Capítulo 4: Desilusión

3112 Words
A las oscuras de la noche y la neblina que ahora mismo abolía a los ciudadanos de Londres, que resguardados en sus casas, evitaban la frialdad. Lo que no sabía el ciudadano común, era que en noches como ésta, Londres era lugar de encuentros cautivos y otros fugitivos, como el fugitivo de los Woodgate, su hijo mayor Carlisle, que ahora mismo se encontraba entrando en las aceras de la mansión de las Browning. Las sirvientas habían sido testigos de que no era la primera vez en la semana que el futuro heredero de los Woodgate pasaba las noches allí y se marchaba en tanto amaneciese. De hecho, la frecuencia de estos sucesos era muy común en la mansión de las Browning. Desfilaban varios hijos de duques y futuros herederos en la habitación de Victoria. Pero sin duda nunca antes el prometido de una de las hijas solteras de la familia amiga de las Browning; Las Hamilton. —Me pregunto si te escabullirás así en la cama de la Hamilton. —espetó Victoria mientras Carlisle entraba silenciosamente en su habitación, a oscuras, para que nadie lo viera. —Victoria, por favor. —respondió tácito. —Desde luego que no lo harías. De todos modos esa cría no me llega ni a los talones. Ni siquiera le han crecido los pechos. —¿Realmente quieres hablar de los pechos de Esmeralda Hamilton? —susurró mientras se acercaba a su cuello. —Quiero saber porque ella. —inquirió. —Victoria, ya hemos hablado de esto. —mitigó. —No es algo como si pudiera elegirse. —Debería. Las personas se casan porque se aman, no porque prepararon su matrimonio por conveniencia. Y si así fuese, ¿Qué es lo conveniente de una Hamilton? —instó. —Que no eres tú. —espetó él. Victoria le dirigió una sonrisa sesgada mientras se levanta de la cama, luciendo solo un corsé con liguero, medias y enaguas. Carlisle se permitió admirarla, la mujer que tenía a su lado y que ahora mismo parecía haberla lastimado. Se preguntó si fue muy duro con sus palabras, pero solo por unos segundos. —Sabes que jamás hubiese elegido este camino para mi vida, Victoria. Pero mi familia considera más conveniente que me case con una Hamilton. Ellas han tenido el perfil muy bajo y eso le gusta a la sociedad. —explicó. — ¿Y yo no le gusto a la sociedad? —insistió ella. —No lo niego. Eres todo lo que quieres Victoria, y créeme que eres todo lo que yo quiero, pero no lo que quieren ellos, mis padres. Conocen lo que se habla. Nunca te elegirían a ti antes que a una Hamilton. No tengo nada que ver con eso, y no puedo hacer nada tampoco. Es mi deber. —respondió mientras se paraba junto a ella y la tomaba de la cintura. —Por favor, dejemos aquello de lado, solo por un momento. —Solo te voy a decir una cosa, Carlisle. Que yo te ame, no significa que te voy a esperar todas las noches después de que te cases. —atisbó, separándose de él y volviendo a la cama. Él la siguió, sumiso, y cautivado por su cabellera color café tirando a rojizo, que ahora mismo estaba suelta y le llegaba a la cintura. La acarició, y mientras le acariciaba el pelo, y Victoria de espaldas, no pudo imaginarse en su lugar a Esme Hamilton, rechazó la idea instantáneamente. ¿Cómo podría acostumbrarse a la idea? Si todo lo que a él le complacía de alguna u otra manera estaba en Victoria. Lejos de aquella chiquilla que carecía de sensualidad. En la mañana siguiente, Victoria se encontraba dormida, sus cabellos despertaban a Carlisle depositados en su nariz, dándole una leve picazón. Él permite abrir los ojos lentamente, Victoria no estaba muy distinta a la posición en la que se durmió, de espaldas a él, con los muslos y las caderas al descubierto. Su instinto quiso abrazarla, y quizás, hacerle el amor una vez más. Pero se deshizo de la idea rápidamente, tenía que marcharse antes de que amaneciera. Subió a su berlina y le dio unos billetes al cochero que esperaba en las aceras de la mansión Browning. Pagando por algo que quizás ni él sabía que. Si su silencio, o por conservar la imagen del casorio perfecto. Lejos ya de la mansión Browning, se preguntaba el sentido de todo. Se preguntó si así sería después del gran día, si tendría que escabullirse en la alcoba de Victoria cada vez que tuviese ganas de un arrebato de pasión, o si ésta, le recibiría después de que estuviese casado. Al llegar a la mansión Woodgate, su padre lo esperaba en la mesa principal con mirada solemne. Se aclaró la garganta cuando lo vio entrar. Carlisle se acomodó el pañuelo y se vaticinó lo que vendría tras ver el rostro de la sirvienta que le estaba sirviendo el té a su padre Arthur. — ¿Con la misma ropa de ayer eh? —dijo Arthur. —Había mucha neblina, me he quedado en lo de los Nightray. — ¿En lo de los Nightray o en lo de la joven Browning? —instó. —Padre, ¿a qué viene todo esto? —replicó Carlisle mientras le dirige una mirada desentendida. — ¿Me está controlando? —Si tuviera que hacerlo no serías heredero. Solo que a veces me encuentro con el deber de guiarte. —explicó su padre. —¿Realmente me quieres guiar o me quieres controlar? —Solo quiero que entiendas, Carlisle, que pronto te presentaremos ante la sociedad como el único heredero de la familia, y tan pronto lo hagamos, tendrás que actuar como un hombre y demostrarnos que no metemos la pata contigo. Por lo tanto, sería bueno que dejes de escapar para encontrarte con esa mujerzuela, y comiences a escoger bien con quien te acuestas, y por lo menos, ser precavido. — ¿Mujerzuela? —replicó con desenfado. —¿Estás tratando a Victoria de mujerzuela? No me lo creo. No puedo creer que estés dirigiéndote así de una Browning. —Por favor, solo hace falta ver el historial que tiene la madre de esa muchacha desde que enviudó. Desde luego que son conocidas en la sociedad, pero también hay rumores. —explicó el hombre mientras tomaba un sorbo de té. — ¿Y hozas llamar a Victoria mujerzuela porque hay ''rumores''? —señaló haciendo énfasis en esta última. —Ciertamente de algún modo cuando tu madre vivió habrá influenciado a que tengas relación con las Browning, pero ella no está aquí, y no sé cuál es el lazo afectivo que tienes con esa joven, pero tienes que ser consciente de que vas a casarte, y no está bien visto que te escabullas en las noches para irte en sábanas ajenas a las de tu prometida. —Jamás elegí tener una prometida. —espetó Carlisle con el ceño fruncido. —Carlisle, ya no eres un niño. Actúa como un hombre. Estás teniendo una actitud indecorosa, y estás deshonrando a la familia. — ¿Yo estoy deshonrando a la familia, padre? La mayor de las Hamilton desapareció hace menos de una semana. Están devastadas. No las has dejado sufrir su tragedia en paz siquiera, las has chantajeado para que todo esto siga adelante. Y ahora me prohíbes que vea a Victoria. ¿Qué es lo que realmente estás buscando? —Mejorar tu futuro. Cuando seas un hombre, lo entenderás. Por lo pronto solo eres un niño. —respondió por último Arthur, mientras se levanta de la mesa y sale de la habitación. Carlisle se sienta a pensar unos minutos hasta que viene la sirvienta a preguntarle si desea algo. Experimentó entonces algo que nunca antes deseó experimentar, razón por la que jamás quiso tener una relación antes o cualquier que se le acercase, se sintió atrapado, encerrado, se sintió esclavo. Esclavo de su familia y de su linaje. ¿Valdría su estatus el precio a pagar? ¿Y cuál sería el precio a pagar? Se dirigían en ese mismo momento en una berlina rumbo a la mansión Woodgate, las Hamilton. Abrumadas por la entristecedora noticia de que se había cumplido seis días desde que desapareció Gladys Hamilton, y aún no había noticias. Se había esparcido en los periódicos de todo Londres un retrato de Gladys Hamilton, ofreciendo una recompensa a cambio de información de su paradero, una recompensa ofrecida por la familia Hamilton y la familia Woodgate, al mismo tiempo que se anunciaba el casamiento de Esme Hamilton con Carlisle Woodgate. Las opiniones eran varias, algunas columnas del periódico sugerían que el casorio debía de suspenderse al menos hasta tener noticias de la secuestrada, y otros creían que era la unión lo que salvaría a esta familia de la depresión a causa de la tragedia, y esto colocaba a los Woodgate, en buena posición. Pero la realidad era que estaban lejos de salvar a las Hamilton de la depresión, y la única razón por la que mantenían en pie la decisión era que estaban desprotegidas al ser solo dos mujeres, y necesitaban protección de la familia Woodgate. Y también ayuda económica en caso de que los secuestradores se manifestasen y pidiesen una suma de dinero a cambio de Gladys, lo cual era lo esperado y anhelado, más solo querían de vuelta a Gladys. —En ocasiones como ésta, me siento ingrata. —espetó Esme mirando a la nada. Su madre, Elizabeth, gira los ojos para verla fijamente. — ¿Por qué hija? ¿No querías venir hoy? —preguntó dulcemente. —No quería venir hoy, y no quería venir nunca. Esto es ridículo. —explicó. —Lo sé hija, pero estamos desamparadas. Al principio Carlisle Woodgate solo era un buen postor, ahora es la salvación para que podamos salir adelante después de la tragedia... — ¿Tragedia? Madre, Gladys no está muerta. Eso solo lo dicen los periódicos, no necesitamos salvación de nadie. —Pero sí amparo, Esme. Esme rodó los ojos a la ventana nuevamente en cuanto discernió que entraban a las aceras de la mansión Woodgate. Sumisa, calló todos sus pensamientos y se dijo para sus adentros que eso es lo que haría su hermana Gladys. El sirviente de los Woodgate guió a las Hamilton al salón del té principal, en donde las recibieron Arthur y su esposa Érica Van de Woodsen. Arthur mandó a llamar a su hijo, Carlisle, que se encontraba divagando en su alcoba sin saber que recibiría visita de su prometida ese mismo día. —Espero que no se molesten, he invitado a los miembros de las familias mas importantes para ser testigos en esta pequeña fiesta de té, del amor que tienen los comprometidos y el porqué de que la boda debe realizarse. —explicó Arthur a Elizabeth Hamilton. — ¿Ud. Quiere decir que invitó a otras familias para que vean que el casorio no es una farsa? —preguntó hozada Esme. Su madre le dirige una mirada displicente. —Lo siento. —se corrigió. —Ohh, que graciosa jovencita. No querida Esmeralda, el motivo de esta pequeña reunión es para que aquellos columnistas que muestran desagrado porque se realice el casorio, y que nos posiciona a ambas familias como monstruos fríos inapetentes al secuestro, se retracten, y vean que el motivo por el cual se realiza la boda no es más que el simple y más puro amor, que solo se vio envuelto en una tragedia devastadora, pero que de todos modos no es impedimento para una muestra de amor. —explicó Arthur. —Esos columnistas nos han dejado una mala imagen a ambas familias, es nuestra prioridad demostrar lo contrario, además, ¿Quién no ama al amor? —agregó Érica. Esme se preguntó si realmente esto era una muestra de amor o solo un compromiso fluctuado por intereses que iban más allá de los propios intereses de los comprometidos. Pero no consiguió decir nada, después de todo, era una joven de la alta aristocracia, es lo que se esperaba de una Hamilton. — ¿A quiénes invitaron para la jornada de hoy? —preguntó Elizabeth Hamilton mientras tomaba asiento y se acomodaba en la mesa del té. —No se preocupe por eso, Sra. Hamilton, Ud. Goce del té, y nosotros nos haremos cargo de los invitados, que desde luego no son muchos. —aclaró Arthur, mientras tanto, entraba a la escena Carlisle, desencajado al encontrarse a primera vista con las Hamilton en el salón de té. —No sabía que recibiríamos visitas, o me hubiese vestido mejor. —aclaró, mientras le dirige una mirada expectante a su padre, esperando quizás encontrar en este una respuesta al desconcierto. —No te preocupes hijo, esto será una reunión muy privada. Faltan algunos invitados más, pero vendrá bien tu atuendo hogareño y tu desprolijos en esta ocasión. —dijo Arthur a lo que parecía más una ofensa que a una aclaración. —Sé educado, por favor, con las Hamilton. Dicho esto, Carlisle prosigue a saludar a las Hamilton con gesto cortés y toma asiento junto a Esme, como le indicó a miradas su madrastra Érica. —Disculpe padre, ¿ha dicho que vendrían más invitados? —inquirió. En cuanto Carlisle preguntó aquello, entró en escena Allen Nightray, junto al conde Nightray y su joven esposa Aniss. —Justo a tiempo, Nightray. —saludó cordialmente el conde Woodgate. Carlisle se alegra de ver a Allen, lo recibe amablemente. — ¿Tienes idea de a qué viene todo esto? —le dijo entre dientes. Allen le dirige una mirada desentendida y prosigue a saludar a las Hamilton. —Tú debes ser Esme Hamilton, la futura esposa. —dice Allen. Esme se levanta de la comodidad de su asiento y le dirige una reverencia. —Srta, Sra. Siento mucho su pérdida. —No se preocupe. Recuperaremos a Gladys. —agregó la Sra. Hamilton. —Desde luego que sí. —dice Allen. — ¿Esperamos a alguien más, padre? —instó el joven Carlisle. Arthur solo sonríe, y prosigue a hablar con el conde Nightray. La íntima fiesta del té daría lugar a nuevas opiniones y estaría dispuesta a cambiar la posición de aquellos que estaban en contra de que se realice la boda. El plan era simple, demostrar que algo más unía a estas dos familias que los intereses monetarios, y era el amor que se tenían Carlisle Woodgate y Esme Hamilton. Y claro que no solamente habían de invitar a los Nightray para demostrarlo. —Carlisle, aún no has demostrado a la familia Nightray el porqué de que celebramos esta mañana. —agregó Arthur. Carlisle intenta seguirle la corriente como puede. —Recuérdeme que celebramos, padre. —Pues que más, la boda. ¡Un beso entre los comprometidos! —exigió el conde. — ¿Un beso? —preguntaron al unísono Carlisle y Esme. — ¡Eso sería muy enternecedor! —exclamó la esposa del conde Nightray, quien ofrecía en algunas ocasiones información para las columnas en el periódico ''Londres Lite'' sobre la alta sociedad. Carlisle exhaló una nube de vaho, y se acerca a Esme intentando esbozar una sonrisa que disimule su desagrado por su comprometida, y su ardua sumisión a todo. Ésta, temblando un poco, intenta ocultar su nerviosismo cerrando los ojos, sus labios se encontraron en lo que simuló ser un tierno beso de una pareja enamorada. Carlisle se separa de Esme y vuelve a rodar los ojos a los allí presentes, en cuanto divisa a Victoria Browning, junto a su madre y las dos mellizas, observando todo el suceso con gesto desesperanzador. —¡Aquí vinieron las Browning! —exclamó apócrifo el conde Woodgate. —Se han hecho esperar. —Pero ya estamos aquí, conde. —hizo reverencia Emma Browning y su hija Victoria. —Niñas, saluden al conde. —le indicó a las menores de sus hijas, Adele y Eliana. Ambas niñas saludaron alegremente y luego tomaron asiento en la mesa del té. Carlisle sumergido en culpas, observaba a Victoria, con los ojos abiertos como platos, esperando quizás alguna respuesta de ella. Al contrario, Victoria solo se limitó a dirigirle una mirada vacía y exasperada antes de tomar asiento en la mesa junto a sus hermanas menores. Dos familias más llegaron al lugar; Los Defoe y los Tomlinson. Y todas estas presencias parecían estar conformes con la nueva parejita de la alta aristocracia, y tampoco parecían dudar del amor que existía entre ellos. Claro a excepción de Victoria, que encontró momento para levantarse del asiento e ir a jugar con las mellizas en los jardines de la mansión. Sabía que no era necesaria su absoluta presencia en la reunión. Carlisle encontró momento para inmiscuirse e ir tras ella, a explicarle lo que habían visto sus ojos. Claro que no era necesario, ambos eran conscientes de lo que sucedía y de las obligaciones que tenían como herederos de la alta sociedad, pero era la primera vez que Victoria era testigo de un beso entre Carlisle y otra mujer que no sea ella. Y Carlisle se comía en culpas. Y no especialmente porque ella lo hubiese visto. —Victoria...—dijo llegando al jardín. Victoria se voltea para mirarlo un segundo, luego le susurra a las mellizas algo y éstas corren adentro. —Lo que viste ahí dentro...—intentó decir. — ¿Me estás dando explicaciones? —instó ella. —Todo ha sido fingido. No la besé porque quisiese. —aclaró. —Lo sé. —espetó Victoria. —Ella no es de tu gusto. Pero eso no cambia las cosas. —¿De qué hablas, Victoria? —Te casarás con ella. Te guste o no. Y habrán muchos más besos de esos y un día tu padre querrá que tengas un heredero, y luego tendrá que darte un hijo, y eventualmente todo se terminará. ¿Y sabes Carlisle? Yo también quiero tener hijos. También querré todo lo que tendrás con ella. No podré esperarte ni podré seguir ajustándome a tus caprichos, como siempre lo hice. Se van a casar, no puedo competir con eso. —dice mientras se le empañan los ojos. Tomó aire y tragó saliva, suspiró, parpadeó unas cuantas veces y volvió adentro, pero antes de hacerlo agregó; —Intenta no seguirme, se darán cuenta. —dijo por último antes de desvanecerse por el pasillo devuelta al salón. Carlisle quedó estupefacto, con un sabor agridulce que había tenido la última vez cuando su padre se casó de nuevo tras la pérdida de su madre. Un nudo en la garganta y una punzada en el pecho que indicaba que algo no estaba andando bien. ¿Así se sentía quizás un corazón roto?
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