Capítulo 6. Sospechas y tentaciones
La tensión en la habitación se volvió insoportable.
No estaba dispuesta a bajar la mirada, ¡ya no! Fue entonces cuando lo vi levantarse de la cama, Francisco caminó hacia mí lentamente, su mirada estaba fija en el espejo, en mi rostro.
Cuando lo tuve cerca pasó lo que ya sabía que pasaría, no senti nada... él de pronto apoyó sus manos sobre mis hombros., las senti calientes y a la vez frías, ni me quemaron ni me produjeron escalofríos, simplemente no sentí nada en absoluto, bueno nada no... sentí molestia, repulsión... saber que me estaba tocando con las mismas manos que quizás había tocado a su querida Valentina, eso fue lo que me provocó repulsión.
Antes de que me diera cuenta me giró con brusquedad, haciéndome chocar con el borde del mueble. Su mirada era oscura, como si estuviera luchando contra algo dentro de sí mismo.
-- Sigues siendo mi esposa – me dijo con los dientes apretados.
-- Si yo quiero dormir en esta habitación, puedo hacerlo cuando quiera, no tienes que cerrar nunca más la puerta con llave –
-- ¿Recién te acuerdas de que esta es tu habitación? – le respondí, con el corazón desbocado.
No me dio tiempo de escapar. Sus labios aplastaron los míos, torpes, furiosos, desesperados. Me había arrepentido de provocarlo, pero sentí tanto placer al hacerlo.
Francisco me besó con un besó que no era de amor, era más bien como un reclamó, una sensación de posesión que debía dejar clara. Sentí una de sus manos enredarse en mi cabello, mientras que la otra apretaba mi cintura empujándome contra él.
Me debatí contra él, pero el peso de su cuerpo era demasiado para mí.
Tres años de rechazo se convirtieron en esa violencia absurda, en ese intento de hacer suyo lo que jamás había querido antes. Mis manos comenzaron a golpearlo con fuerza, podía sentir como mis puños golpeaban su pecho, y mis uñas arañaban todo lo que estaba cerca, podía recordar cómo había actuado aquella noche con ese desconocido, sin embrago lo que los dos me producían en este momento era algo tan diferente...
Pude oírlo gruñir mientras mis uñas hacían de las suyas, sintiendo como mi futuro ex esposo me sujetaba con más fuerza.
-- Vas a ser mía, aunque sea una vez Camille – me susurró con voz áspera, el calor de su aliento me rozaba el cuello, provocándome asfixia.
El terror que comencé a sentir se mezclaba con la rabia, con la impotencia de no tener la fuerza suficiente para derribarlo, con el asco que me provocaban sus labios. Sabía que en cualquier momento podía perder lo único que aún me pertenecía... la dignidad.
Y justo cuando sus labios bajaron a mi hombro y sus dedos intentaron arrancar el broche de mi vestido… su teléfono sonó.
Ese sonido que conocía muy bien y que solo lo tenía cuando lo llamaba su querida Valentina fue como un disparo en la penumbra. Francisco se quedó inmóvil, respirando agitado. Miró la pantalla, y en cuanto leyó el nombre, retrocedió.
-- Vale... – murmuró.
Supe en ese instante quién lo llamaba. Era Valentina. Su voz cambió por completo en cuanto atendió.
-- ¿Qué pasó, amor? – preguntó lleno de preocupación, nunca lo había oído asi, en los tres años de casada, nunca había utilizado ese tono o ese sobrenombre conmigo, ni siquiera cuando me queme intentando preparar un plato que él adoraba.
-- ¿Estás bien? … ¿Un accidente? ¡Dime dónde estás! – un silencio incomodo se apoderó de mi habitación.
-- Salga para allí, no te muevas – y esas palabras fueron las últimas palabras que escuché de él.
Francisco salió de la habitación como un rayo, me dejó allí, con el vestido torcido, con el corazón latiendo enloquecido del coraje y con las lágrimas ardiéndome en los ojos, y no porque se haya ido, ¡no! Sino por lo que intento hacer conmigo, por como quiso tenerme a la fuerza, por no respetar los tres años de abandono en los que me había tenido.
Ni siquiera me miró antes de salir, pero eso era algo que esperaba.
Él se fue corriendo al lado de su amor, mientras yo me quedé temblando, con el sabor amargo de la humillación que había vivido, pero también con la certeza de algo nuevo...
Francisco estaba empezando a sospechar de mí. Y esa sospecha al parecer lo enloquecía.
Francisco Montes
Durante tres años la ignoré. Eso me resultaba fácil.
Nunca acepté nuestro matrimonio, que mi abuelo me haya obligado a casarme con la mujer que me detuvo aquel terrible día en el que perdí a mi gran amor... eso ya lo olvidé, pero que ella haya aceptado casarse conmigo, un completo desconocido eso nunca lo perdonaré.
Camille no es nadie, ella no tiene familia, y me imagino que logró su propósito al unirse conmigo, y con los Montes... ella era silenciosa, obediente, casi invisible. Una sombra que servía el café y atendía a mi madre, que sonreía con una dulzura que yo encontraba irritable y que, cuando la miraba, parecía pedirme perdón por el simple hecho de existir.
Así ha sido por tres años, hasta hace unas semanas. No sé qué cambió primero: si su forma de caminar o su manera de mirarme. Ya no baja la cabeza. No se disculpa por el simple hecho de respirar como lo hacía antes. Hay algo en ella… algo que me perturba.
Nunca había ido antes a la empresa, quizás porque yo nunca la lleve, la verdad no lo sé y no me interesaba, pero verla allí, respondiéndole a mi Vale me dejó intrigado. Verla defenderse ante los comentarios burlones y sarcásticos de mi amada me hizo darme cuenta de su existencia...
Cada noche que llego a casa la encuentro distinta. A veces lleva el cabello suelto y ese aroma leve que se queda flotando incluso después de que se va, se me mete en el cerebro.
Ya no es la mujer que soporta mis silencios, ahora es la que me desafía con la mirada, la que no baja la cabeza ante los comentarios de mamá, la que no ha vuelto a hacer algo para llamar mi atención.
Y yo, que creí tener el control sobre ella, no entiendo por qué ahora me cuesta creer que lo haya perdido, y en lo único que pienso es en verla temblar.
Al principio pensé que era rabia. Que me enfurecía verla tan tranquila, mientras mi vida se desmoronaba con los problemas de la empresa y con el regreso de Valentina. Pero me he dado cuenta de que no es rabia.
Es otra cosa.
Desde aquella mañana que me mostró esos papeles de divorcio y que por suerte yo destruí no he podido sacarla de mi cabeza. Cuando cierro los ojos, veo la línea de su cuello, la forma en que ese vestido de color rosa se ciñe a su cuerpo.
Siento celos de un fantasma, de la idea absurda de que tal vez alguien la miró como yo nunca quise hacerlo... nunca había llegado tan temprano a casa como lo hace días atrás, saber que ella todavía no había llegado me llenó de coraje.
La espere en la penumbra y verla llegar con el vestido todo arrugado, con ese cabello mal arreglado, con sus labios de color rosa que parecían haber besado a alguien me enloqueció, pero sé que eso no es posible... ya en el pasado ha hecho de todo porque le preste atención, asi que no me extrañaría que se haya quedado afuera, en el frio de la noche, solo para que yo me fije en ella.
El problema mayor es que Camille Lirón, la mujer a la que siempre he despreciado, se ha vuelto un misterio para mí.
No la reconozco y eso me enferma.
Me obsesiona.
Durante tres años no he querido tocarla, convencido de que le debía fidelidad a un recuerdo, a Valentina. Pero ahora no soporto verla pasar a mi lado sin reaccionar. Quiero comprobar que sigue siendo mía, que sigue esperándome.
Y, al mismo tiempo, temo descubrir que no lo sea.
La imagino en otro lugar, con otro hombre, riendo como nunca lo ha hecho conmigo. Esa imagen me atraviesa, me destruye, me enloquece.
No sé si la deseo o la odio.
Solo sé que la quiero romper para volver a tenerla bajo mi poder.
Esta noche fue diferente... cada una de las últimas noches he notado que la puerta de nuestra habitación se encuentra cerrada por dentro, si bien es cierto nunca me preocupe por dormir allí, ahora si lo quería y me enloquecía saber que no podía.
Asi que esta vez fui más rápido que ella, entre a nuestra habitación y la esperé allí. La observé mientras se soltaba el cabello frente al espejo, como si yo no existiera. El reflejo de su piel bajo la luz, el temblor casi imperceptible de su respiración… me hicieron olvidar todo lo demás, sus respuestas evasivas y esa provocación al insinuar que no recordaba que era mi esposa, me enloqueció.
No sé en qué momento me acerqué. Solo recuerdo la necesidad que tuve de tocarla. Quería probar que todavía podía tenerla bajo mi control. Que no había nadie más en su mente y que seguía siendo mía.
Cuando la giré y mis labios chocaron con los suyos sentí un estremecimiento que no conocía. Ella temblaba, pero no de miedo. Era otra cosa: rabia, contención, vida.
Y ese temblor me enloqueció.
Tres años creyéndome dueño de todo, y de pronto comprendí que lo único que se me escapaba de las manos era ella. Que la mujer a la que había ignorado, humillado y convertido en sirvienta podía ser deseada por mí.
Mi cuerpo reaccionó antes que mi razón.
No la escuché. No quise escucharla. Solo quería que su silencio se rompiera bajo mis manos, la sentí defenderse ante mí, y no entendía porque, soy su esposo, tengo derecho a tenerla. Pero ella no lo pensaba asi.
Estaba nublado, no sabia lo que hacía... si no fuera por esa llamada quizás la hubiese hecho mia, pero no podía ignorar el nombre en la pantalla, no por nada le he puesto un sonido especial... era Valentina.