Durante días, Mabel y Bastian cabalgaron juntos sin pronunciar palabra. La distancia entre ellos no era solo física, sino emocional. Él seguía dolido por la bofetada que ella le había dado aquella madrugada, y Mabel no podía perdonar la arrogancia autoritaria con la que él había intentado imponer su voluntad. Comían en silencio, apartados, apenas intercambiaban miradas. Pero al llegar la noche, compartían la misma campaña. Se acostaban espalda con espalda, sin tocarse mientras estaban despiertos, como dos extraños forzados a convivir. Sin embargo, cada amanecer los encontraba abrazados, enredados como si sus cuerpos recordaran en sueños lo que sus corazones se negaban a admitir en vigilia. Al abrir los ojos, se separaban con brusquedad, saliendo cada uno por su lado, fingiendo desdén, como

