—Sabía que mi intuición no me fallaba. Desde que te vi supe que había algo especial en ti, solo necesitabas una oportunidad para demostrar tus capacidades —dijo madame al día siguiente luego de reunirnos a todos sus trabajadores antes de abrir—. Estoy muy feliz por todos ustedes y su enorme labor el día de ayer. Por esa razón he decidido que todos van a tomar unas buenas vacaciones este año como premio por su arduo trabajo.
Todos gritamos eufóricos.
—¡Una vez se haya terminado la temporada alta! —aclaró elevando la voz por encima del bullicio—. Excepto tú, Lucy, tú te mereces las vacaciones desde este momento. Lora podrá encargarse del restaurante en tu ausencia, ¿no es así, Lora?
—¡S-sí, chef! —gritó Lora.
—Ve a visitar a tu familia y descansa estos días. Te lo mereces. Ahora, todos a trabajar. Hagan que me siga sintiendo orgullosa de haberlos contratado.
—Lo haremos, Madame, disfrute de Praga con su chico —dijo una de las cocineras y detrás de ella apareció el señor Nicolas diciendo adiós. Cuando salieron, todos nos miramos.
—Creo que será una navidad interesante, incluso para madame —comentó Sulma.
Todos nos reímos. La mañana iba a ser larga, aún faltaba bastante por acomodar antes de abrir, pero todos seguíamos en modo celebración. Además, solo faltaban dos días para nochebuena y tenía que dejar bastantes cosas en reserva antes de salir para donde mis padres.
—Jamás me imaginé que Madame hiciera algo así. —comentó uno de los cocineros—. Llevo trabajando aquí seis años y que madame prometiera vacaciones a todo el personal es algo que nunca ha ocurrido. Los días antes de nochebuena siempre fueron como si tuviéramos al viejo Ebenezer Scrooge como chef.
—El amor, Michael, el amor cambia a las personas. Creo que un poco del mal genio de madame era por su soledad. Se centró tanto en su carrera y en ganarse un puesto entre los grandes que ahora que tiene a Nicolas su corazón se ablandó. —comentó Sulma, ella también tenía entre cuatro y cinco años de trabajar en el restaurante.
—Los cambios siempre son para mejor, y el amor siempre nos cambiará para mejor; de lo contrario no sería amor. Madame y Nicolas solo son una muestra que el amor llega sin importar la edad. —Ambos se me quedaron mirando un rato con una sonrisa extraña y asintieron.
—Vamos, que tenemos mucho trabajo por hacer antes de que me vaya —reaccioné.
Ellos siguieron su camino a la cocina, mientras yo me quedé viendo el estante de los premios. «¿Cuál será el siguiente logro?», pensé. Ya me había graduado de la escuela de cocina, trabajaba en un restaurante 5 estrellas, el cual, bajo mi mando, había ganado tres estrellas Michelin, ¿ahora qué?
Mi teléfono sonó. Era mi madre.
—Hola, cariño, ¿estás ocupada?
—Hola, madre. No, por el momento no. Dime.
—Quería saber si tienes todo listo para tu viaje. ¿Vas a ir, verdad?
—Sí, madre. Incluso puedo irme más tarde con la tranquilidad de que no trabajaré en nochebuena.
—¿En serio?, ¡Ay, que felicidad!
—Yo te lo prometí, madre. Te veré en un rato más, ¿sí?
—Sí, sí, no te tardes.
—No lo haré, tranquila.
El servicio del almuerzo llegó a su fin más rápido que un parpadeo. Ya habíamos logrado adelantar bastantes preparativos para nochebuena y todo estaba organizado para que incluso Michael pudiera atender ese día solo, así que era tiempo de salir.
—Ya saben, si tienen dudas sobre cómo decorar o hacer algo, llámenme, o a Madame. Recuerden que para hacer la salsa de…
—Ya vete de aquí, estaremos bien —dijo Lora empujándome de la cocina—. Tú nos has enseñado bien. No te preocupes que con unos días que no estés aquí no pasa nada. Feliz navidad, Lucy.
—De acuerdo, de acuerdo, ¡Feliz navidad para todos!
—¡Feliz navidad, Chef!
Saliendo de la cocina se me acercó Lora a susurrarme algo al oído.
—Yo te llamaré si tenemos alguna duda sobre algo. No lo dije allá atrás para no ponerlos en pánico, pero seguro todo saldrá bien.., o eso creo. —Todo el cuerpo se me erizó apenas Lora dijo eso y pensé en que tenía que cancelar todo lo que tuviera con mi familia para quedarme en el restaurante supervisando cada plato, pero antes de que dijera algo, ella interrumpió mis pensamientos.
—Es broma, Lucy. Vete tranquila. Todo estará bien aquí. Más bien tráeme un recuerdo de Nueva York, no se te olvide —Mi cara de pánico pasó a ser sonriente en un suspiro. Negué con la cabeza, le di un abrazo, me quité el gorro y se lo entregué.
—Nos veremos luego, chef. Feliz navidad. —Ver su rostro cuando le entregué el gorro fue un poema.
—Gracias —dijo con un nudo en la garganta.
—Es prestado, pero puedes usarlo.
Quiso decir algo, pero la emoción la calló y luego nos despedimos. Afuera ya estaban esperando mi hermano y Claudia. Para no perder la costumbre, estaban comiéndose a besos.
—¿Pueden dejar de ser tan presumidos? Lo único que lograrán será darme sobrinos pronto.
—Tranquila, por el momento no los tendrás —dijo Claudia. Luego ambos se vieron y rieron.
—Esas risitas de complicidad no sé cómo interpretarlas.
—No estoy embarazada, Lucy, por ahora. Ganas no me faltan, quien no quisiera darle un hijo al arquitecto Lucas Kensington —dijo al mismo tiempo que Lucas rodeó su cintura y volvieron a besarse.
—Bueno, bueno, vamos que llegaremos tarde y mi madre me matará —dije y caminé hacia el carro con prisa.
—Tranquila, Lucy —dijo Claudia al rebasarlos—, tenemos tiempo suficiente. A menos que tu ansiedad sea por ir a ver a otra persona.
—No sé de qué estás hablando —abrí la puerta del auto y entré.
Lucas le abrió la puerta a Claudia, ella se deslizó dentro del auto y se giró para verme. Tenía una sonrisa brillante.
—Tienes muchas cosas que explicar, señorita.
—Ahora estoy un poco cansada.
—No te preocupes, tendremos seis horas en el vuelo —respondió. Lucas entró al auto.
—No voy sentada cerca de ustedes.
—Yo creo que sí, querida. Vi tu número de asiento en la confirmación de los tickets y, según me pareció, este monumento de mujer irá entre los hermanos Kensington.
—Voy a solicitar cambio de asiento entonces. —Sabía de qué quería hablar Claudia, sabía el tema que quería escarbar o, más bien, desenterrar, pero no tenía ganas de hablar con ella en ese momento.
—¿Por qué es tan malo hablar de tus sentimientos? —preguntó mi hermano, viéndome por el retrovisor.
Suspiré con fuerza.
—¿alguien más sabía de tu amor por Claudia? —repliqué con otra pregunta. Él solo alzó la ceja.
—Miles, su hermano mayor, papá, ella…
—¡¿Significa que solo yo no sabía?! —grité y él se encogió de hombros.
—Al principio creímos que no era amor, Lucy. La distancia fue la que habló por sí sola. De pronto no podía sacarla de mi cabeza y aunque lo único que habíamos hecho en aquel entonces había sido darnos un solo beso, al parecer me bastó para entender que esta hermosa morena, tendría que ser mía y yo tendría que ser suyo. También debo confesarte que aquí la señorita me ignoraba las llamadas, mensajes, correos…
—Y por eso viniste y conocí partes de tu cuerpo que no quería conocer —dije mirando a Claudia.
—¿Podrías culparme? He soñado con este hombre desde que éramos unas adolescentes y los mirábamos jugar baloncesto en el patio de tu casa. Estaba escrito que Lucas Kensington era para mí y yo para él. Ya van a ser dos años juntos y estamos en nuestro cuento de hadas —concluyó viendo a mi hermano a los ojos. Él la volteó a mirar y dejó en su boca un corto beso.
—Entiendo… Por cierto, Lucas, cuando dijiste que Miles y yo éramos unos idiotas, ¿A qué te referías? —me aventuré a preguntar al fin. No había podido sacarme ese comentario de la cabeza.
—Cuando lleguemos a casa lo entenderás —dijo Claudia volteando a verme con una sonrisa.
—No entiendo nada.
—Solo déjate sorprender.
—Cariño —gruñó Lucas.
—De acuerdo, Suga. Me callo.
—Sigo sin comprender por qué le dices como uno de los integrantes de ese grupo de K-pop que te gusta. ¿Cómo es que se llamaba?
—BTS, Lucy. Y, para tu conocimiento, querida amiga, no le digo Suga por eso. Si no porque es mi bello arquitecto que ya gana muchos dólares, es mayor que yo y quise llamarlo de una forma más original. Es como si le dijera que es mi sugar daddy.
—¿Sugar daddy?, ¿y eso es original? —No me pude aguantar la risa, no cabía duda de que mi amiga estaba loca.
—A mí me gusta que me diga así, es algo de nosotros —dijo mi hermano dándole un beso al dorso de su mano.
—Bien, cada loco con su cuento. Me alegra por ustedes. Ahora, ¿Sería mucho pedir que aceleres? Mi madre estará trepando por las paredes si no estamos en el apartamento en veinte minutos.
El recorrido al apartamento fue muy entretenido. Ellos cantaban a todo pulmón la canción del momento All I want for Christmas is you de Mariah Carey. En un par de ocasiones no pude evitar sonreír y pensar en cómo sería cuando el amor llegara a mi vida. ¿Sería igual que el de ellos? Amé ver la manera en cómo mi hermano siempre buscaba la mano de Claudia y la miraba absorto en ternura; sin olvidar las sonrisas que se regalaban. Estaban enamorados y eso era indiscutible. Me preguntaba cómo pude haber sido tan ciega y no darme cuenta antes.
—Vienes muy callada, ¿está todo bien? —preguntó Lucas cuando me abrió la puerta.
—Todo bien. Solo estoy muy ansiosa por volver.
—Todo estará bien, ya lo verás.
—Eso espero. —Algo me tenía inquieta.
Subimos al apartamento y mis padres ya nos esperaban con las maletas en la puerta.
—Ya tengo todo listo —comentó mi madre con una sonrisa.
—Me doy cuenta —respondí.
—Fue difícil decidir qué ropa interior empacar, pero…
—¡Mamá!
—Mentira, cariño. Todo lo que dejaste sobre la cama lo organicé en tu maleta.
En ese momento recordé que no había metido nada en la maleta porque una parte de mí pensaba utilizar eso como una excusa para no ir. Sin embargo, no contaba con la presencia de mis padres.
—Bueno, ¿qué estamos esperando? Vámonos que se nos hace tarde —mencioné levantando la manija de la maleta y haciéndola rodar hasta la puerta.
La ansiedad me tenía hasta con dolor de oído en el avión. Mientras tanto, Claudia estaba encima de mí, preguntándome y reclamándome sobre por qué nunca le había dicho que estaba enamorada de Miles. Por supuesto, yo contraatacada diciéndole que ella tampoco me había dicho nada sobre mi hermano. Y así resumiría ese vuelo como las horas más eternas de mi vida. Cuando el piloto anunció el descenso y que nos colocáramos nuestros cinturones, fue un enorme alivio.
—Me pregunto si el hecho de emparejarte con mi hermano te volvió más molesta.
—¿Eso es lo que piensas de mí? —preguntó ella después de verme una última vez y volver toda su atención hacia Lucas. Al parecer se había molestado.
Para mi sorpresa no volvió a dirigirme la palabra y le pidió a mi hermano ponerse de pie para ser de los primeros en bajarse del avión. No los volví a ver.
—¿Pasó algo? —preguntó mi madre a lo que nos encontramos en el aeropuerto. Mis padres iban en asientos de primera clase, así que no estaban al tanto de todo lo que se había comentado en el avión.
—No, solo lo normal, o lo que ya todos sabemos. Claudia siendo Claudia —ambos asintieron y seguimos nuestro camino a la salida del aeropuerto.
—¿Familia Kensington?
Esa voz… Mis piernas comenzaron a temblar. Tenía años de no escucharla, pero definitivamente no podría confundirla con la de alguien más. Lentamente me dí la vuelta y ahí estaba él.
Miles Milligan en su máximo esplendor.