Mabel apenas había dormido. El beso de la noche anterior la había dejado atrapada en un torbellino de emociones difíciles de clasificar. En su mente se debatían el remordimiento, la euforia y una extraña felicidad que revoloteaba en su pecho como mariposa enjaulada. ¿Había sido un error? ¿Había cruzado una línea prohibida? ¿Por qué sentía que algo dentro de ella se había encendido? Sabía que lo vería en el desayuno, y solo la idea de su presencia le aceleraba el pulso. Se arregló con esmero, optando por una camisa blanca, jeans ajustados y botas de montar. Buscaba lucir natural, pero la tranquilidad le era esquiva. Al llegar al comedor del rancho, lo primero que notó fue la presencia de Manrique, Dafne sentados junto a Elijan y Yanina. Tragó saliva, contuvo el gesto de incomodidad y se

