—No recuerdo la última vez que comí algo tan sabroso —decía Madame Luvok mientras degustaba lo que le había preparado—. Todo está bien equilibrado y al verlo dan ganas de comerlo. Has hecho arte, y me encanta, porque eso es la cocina. La comida entra por los ojos y si se ve maravilloso, también tiene que saber maravilloso.
Todo mi interior se estremecía; quería gritar y brincar de felicidad, pero debía guardar la compostura. Las piernas me temblaban y agradecía estar apoyada en la encimera de la cocina porque podría haberme desmayado. Mi estómago estaba apretándose de la ansiedad. María Luvok estaba disfrutando la comida de una cocinera novata, sin experiencia ni título.
—Mu-muchas gracias —tartamudeé, encontrando por fin mi voz.
En un momento se detuvo, tomó la servilleta que estaba sobre sus piernas y se limpió la boca.
—¡Nicolas! —gritó y entró un hombre vestido de sous chef—. Creo que ya encontré a quien nos ayudará en la cocina. Ven, mira sus platillos —el hombre se acercó y sentí que iba a vomitar en cualquier momento. La manera en cómo él iba detallando mis platos y probándolos a la vez me tenía sudando frío.
—Muy bueno —se limitó a decir después del último bocado.
—¿Verdad que sí? ¿Qué piensas?
—Pienso que es la esencia fresca que necesita Luvok. Esto está muy bueno, ¿Dónde aprendiste a cocinar? —dijo el hombre, limpiándose la barbilla con la servilleta.
—Desde pequeña me gustó ayudar en la cocina, así que mi madre fue la primera que me enseñó y con los años aprendí a ver videos de chefs en internet donde pudiera perfeccionar mis habilidades. Me encanta la cocina. Es más, me mudé aquí para estudiar en la escuela de Artes Culinarias —ambos afirmaron y la chef María sonrió.
—De acuerdo. Necesitamos ayuda urgente en la cocina. Tu jornada será de tres de la mañana a once de la noche.
Abrí mis ojos ante su petición. Eso era una locura, no estaría dispuesta a ese atropello.
—Por muy tentadora que sea su propuesta, madame Luvok, ese horario es imposible para mí y para cualquier persona que trabaje en este lugar. Le agradezco su tiempo, pero si ese será mi horario tendré que rechazar su propuesta. —Madame Luvok me miró, luego miró al sous chef y después ambos empezaron a reír.
—Eres perfecta para el trabajo, pequeña, tu respuesta lo comprueba —dijo ella limpiando una lágrima que bajaba por su mejilla debido al ataque de risa.
—A Madame le gusta medir el nivel de carácter, el profesionalismo y la empatía con esa pregunta. Que te negaras a ser explotada de esa manera, solo demuestra que tienes lo que se necesita para este empleo.
—Lo siento, me gusta medir a las personas; ya aprenderás a conocerme, lo sé. Puedo ver mucho de mí en ti. —Su teléfono sonó y se disculpó para poder contestar la llamada.
—¿Te parece si conocemos el lugar y te vas familiarizando con todo lo demás? —preguntó el sous chef haciendo una señal con su mano.
—Me encantaría.
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Así fue como comenzó la gran aventura que, en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en mi rutina los siguientes tres años de mi vida.
—Chef, llegaron estas flores para usted —comentó una de las meseras que entró con un enorme arreglo de flores secas a la cocina. Las dejó sobre la mesa.
—No deberías aceptarlas, o al menos investiga quién te las envía; o por lo menos no las lleves a tu apartamento. ¿Qué tal que le pongan somníferos para que te desmayes cuando las huelas y se aprovechen de ti? —comentó mi segunda al mando.
Lora Rodríguez había llegado al restaurante con los mismos sueños con los que yo llegué y como mis jefes se habían ido a viajar por el mundo, esa vez fue a mí a quien le tocó decidir si entraba o no.
—No sé porque siempre siento que estas flores llegan en un momento muy importante. Si mi admirador oscuro quisiera hacerme algo, creo que ya habría dado la cara para eso, ¿no lo crees?
“Para la más brillante estrella de la constelación terrenal.
De tu admirador,
M.”
Decía la tarjeta.
Una parte de mí aceptaba las flores alimentando ese imposible deseo que vinieran de parte de Miles. Aunque sabía que eso era imposible. No volví a saber de él y mi hermano no lo había vuelto a mencionar. Lo último que me dijo fue que le habían asignado una misión muy peligrosa e importante hace menos de dos años y fue lo último que supe de él. Solo me quedaba desear que se encontrara bien.
—Bueno, vamos a dejar las flores por aquí —dije, acomodando el arreglo—. Es hora de abrir el restaurante. Sulma, encárgate de que todo esté en condiciones óptimas. Cada mesa debe estar impecable. Ya sabes el protocolo.
—Sí, chef.
Era un día importante. Llegaba un crítico con su grupo a cenar a Luvok y yo sabía muy bien de quién se trataba: Louie Sabet, el tirano del momento. El cual, si nuestra comida lograba impresionarlo, haría que el restaurante mantuviera su prestigio, seguiría con tres estrellas Michelin y 4.9 estrellas en reseñas de otros clientes. Sí, eso era algo que no debía saberse, pero de alguna manera siempre nos enterábamos. Los años anteriores María había tomado el control, pero ese año nos tocaba a nosotros y yo estaba al borde de ensuciar mis pantalones.
Esa mañana llegamos más temprano de lo normal al restaurante para preparar todo y tener a disposición una gran variedad de platillos que habíamos agregado al menú unos días atrás.
Miré las flores una vez más y suspiré.
«Deséame suerte, Miles»
El servicio comenzó y, como siempre, ya teníamos varias mesas reservadas desde hace meses, así como una larga fila de comensales esperando afuera por una mesa.
—Tengo un grupo de personas que han pedido una gran variedad de platillos, chef —las manos me comenzaron a sudar.
—Pásame la orden, yo misma la prepararé —la mesera me entregó el papel y efectivamente eran bastantes platillos.
No perdí el tiempo, comencé a preparar y a armar cada platillo con rapidez. Me aseguré de que la comida llevara buena temperatura, sabor, equilibrio y los mandé a la mesa cruzando los dedos para que todo saliera bien. Ocupé mi mente en continuar con otras órdenes para no distraerme del trabajo, poniendo el mismo amor a cada uno de los platos que salía de esa cocina, hasta que mi segunda al mando se acercó con una copa de vino.
—Creo que es hora de que te tomes un descanso, Lu, ya son las nueve de la noche. —Vi el reloj y me sorprendió la hora—. Volviste a perder la noción del tiempo. Parecías una máquina sacando platos de esta cocina.
Me apoyé en la encimera y le acepté la copa de vino. En ese momento entró el gerente del restaurante.
—Lucy, quieren hablar contigo en la mesa 16. —Asentí, miré a Lora y le entregué la copa que me había ofrecido.
Al salir de la cocina y caminar hasta la mesa, casi me voy de espaldas por la impresión.
—¡Lucy! —gritaron todos y no pude evitar correr hacia donde estaba mi familia: mi hermano, mis padres y la novia de mi hermano.
—Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la montaña. Tienes mucho tiempo sin visitar a estos viejos, querida, pero ahora entendemos por qué y estamos muy orgullosos —dijo mi madre mientras se acercaba para abrazarme.
—Pero… ¿Qué hacen aquí? Yo iba a viajar mañana para pasar navidad con ustedes.
—Precisamente a eso venimos. Debíamos asegurarnos de que nuestra hija encontrara el camino a casa —dijo mi padre golpeando mi nariz con su dedo antes de abrazarme.
—Yo les dije que esta vez de verdad ibas a ir a pasar la navidad en casa, pero ya sabes que los Kensington pueden ser un poco tercos. ¿Verdad, Suga? —comentó Claudia acariciando la mejilla de mi hermano.
Me había enterado de su relación unos meses atrás cuando creí que mi hermano había viajado para visitarme, pero realmente había viajado a ver a mi mejor amiga.
—Un poco nada más, bebé —aceptó mi hermano dándole un beso en la mejilla.
—No me acostumbro a verlos de esta manera —comenté asqueada—. Todavía no sé si enojarme, resentirme o dejarles de hablar. Imagínate vivir un conato de incendio en el hotel, volver a casa temprano y que lo que me reciba sea la impresión de ver a mi hermano y a mi mejor amiga besándose, entre otras cosas, ese día conocí partes de Lucas que desearía no haber conocido.
—¡Lucy!
—¡Lucinda!
Me reprendieron mis padres mirando para todos lados a ver si alguien más había escuchado la conversación.
—Hay secretos que no se deben guardar, éste era uno de ellos. No me hubiera enojado, hubiera brincado en un pie, ustedes me encantan, pero el trauma que tengo no se quita con eso. Debería de cobrarles miles de dólares por daños psicológicos.
Todos rieron.
—Ay, cariño. Solo falta que tú y Miles acepten lo que sienten.
En el momento en que esas palabras abandonaron los labios de mi madre, quise que la tierra me tragara y me escupiera en algún otro lugar. Los ojos de todos se pusieron sobre mí y miré a mi madre con evidente molestia. Ella encogió sus hombros expresando una sonrisa avergonzada en su rostro.
—¡¿Estás enamorada de Miles?! —preguntaron las tres personas enfrente de mí al mismo tiempo. Podía sentir la mirada de todos los comensales a nuestro alrededor.
—¿Podrían publicarlo en el periódico? —musité—. Bajen la voz.
Ellos se quedaron atónitos.
—Par de idiotas —Las palabras se escaparon de la boca de Lucas como si hubiera dicho algo que pensaba en voz alta.
—¿Por qué? —preguntó Claudia.
—Por nada, cariño. No me corresponde hablar sobre eso. Solo puedo comentar que los dos son unos idiotas —estaba por preguntarle por qué decía eso nuevamente, pero Sulma se acercó a mí.
—Perdón, chef, pero la necesitan en la mesa de allá. —Volteé la mirada y vi un grupo de personas que me observaban con una sonrisa.
—Iré en un momento. Gracias, Sulma. Si abres la boca, no iré a casa esta navidad —advertí a mi madre y luego de verla hacer un zipper sobre sus labios, me retiré.
—Buenas noches, soy Lucinda Kensington y cociné para ustedes esta noche —saludé al grupo una vez llegué a la mesa.
Eran cinco personas, una dama y cuatro caballeros.
—Señorita Lucinda, nos da mucho gusto saber que el restaurante Luvok le ha dado paso al cambio, a ideas frescas y, para mi sorpresa, deliciosas. Mi nombre es Louie Sabet, crítico culinario. Y con mis compañeros hemos decidido otorgarles este reconocimiento. —Uno de ellos sacó un estuche azul y se lo entregó a Louie quien se puso de pie y continuó—: Luvok’s merece seguir siendo portador de estas tres estrellas Michelin.
El restaurante entero comenzó a aplaudir. Tomé el reconocimiento y al instante sentí la luz de la cámara frente a nosotros. Parecía un sueño, aunque algo más extraño. Esperaba que la entrega del reconocimiento fuera como en una ceremonia o algo así, no algo tan simple.
—Lo siento, no estaba preparada para esto —comenté y quité un par de lágrimas de mis mejillas—. Parece como si el universo hubiera alineado todo a mi favor. Hasta mi familia se encuentra presente. Les agradezco, esto significa muchísimo para mí, para Luvok’s y para todos los que trabajamos en este lugar. Y para seguir con la tradición de Madame Luvok, la siguiente botella de vino es cortesía de la casa. ¡Qué sigan disfrutando su noche!
Sonreí levantando la placa que nos estaban otorgando, hasta que Louie se acercó un poco más a mí y rodeó mi cintura con su brazo para tomar una foto juntos. Se sintió muy incómodo, sin embargo, sonreí para la cámara y me alejé de inmediato. La gente comenzó a alejarse para seguir con sus asuntos y Louie volvió a acercarse.
—No sabía que Madame Luvok fuera capaz de dejar la responsabilidad de su restaurante a una chef tan joven y bella —comentó y la mujer que estaba sentada a su lado se puso de pie.
—Muchísimas gracias, señorita Lucinda. La comida estaba deliciosa. Creo que ya es hora de irnos, nuestro trabajo ya está hecho —dijo entrelazando su mano en el brazo de Louie.
—Les agradezco por esto. Yo también debo volver a la cocina. Buenas noches. —Me despedí de ellos estrechando la mano de cada uno de los presentes.
Mientras caminaba a la cocina volteé a ver hacia donde estaba mi familia y con la boca abierta les mostraba el estuche gesticulando un “oh por Dios”. Llegué a la cocina y todos me recibieron con un aplauso. Como lo dije anteriormente, eso se sentía como un sueño. Aunque ni en mis sueños más locos me hubiera imaginado ganando ese reconocimiento a mis 23 años.
«¿Seré la Chef más Joven en haber ganado tres estrellas Michelin?», la pregunta saltó en mi cabeza y la sola idea me encantaba. Había logrado mi más grande anhelo desde que decidí estudiar gastronomía. Ahora lo único que me faltaba era encontrar el amor. Entonces otra frase saltó a mi cabeza:
«Par de idiotas», el recuerdo de lo que mencionó Lucas me llenó de intriga y nació en mí la necesidad de saber a qué se refería con esa frase. Luego recordé la conversación que había tenido mi hermano con Miles aquella navidad. Miles estaba enamorado de alguien, eso sí lo escuché claramente, pero no se estaba refiriendo a mí, ¿o sí?