—Mi niña se ve hermosa con ese vestido blanco —expresó mi madre con lágrimas en los ojos, al verme ya lista para salir al ayuntamiento donde se iba a realizar la boda.
Lo bueno de vivir en un lugar como ése era que todos nos conocíamos. La madre de Miles nos ayudó con la comida, la tienda de vestidos de novia abrió a las seis de la mañana solo para que pudiera elegir mi vestido y no tuve que buscar mucho, las flores, los arreglos, todo salió mucho más económico de lo que nuestros propios padres creyeron. Entonces llegó el día.
—Vamos, vamos que se nos hace tarde. No puedo creer que te cases primero que yo —se quejó Claudia.
—¡Ja!, Pues me atrevo a decir que ustedes me darán nietos antes de la boda —comentó mi madre poniendo a Claudia muy sonrojada.
—Ya veremos qué sucede más adelante —dijo ella casi susurrando.
—Ya está listo el auto —dijo mi hermano acercándose a la puerta de mi habitación—. Hermanita, estás hermosa —comentó.
—Muchas gracias a todos por esto. Gracias por entender nuestra locura de hacer todo tan precipitado.
—Hija, se conocen casi desde toda la vida. Los hemos visto crecer juntos y ustedes se han querido toda la vida. Fue más bien locura que siguieran esperando, ya el reloj les estaba tocando la puerta.
—Mamá, apenas voy a cumplir 24 años —comenté con mis mejillas ardiendo.
—A tu edad ya tenía a tu hermano y tú ya estabas en planes, o en camino. Lo importante es encontrar a un compañero comprometido y dispuesto a hacer una vida contigo. Me alegra mucho saber que mis hijos ya encontraron a esas personas. El matrimonio no es fácil, siempre hay discusiones, desacuerdos y hasta peleas por no bajar o levantar la tapa del baño. Sin embargo, el amor es algo que puedes ver en gestos, atenciones, preocupaciones, anhelos, deseos que tengan juntos. Si sus anhelos y deseos son los mismos, o van de la mano, tendrán un matrimonio o una relación ideal.
—Siento que me he enamorado de nuevo —confesó mi padre entrando en la habitación. Se apresuró a darle un abrazo y un beso en los labios a mi madre.
—Ya quiero verme así, por favor. Vámonos que ya quiero casarme con Miles —dije y todos comenzaron a reírse cuando a toda prisa tomé el ramo.
—¿Estás completamente segura de esta decisión? —preguntó mi padre antes de entrar al ayuntamiento.
—Jamás he estado más segura de algo en mi vida, padre. Amo a Miles, y él me ama a mí. Un amor que perdura de esta manera con el paso de los años, sin dejar que terceros se interpongan, es porque es verdadero. Posiblemente esto sea muy precipitado, pero es lo que me hace feliz. Si me equivoco, estoy segura de que los tendré a ustedes para levantarme de nuevo.
—Eso no lo dudes, cariño, tu matrimonio no será fácil, especialmente por su compromiso militar. Tienes que ser consciente de que él posiblemente no estará presente en muchas cosas, y no porque no lo quiera, sino porque no podrá.
—Lo entiendo, y estoy dispuesta a esperarlo. Porque estoy segura de que siempre encontrará su camino de regreso a casa.
—Me agrada saber que eres consciente de eso. Creo que ya es hora de entrar y entregar a mi pequeña niña a el hombre que ama —sin más preámbulo entramos a donde se llevaría a cabo la ceremonia.
Miles estaba con su traje formal de militar. En ese momento todas mis emociones se acumularon en la boca de mi estómago. Mis ojos se conectaron con los de él y confirmé que sucedía lo que veía en las películas.., era como si todo se desvaneciera a nuestro alrededor. Mi padre le entregó mi mano y le dio unos golpes en el hombro.
—Eres la mujer más hermosa del mundo —me dijo Miles al oído. No logré responderle porque el oficial comenzó la ceremonia.
La ceremonia fue rápida. Era un día festivo y no podíamos tener mucho tiempo ahí. Miles y yo dimos el “sí, acepto”, repetimos nuestros votos matrimoniales, colocamos nuestros anillos y sellando ese momento con un beso que significaba el inicio de una vida juntos ante la ley del hombre, terminó la ceremonia.
—Prometo darte la boda que mereces cuando vuelva, hermosa —dijo antes de unir nuevamente nuestros labios afuera del salón, antes de ser casi atropellados por las felicitaciones de todos nuestros invitados.
Fuimos hasta la casa de mis padres, donde nos reuniríamos a celebrar nuestra unión. Mi ahora suegra pasó toda la noche cocinando para tener un festín digno de su hijo y su nueva nuera. Mi madre y mi padre, con la ayuda de Lucas y Claudia, decoraron la casa para la ocasión. No podía sentirme más feliz del enorme apoyo que tenía por parte de mi familia.
—Creo que me he ahorrado el cocinar —comenté a Adeline viendo como toda mi familia disfrutaba de la cocina.
—Lo hice con mucho gusto. No todos los días se casa mi hijo mayor. Me siento muy orgullosa del hombre que crie. Estoy segura de que te hará muy feliz, solo tienes que armarte de muchísima paciencia. Ser esposa de un hombre entregado a su patria no es sencillo, pero ustedes estarán bien. ¿Ya sabes cómo harás con tu trabajo y tu vida en Los Ángeles? —preguntó al final y eso fue como un golpe a la realidad.
¿Qué iba a suceder ahora con mi trabajo?
—Lucy seguirá su vida, mamá. Ella volverá a Los Ángeles, yo iré a ella cuando vuelva y si ella desea venir aquí, nuestra casa estará siempre para recibirla —dijo Miles abrazándome por la espalda.
Tendría que tomar decisiones muy pronto sobre eso.
—Miles, creo que, por la ocasión, y para darte la bienvenida a la familia, te corresponde dar el discurso de Navidad —dijo mi padre.
Sentí a mi esposo tensarse, pero me dio un beso en la frente y caminó hasta el lugar donde lo esperaba mi padre con una copa de vino para hacer el brindis. Lotti y Claudia vinieron a mi lado y Claudia me entregó mi copa, mientras nos miramos las tres con una sonrisa.
—Buenas noches —dijo mi esposo al tomar el micrófono—. Como ya todos ustedes me conocen, no hay necesidad de presentarme. Sin embargo, ahora ya no solo soy el amigo de Lucas para la mayoría de los presentes. Hoy soy el hombre más afortunado del mundo al ser el esposo de Lucy. No hay palabras que describan lo que siento en este momento, más que decirles gracias. Gracias a todos por recibirnos en su familia. Les prometo amar y cuidar de Lucy sin importar el lugar en donde esté. Porque mañana ella se quedará con mi corazón y yo me iré con su corazón, con la promesa de juntarnos pronto. Espero que ésta sea la primera de muchas navidades juntos. Y la siguiente será menos agitada, se los prometo —comentó haciendo a los presentes reír. Luego vino hasta mí y nos besamos.
Segundos después se escucharon aplausos por parte de los presentes.
—¿Nos vamos? —preguntó y moví mi cabeza en afirmación. Podía sentir todo mi cuerpo temblar por los nervios.
Todos se despidieron de Miles, pues probablemente no lo lograrían ver al día siguiente, pero no deseaba pensar en eso. Sabía que el golpe de la soledad llegaría después. El trayecto hacia nuestra casa fue entre risas y cantos de los villancicos que ponían en la radio. Especialmente la de Rodolfo el reno cantada por un coro posiblemente por error la habían dejado repetirse en más de una ocasión.
—Es difícil creer que ahora seas mi esposa, que seas completamente mía.
—Yo tampoco lo creo. Lo irónico es que no pensaba venir, pero me hubiera arrepentido toda la vida —comenté ganándome una sonrisa de su parte.
—Yo hubiera ido por ti, Lucy —comentó al mismo tiempo que detuvo el auto enfrente de nuestra casa. Se bajó rápidamente y me abrió la puerta. Estaba por caminar, pero me levantó en sus brazos.
—¡Nos caeremos! —dije temerosa al ver el suelo cubierto de nieve.
—Eso no pasará, cariño. Mientras estés conmigo, jamás caerás.
Rodeé mis brazos alrededor de su cuello y subimos las escaleras sin ningún problema. Ayudé a abrir la puerta y la luz de los faroles exteriores entrando por la ventana nos recibió, creando un efecto muy acogedor y romántico. Miles parecía no querer ponerme en el suelo y yo no quería dejar sus brazos.
—Te amo, Miles —confesé y sus labios se unieron a los míos de tal manera que parecía mantequilla derritiéndose en sus brazos.
—Yo también te amo, pequeña.
Soltando esas palabras, me removí para que me dejara de nuevo en el suelo y sin separarnos de ese beso tan abrazador caminamos torpemente a nuestra habitación dejando en el camino nuestras prendas. Llegados al cuarto, la puerta de la habitación se cerró y dejamos que fueran nuestros cuerpos los que se expresaran lo que sentíamos. Nos entregamos por completo de la manera más sublime y romántica posible, hasta que nos quedamos dormidos aferrados al cuerpo del otro, esperando a que el sol de un nuevo día viniera a robarnos este momento.