Unas horas después, cuando las risas se desvanecieron con el eco del último brindis, y las sombras comenzaron a apoderarse de la mansión, Mabel desapareció en silencio. Manrique, que ya se quejaba del cansancio del viaje y del peso de los tragos, decidió irse a dormir junto a su esposa, Dafne. Elijan, sin mucho interés en el descanso, subió lentamente las escaleras. Sabía que Yanina lo esperaba en su habitación, una presencia que pesaba más de lo que atraía. La encontró allí, sentada en el borde de la cama, sus ojos delineados con rabia contenida y el rostro endurecido como piedra de escarcha. —Te gusta la niña esa, ¿verdad? —lanzó de inmediato, sin dejar espacio para explicaciones, su voz tan cortante como una hoja de vidrio. Elijan se quedó en silencio por un segundo. Sus hombros se t

