El lugar completo estalló en silbidos, aplausos y gritos de júbilo.
—¡Por fin! Pensé que jamás vería a mi hijo así de feliz con alguien y es muy emocionante ver que por fin ese momento ha llegado. Disculpa a este tonto hijo mío, Lucy. Mi Michael, su padre, era igual que él. Obstinados para unas cosas, pero no para otras —dijo la señora Adeline mientras me abrazaba.
—También ha sido una sorpresa para mí, señora Adeline —dije volviendo a tomar la mano de Miles.
—Eres la única en mi mente y corazón. Tu recuerdo y la esperanza de volver a verte son lo que me ha sacado de momentos de dificultad mientras he estado lejos. Sé que puede parecer algo loco, pero así ha sido —confesó abrazándome.
—Loco sería que siguieras callando. Creo que el error fue de ambos. Si yo no hubiera sido tan impulsiva y no hubiera cambiado mi destino, posiblemente nuestra historia ya estuviera en otro nivel.
—Sí, pero no tendría a mi grandiosa chef cumpliendo su sueño a tan corta edad. Yo pude haberte detenido ese día en el aeropuerto, pero no lo hice porque quería que volaras con tus propias alas y conocieras todo lo que el mundo te ofrecía. Pero debo confesar que todo este tiempo para mí fue una tortura.
—Y ahora mi futuro yerno decidió agarrar al toro por los cuernos.
—¡Papá! —exclamé al verlo golpear el hombro de Miles con una sonrisa.
—Debo de admitir que desde hace un tiempo me gusta este muchacho para ti. Un hombre de honor y que cuida de su familia es un hombre merecedor de mi respeto, y este chico tuvo esa responsabilidad sobre sus hombros desde que lo conocí. Además, ya soy un lobo viejo, conocía esas miradas que ustedes se daban.
—¿Lo sabías entonces? ¿Sabías quién era Z y no dijiste nada? —dije mirando a Mamá.
—¿Z?, ¿de qué hablan? —preguntó Miles. Miré negando con la cabeza a mi madre.
—Nada, cosas que después ella te contará —comentó y solo me quedó sonreírle a Miles cuando él me devolvió la mirada.
—¿Y para cuándo es la boda? —preguntó Claudia sobre todas las voces del lugar, ganándose la intensa mirada de todos.
—Por mí, mañana mismo —respondió Miles y todas las miradas cayeron sobre mí.
—¿¡Mañana!? —pregunté tratando de encontrarle sentido a todo lo que estaba pasando.
—Es un decir, cariño, yo no tengo ningún problema con eso —dijo con esa sonrisa hipnotizante con la que pone de rodillas a cualquiera.
—¿Qué les parece si pasamos a comer? Hoy la casa invita —comentó Adeline, riéndose.
La cena pasó entre historias sobre mi experiencias en Los Ángeles, los famosos para los que he cocinado y los que han sido difíciles. Miles comentó lo peligrosa que fue su última misión y que casi fueron asesinados él junto a todo su escuadrón, explicó que ya había subido de rango y se había convertido en sargento, por lo que ahora tenía más responsabilidades.
—Miles, ¿cuándo tienes que regresar a la base? —preguntó mi hermano.
La cara de Miles cambió drásticamente y todo mi cuerpo se tensó esperando su respuesta.
—Tengo que estar pasado mañana a las seis de la mañana. —Ninguno comentó nada.
Aunque sabía que cada uno tenía que seguir con sus obligaciones después de Navidad, me tomó por sorpresa. Yo debía regresar a Los Ángeles al día siguiente de su partida.
—¿El día de Navidad? —preguntó su madre. Él asintió sujetando mi mano con fuerza.
—Sí, y por poco no me ven aquí, pero solicité un permiso por mi rango y gracias a eso me han otorgado esta semana. Muchos de mis cadetes no han tenido este privilegio.
—Debemos de aprovechar este momento al máximo entonces. Yo de igual manera tengo que regresar a Los Ángeles al día siguiente de Navidad.
—¡Ay no, Lucy! ¿Tú también? —exclamó mi madre indignada.
—Ya, mujer, no te agobies —replicó mi padre.
Minutos después nos terminamos de despedir y agradecimos a Adeline por la cena. Mis padres se fueron con Lucas y Claudia para la casa, y yo me fui con Miles.
—¿A dónde vamos? —pregunté por segunda vez en el día.
—A un lugar donde podamos hablar con más tranquilidad y pueda besarte sin que te sonrojes —tomó mi mano y no la soltó durante todo el camino.
Llegamos a una pequeña casa rodeada de árboles en las zonas más bonitas de la villa de Bronxville, Nueva York. El me pidió esperar un momento en el auto y cada minuto pareció más largo que el anterior. Me sentía nerviosa y ansiosa, las manos me sudaban, la boca la tenía reseca, no aguanté más y salí del auto a esperarlo, pues sentí que me volvería loca ahí dentro. El frío ya tenía congelada mi nariz. Minutos después él salió y se sorprendió al verme fuera del auto.
—Lu, estás fría, vamos a adentro. No quiero que te enfermes. ¿Por qué no me esperaste adentro del auto? —dijo apagando el auto.
Luego me tomó del brazo, caminamos hacia la casa y cuando crucé la puerta quedé sorprendida. Había pétalos de rosas desde la entrada y un camino de velas que iluminaban el lugar.
—¿Qué…? —no pude terminar de hablar pues sus brazos me levantaron y caminó hasta llegar a la sala donde vi palomitas sobre la mesa, mis gomitas favoritas, mis Cheetos favoritos, vino, agua, y en la enorme televisión estaba el logo de Warner Bros. La emoción fue tanta que mi nariz comenzó a picar y mis ojos a llenarse de lágrimas.
—¡Esto es muy hermoso! —comenté cuando volvió a poner mis pies sobre el suelo. Era lo más lindo que alguien había hecho por mí.
—De haber tenido más tiempo para preparar… —no lo dejé terminar y mis labios chocaron con los suyos.
—Para ser mi primera cita, todo está perfecto —dije en el momento que me separé viendo hacia la mesa.
—¿Tu primera cita? —preguntó, y yo asentí.
—Aunque no lo creas, mientras estuve aquí esperé a que mi primera cita fuera el indicado, es decir, tú. Y durante el tiempo que viví en Los Ángeles estuve muy ocupada entre mis estudios y estar detrás de una estufa. Nunca acepté ninguna solicitud.
—Lo siento, no debí hacerte esperar tanto —puse un dedo sobre sus labios.
—Ya basta de hablar de lo que hubiera sido y no fue. Lo que importa es el aquí y el ahora, que estamos juntos y me muero por sentarme en ese sofá a ver la película que tienes pausada en la televisión.
—Recuerdo una vez que fui con Lucas a recogerte a ti y a Claudia del cine. Nunca se me va a olvidar que saliste llorando, diciendo que la protagonista solo pudo encontrar la felicidad en el más allá y no paraste de hablar sobre las veces que la muerte puede ser libertad para un alma, pero dolor para otra. La manera en cómo te había impresionado esa película me conmovió y me prometí verla contigo en algún momento.
—Por favor, dime que no es El laberinto del fauno —dije y sentí mis ojos llenarse de agua.
—Aunque podemos ver alguna saga o una película navideña, si quieres.
—No puedo creer que prestaras atención a ese detalle. Miremos la que ya tienes preparada primero, luego veremos que otra ponemos.
—De acuerdo, preciosa, ven.
Miles me ayudó a quitar mi chamarra, tomó mi mano, caminamos hasta el sofá y nos cubrió con una frazada. Sus enormes y fuertes brazos rodearon mi cuerpo y así nos quedamos en completo silencio viendo la película. Él recargó su barbilla sobre mi cabeza y, en más de una ocasión, percibí que inhalaba el aroma de mi cabello. Su corazón latía a gran velocidad. La película terminó y como siempre terminé en gran llanto por la pobre Ofelia.
—No llores, mi amor —esa frase, “mi amor” alborotó hasta la más loca de mis hormonas y volteé a verlo—. ¿Por qué me ves así? —preguntó al ver cómo admiraba cada detalle de su rostro y la manera en cómo me aventuré a llevar mis manos a su pecho.
—¿Así como?
—Como si fueras a devorarme.
—¿Y se puede? —pregunté sin el más mínimo descaro.
—Me temo que eso no pasará por ahora, cariño. Tu padre y tu hermano me despellejarían vivo.
—¿Por qué?
—Créeme que me he controlado todo este tiempo. Deseo que seas mi esposa antes de llegar hasta ese punto contigo, hermosa —comentó, acariciando mi barbilla y no pude creerlo.
—¿Tu oferta sigue en pie? —pregunté dispuesta a hacer de estos días una locura.
—¿Cuál?
—De casarnos mañana.
—Nena, no creo que a tus padres les agrade esta idea. Quiero hacer las cosas correctamente.
—Dijiste que en estos días recuperaríamos lo que no habíamos hecho en estos años. Yo deseo ser tu esposa, tú te vas a ir y no sé por cuánto tiempo. Quiero esperarte no como una novia, si no como lo que siempre desee ser, tu esposa, Miles Milligan. A parte de que será el mejor regalo esta Navidad. Hagamos de estos días los más osados de nuestra vida. Vivamos estos días, ya que no sabemos qué sucederá mañana, pero sí que hoy nos amamos —concluí dándole un beso en sus labios.
Se puso de pie y se arrodilló delante de mí. Todas nuestras emociones estaban a flor de piel. Cada parte de mi cuerpo temblaba de emoción. Me había atrevido a confesar todo lo que por tantos años deseaba al ser su pareja real.
—Lucinda Kensington, esperé mucho para esto y esperaba tener las palabras correctas para este momento. Sin embargo, creo que la manera correcta para pedir matrimonio es prometer algo. Es por eso, mi amor, que prometo amarte cada día de mi vida. ¿Estás dispuesta a ser solo mía? —dijo con una sonrisa y una emoción muy visible en sus ojos.
—Siempre he sido solo tuya, Miles. Siempre he esperado por ti —respondí con lágrimas en mis ojos.
—¿Quieres ser mi esposa? —repitió.
—Sí, amor, claro que quiero —dejó un tierno beso en mi dedo anular, luego se acercó para nuevamente tomar mi rostro entre sus manos y unir nuestros labios en un cálido beso. Nos separamos y el resplandor de la luz de afuera me invitó a ver hacia la ventana.
—Está nevando —comenté. Él me invitó a ponerme de pie y caminamos hasta quedar frente al ventanal.
—Si te gusta, esta será nuestra casa.
—¿No ha traído a ninguna mujer aquí Sargento Milligan?
—Han venido mi madre y mi hermana quienes me ayudaron con la decoración; y Coralia, la señora que viene a hacerle la limpieza —dijo abrazándome.
Luego me explicó que esa casa la había remodelado Lucas y que le estaba ayudando a invertir su dinero en bienes y raíces.
—Me encanta que esté rodeada de árboles. Aleja por completo la sensación de que estamos cerca de la enorme y ruidosa Manhattan.
—Entonces, futura señora Milligan, es hora de llamar a todos y darles la noticia porque lo que menos tenemos es tiempo y necesitamos de toda la ayuda.
Rápidamente ambos tomamos nuestros teléfonos y comenzamos a llamar a nuestras familias. Por la nevada nadie salió de su casa, pero la locura que se vivía era increíble, era una increíble locura de amor. Hasta que, cansados de tantas felicitaciones, nos fuimos a dormir y me tomó por sorpresa ver mi maleta en la habitación. Todo el día había sido planeado antes de que yo llegara al aeropuerto.
Nos acostamos en nuestra cama y el sueño no tardó en venir a mí, especialmente ahora que el sonido del corazón de Miles era mi nueva canción para dormir.