Capítulo 3: La damnificada

2437 Words
Rostros desconocidos, miradas pérdidas, y nadie ahí parecía importarle lo que sucedía y dejara de suceder en la alta aristocracia. ¿Sabían de su desaparición? Se preguntó Gladys para sus adentros, mientras viajaba en el tren, a su lado izquierdo la custodiaba Heather. No había escapatoria, a la primera intención de huida, él le cortaría el cuello. Observó de reojo los rasgos de aquél muchacho, no habría de tener un poco más de la edad de su hermana menor Esme. Se permitió pensar un momento en cuál sería el motivo de que un chico de su edad terminara secuestrando jóvenes. ¿Acaso estaría siendo manipulado por el otro joven? ¿Cuál sería el motivo que una a estos dos hombres en una fechoría como ésta? —No se preocupe mi lady, no falta mucho para llegar. —susurró el joven de cabellos dorados como el sol que ahora mismo entraba por la ventana del ferrocarril. —Esperamos que disfrute el viaje. — ¿A dónde vamos? —preguntó temblorosa. Gladys estaba haciendo un sacrificio enorme para no largarse a llorar en medio del tren. Temía que ese fuese su último llanto. De hecho, intentó mirar fijamente a alguno de los pasajeros allí presentes, sostenerle la mirada quizás alguno, y señalarle mediante ellas que algo andaba mal con los hombres que la acompañaban. Pero al contrario de lo que esperó, nadie la miró. —Ya verá. —dijo el joven con una sonrisa deslumbrante. Gladys observó su perfecto semblante y no tardó en preguntarse el porqué de que un hombre de su índole se volvería un criminal. Pero acalló sus infantiles pensamientos y volvió a la realidad; ¿La estarían buscando? ¿El hombre que Heather acuchilló habrá llegado a dar el mensaje? ¿Seguirá con vida? El tren se ha parado. El muchacho de los ojos pardos se levanta de su asiento y acto seguido la toma del brazo. —Heather, ahora la escoltaré yo. —agregó apócrifo el joven. —Además, creo que a la Srta. Le gustaría más ser escoltada por un conde, como todas las hijas de la alta sociedad. ¿No es así Gladys? —Como si fueses a ser un conde. —replicó beligerante mientras bajaba del tren escoltada en sus brazos. —Ohh mi lady, claro que lo soy. Nuestro inoportuno encuentro no ha permitido que nos presentemos correctamente. Soy Howard Collingwood. Glagys, impávida, recordó haber escuchado ese mismo apellido hacía tiempo atrás, cuando su padre le comentaba de pequeña que una vez que crecieran tendrían que aspirar a familias como los Woodgate o los Collingwood. Pero tiempo después dejó de escuchar a su padre nombrar a éstos últimos. ¿Podría ser este joven realmente un Collingwood legítimo? Nada habría de raro si lo fuese, pues su aspecto era más bien el de un príncipe. ''Pero los príncipes no secuestran jovencitas'' se respondió instantáneamente. — ¿A dónde nos dirigimos? —preguntó al verse encaminada hacia la salida de la estación. —Que pregunta Gladys, por supuesto que afuera. Donde nos espera el cochero. —aclaró el conde, mientras posaba su mano un poco más arriba de su cintura. Gladys intenta quitarle la mano, pero de pronto se ve abrumada por tanta gente mirándola, o mejor dicho, mirándolo. Las señoritas sonreían suspicaces mientras le dirigían todas las miradas al joven. A Gladys incluso le pareció indecorosa la forma en la que tantas miradas se depositaron en él. Ni siquiera pudo haber pedido ayuda mediante señas, porque su existencia pasó a ser total o parcialmente eclipsada con la presencia de los dos jóvenes allí presentes, que ahora mismo la escoltaban a la berlina más cercana. Se permitió el regocijo, pero solo un poco, para luego terminar volviendo a la realidad, estos jóvenes la habían secuestrado. Nada tenían de galanes. Y nada tenía de dichosa su situación. —Suba a la berlina, por favor. —dijo con arrullo el joven Heather, quizás con una ternura que Glagys no notaba en un muchacho desde hacía tiempo. Éste le recordó a su hermana Esme, y por un momento hasta olvidó que el mismo joven le había acercado un cuchillo a la yugular la noche anterior. Gladys sube a la berlina y seguido a ella, el joven cautivador de todas las miradas inocentes de las señoritas de la estación, quizás el adalid de todas las fantasías de las jovencitas de la época. — ¿Terminó su espectáculo? —comentó con ironía la joven Gladys mientras observaba de reojo a su secuestrador, olvidándose quizás de ése hecho. —No esté celosa Srta. Gladys. Ninguna de esas jóvenes serían de mi interés. — ¿Y quién sí? —preguntó, para luego ruborizarse y devolverse a la situación actual. —Disculpe. —consiguió decir. — ¡Ni siquiera sé porque me estoy disculpando! —Porque me ha planteado una escena de celos digna de intereses románticos. ¿Acaso Ud. Desea eso? Desde luego que Ud. Podría ser de mi interés, aunque en este caso estudiando los roles que estamos llevando por el momento no podemos tener algo. —comentó Howard. — ¡Claro que no quiero eso! —aclaró ella. Su rostro se tiñó de algo que jamás pensó experimentar, de vergüenza. —Pues a mí se me ha hecho algo muy tierno de su parte, Gladys. —agregó sin pudicia. —No quiero tener nada que ver con ustedes. Quiero irme a mi casa. ¿Qué es lo que quieren? ¿Dinero? —comentó asidua. —Si es dinero lo que desean, mi familia e incluso la de mi prometido darán lo que sea, solo pongan un precio. —Gladys, ¿no lo pillas, cierto? —preguntó mirándola fijamente a los ojos. Ésta vez con una mirada más solemne, como si hubiese cambiado de persona, como si no fuese el mismo que tonteaba con ella hace cinco minutos. — ¿Pillar qué? —No queremos dinero. Queremos al conde. —volvió a decir. ''Otra vez con eso'' pensó Gladys. —Ya le he dicho que mi padre está muerto. Esto que hace no tiene sentido. ¡Solo déjeme ir! —insistió ella. Heather saca su navaja y se la acerca nuevamente a la yugular. —Srta, obedezca al conde Howard, por favor. —Gladys observa la situación mientras se traga un poco de saliva, ésta, trajinó a través de su garganta lentamente. —No me gusta ponerme serio, Gladys. ¿Ud. Me quiere ver serio? —preguntó mientras la miraba fijamente, con la mirada fría, como si no tuviese problema alguno de degollarla si fuese necesario. Gladys reniega con la cabeza lentamente con gesto dócil. —Eso espero. Gladys, no tengo miedo de matarla. Su vida me da lo mismo que la vida del cochero que apuñaló Heather el día que la trajimos con nosotros. Sin duda es necesaria, pero no tengo problema alguno en ordenarle ahora mismo a Heather que la aniquile. Por favor, no sea estúpida, y obedezca. Gladys asintió con la cabeza. Howard le dirige una seña a Heather, y éste, le retira el cuchillo de la cercanía de su yugular. —Dentro de un momento llegaremos y no quiero sorpresas. No me gustan las sorpresas. ¿Entiende, Srta. Gladys? —Gladys vuelve a asentir con la cabeza. —Y por favor, hable. No me tema. —dice sonriente. Gladys no puede evitar llorar, las lágrimas comienzan a verter. La berlina se ha parado y eso era señal cada vez más de que estaba muy lejos de casa. Sintió que serían sus últimos momentos de vida. Ahora mismo se encontraba desconcertada, añorando abrazar a su madre y a su hermana Esme, que desde luego debían estar preocupadísimas desde su desaparición. Se preguntó si el joven Woodgate, Carlisle, estaría enfadado. Quizás después de su desaparición previa al compromiso, los Woodgate podrían estar muy enfadados por perder a la esposa para su único heredero. Pero desde luego eso no era un problema. Carlisle era muy apuesto, podría conseguir a alguien mejor que ella para realizar el casorio. Ahora lo que más le preocupaba era como seguirían su madre y su hermana después de su desaparición, ya se vaticinaba las miradas lastimeras de sus conocidos, o los comentarios poco acertados y poco almibarados de las Browning. — ¿Por qué llora Srta. Gladys? —le preguntó el joven Heather. Gladys sofocada tras una barrera de flema se detiene en él por un instante. — ¿Qué por qué lloro? Pues por esto, porque más. —dijo seseante. Howard baja y rodea la berlina para poder abrirle la puerta a Gladys. —Mi amo no la lastimará. —susurró. —Pero manténganse calma, no queremos hacerlo enfadar. '' ¿Mi amo?'' hizo hincapié Gladys, pero Howard ya le estaba abriendo la puerta con gesto cortés. —Srta...—dice Howard ofreciéndole su mano para ayudarla a bajar. Gladys se seca las lágrimas con una mano mientras que con la otra le recibe el gesto. Observó boquiabierta el lugar, era nada más y nada menos que un puerto. A unos pasos se encontraban entre los cruceros más grandes de la época, el crucero con el que se volvió de América. No tardó en reconocer el puerto en el que estaban. Exhaló una nube de vaho. Por fin un escenario conocido. No debía de estar tan lejos del pueblo. — ¿Y qué hacemos aquí si se me permite saber? —preguntó a Heather, en quien ahora era el que más parecía darle confianza entre los dos. Heather agacha la mirada sin responder. —Srta. Ud. Se ha ganado un viaje en crucero. No hace falta agradecérmelo. —respondió Howard vehemente. —Me dan náuseas los cruceros. —consigue decir Gladys en un pobre intento de engañarlos. De hecho había estado acostumbrada a viajar en cruceros desde pequeña, cuando comenzó a ir a América con su padre. Consciente de que no estaban tan lejos del pueblo, su propósito era claro, no alejarse más. Temía quizás, de que no la encontraran una vez se subiese al navío. —Srta. Gladys, no tema, ni siquiera sentirá que está en uno. Mis barcos suelen ser muy acogedores. —agregó Howard mientras entrecruza su brazo con el de ella y la escolta hacia el navío más cercano. — ¿Mis barcos? —preguntó ella. —Son solo una de las muchas adquisiciones como único heredero vivo de los Collingwood. —aclaró con ínfulas. '' ¿Único heredero vivo? ¿Será que es realmente un Collingwood? No puede ser. Porque un Collingwood estaría haciendo esto.'' Se decía para sus adentros nuevamente Gladys mientras era escoltada al crucero próximo y despedía su última oportunidad de escapar al ver que el puerto estaba vacío, nuevamente, como si el mundo conspirara en su contra y le trajera un montón de desdichas seguidas. El barco era digno de ser llamado crucero, Gladys observaba abrumada, las cortinas que caían delicadamente en el salón principal dejando entrar un hilo de luz. El techo del salón de baile, con dibujos pintados y detallados quizás por algún pintor de la época. Los retratos de personas que no conocía. Se preguntó si serían algunos Collingwood. Suelos de mármol por todas partes, que daban el toque suntuoso. Las escaleras con detalles tallados en el barandal. Escalón por escalón y aún desde que entraron al crucero no se encontraron con nadie. — ¿Un crucero sin pasajeros? —instó. —Le puede llamar mi crucero personal. —respondió Howard con una sonrisa al semblante. — ¿Y quién maneja el barco? —Oh, no se preocupe por eso. Tenemos capitán. Pero desde luego no se hará ver. —dice Howard, mientras la toma de la cintura y le susurra algo al oído. —Y no intentes buscarlo. El escalofrío invadió el cuerpo de Gladys. Sumisa, asintió con la cabeza intentando dar un ''Si...'' —Heather, acompaña a la Srta. A su habitación. —designó Howard, dicho esto el muchacho de los ojos pardos apresura a guiar a Gladys por los pasillos. —No tema, está en buenas manos. —sonrió alegre. ''Ese hombre está loco'' consiguió pensar ella. Siguió por los pasillos al jovencito, mientras observaba las puertas cerradas a sus costados, se preguntó si estarían trancadas. Inspeccionó durante el trajín cada una de las rutas de escape posibles hasta que llegaron a la habitación principal. —Aquí es Srta. —dice Heather, indicándole que entre. Una vez dentro, Gladys rodó los ojos por todo el escenario. —Sin ventanas ehh...—bromeó. —Por órdenes del amo, debo asegurar la puerta. La habitación tiene baño independiente, así que no será necesario que salga. Si necesita algo, solo golpeé la puerta. Estaré del otro lado. —explicó Heather y posteriormente cierra la puerta con llave. —Huh...así que esta es la situación... Gladys entra al baño buscando algo que quizás le sirva para defenderse de sus secuestradores, pero por el contrario, el baño no tenía ni espejos. Descartó la idea tras ver que la habitación había sido probablemente vaciada antes de su llegada, como quien dice, para no dejar cabos sueltos. Abrumada con la decepción de no poder encontrar, nuevamente, una salida. Decide recostarse en la cama que yacía en el centro de la habitación. Se recostó mirando hacía el techo, y se preguntó si su padre la estaría viendo desde donde esté. Le rezó, y le encomendó a él, encontrar la salida para su apresamiento. Pero él no la oyó. Y no puntualmente porque no estuviese en el cielo, si no, quizás, porque no estuviese muerto. Dunster, 1873. Sábado. 1:15 am. Bar Los Sombreros. —Secuestraron a una jovencita en Londres. Y luego uno se lamenta por ser pobre...—explicaba un hombre mientras tomaba una cerveza y leía los periódicos del día anterior. — ¿Cuál sería el lado bueno de ser pobre? —contestó entre risas su compañero, mientras daba un sorbo de cerveza. —Vea hombre, yo soy padre de dos niñas. Y por lo menos están seguras ordeñando vacas con la misma edad de estas chiquillas, que luego se les obliga a casarse con tipos de nuestra edad solo por apariencia. —contaba el hombre mientras dejaba de lado el periódico. —Un brindis, por nosotros compadre. Por nuestras familias. Aunque tú estés lejos de la tuya. —esbozó. El otro hombre se reía, con las mejillas de un color rosado por el efecto del alcohol. Tomó el periódico para leer la noticia y entender de qué hablaba su borracho compañero, entonces, leyó entre líneas y no pudo evitar leer el apellido de la familia damnificada; ''La familia Hamilton''. Su familia.
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