.
La idea de volver a ver a Antonella desnuda nuevamente no le causo ningún tipo de remordimiento, a pesar que tenía a su esposa frente a él.
Aurora desvió la mirada.
Ella intentó no pensar en el evento. Le dolía demasiado todo lo que había dejado atrás. Recordaba su primera pasarela como modelo principal, las luces, los aplausos, los flashes. Paris. Había sido una modelo exitosa, y cada vez que recordaba, una punzada de nostalgia le apretaba el pecho.
—Tengo algunas cosas que hacer aquí, cariño. Luego te esperaré en casa, quiero prepararte una sorpresa —propuso tratando de animarse a sí misma.
Ramiro supo de inmediato a qué se refería. Prepararía la habitación, encendería velas, usaría una de esas batas que a él le gustaban.
Antes solía ansiar esos momentos… ahora sentía que eran parte de una rutina calculada, una obligación entre suspiros apagados.
Y no es que no le gustara estar con su esposa, lamentablemente, en este momento, eso es lo último en lo que él pensaba.
—No sé si podré esperar hasta la noche —murmuró él, besándola con fuerza, subiéndola sobre el escritorio. Sus manos buscaron los senos de su esposa, grandes, más firmes… los amaba, eran lo que más deseaba de su cuerpo. Necesitaba penetrarla, asi sea pensando en otra mujer, pero Aurora no lo dejó.
—Más tarde, amor… —dijo ella con un suspiro contenido. Estaba sensible, su cuerpo le avisaba que el ciclo estaba por comenzar, y con él, otra frustración.
Cinco años de matrimonio y aún no lograban tener un hijo.
Ramiro se apartó con un suspiro y se acomodó el saco.
—Estaré en mi oficina unas horas y luego pasaré por aquí para despedirme —dijo serio. Casi enojado.
—Saldré en un momento, pero te veo en casa más tarde—dijo Aurora, sonriéndole.
—Está bien —dijo a él a punto de salir de su oficina, pero Aurora tomó su brazo, no le gustaba que su esposo se sintiera rechazado.
—Lo lamento cariño —dijo Aurora buscando los labios de su esposo, labios que él recibió gustoso.
Ramiro la miró un instante más mientras ella envolvía su cintura abrazándolo fuerte como siempre solía hacerlo. Ramiro la deseaba, sí, la amaba, sí… pero en su pecho ya se estaba formando un deseo distinto. Uno más peligroso. Uno que tenia nombre y apellido. Antonella Ferneri.