Capítulo 7. Una verdad tarde de entender.
Con esa llamada el aire volvió a mis pulmones.
Sentí vergüenza, miedo, rabia, desazón.
No sé de quién ni por qué.
-- ¿Qué pasó, amor? – respondí sin pensarlo, y supe que Camille me había oído, como no hacerlo si estaba tan cerca de mí.
Del otro lado, la voz de Valentina era puro drama. Un accidente. Una herida. Un suspiro que me ató otra vez a su red.
Cerré los ojos. Aún podía sentir el perfume de Camille pegado a mi camisa, el sabor de sus labios. Y, sin embargo, corrí. Salí de la habitación dejando tras de mí a la única mujer que, sin saber cómo, acabaría de desordenarme la vida.
Mientras conducía hacia el lugar del supuesto accidente, una parte de mí lo sabía... Valentina no estaba diciendo toda la verdad, no podía estar tan grave como se había mostrado en el teléfono, de ser así, no sería ella quien me hubiera llamado. Pero aun sabiendo aquello, yo acudí.
Pero por una parte estaba agradecido de esa intromisión, no sé qué habría pasado de quedarme en la habitación, estuvo bien escapar.
Porque si me quedaba, si volvía a besarla de esa manera, si volvía ver sus labios hinchados, estaba seguro de que no podría detenerme, pero también estaba seguro de que me habría arrepentido después.
Y por primera vez en tres años, tuve miedo de lo que podía pasar.
El camino hasta donde estaba Valentina se me hizo eterno, no entiendo que podría estar haciendo allí, tan lejos de la ciudad.
La noche caía densa sobre la carretera, y mi cabeza no dejaba de girar entre dos imágenes que me atormentaban: los ojos de Camille mirándome con miedo, y la voz de Valentina demostrando fragilidad al otro lado del teléfono.
No entendía qué demonios me pasaba.
Tres años soportando el silencio de esa casa, tres años creyendo que nada podía alterarme, y de pronto todo se derrumbaba de una manera extraña, esa forma en que Camille me había enfrentado.
Esa mirada… altiva, dura, limpia. No era la de una víctima. No era la mujer que yo creía conocer.
¿Dónde había estado yo mientras ella se transformaba de esa manera?
Apreté el volante. En mi pecho algo ardía, un sentimiento nuevo y violento. Era deseo, sí, pero mezclado con una sensación de pérdida, con el miedo de haber dejado escapar algo que era mío por derecho.
No quería admitirlo, ni siquiera ante mí mismo. No después de haberle dicho a todos los que me rodean que ella no es más que una carga para mí, una equivocación, algo desagradable que ni siquiera valía la pena mirar.
Después de haber conducido por una hora llegué por fin al lugar del accidente, pude ver el auto de Valentina chocado contra un árbol. Me apresure a estacionar y salir corriendo del coche, me siento fatal por haber pensado mal de ella...
-- ¡Vale! – gritó desesperado.
De ponto la veo, esta sentada en el asiento de atrás, corro hacia ella.
-- Vale por dios ¿estás bien? – le pregunto al notar sus ojos cerrados. Me maldigo por haber demorado tanto, pero apenas ella escuchó mi voz abrió los ojos para mirarme.
Su sonrisa fue lo primero que me golpeó, un gesto que conocía demasiado bien, ese pequeño arco en los labios que siempre usaba cuando conseguía lo que quería y su rostro, estaba perfectamente maquillado, al igual que su peinado.
-- Dios, Fran… qué bueno que viniste – me dijo en tono suave, como si acabara de sobrevivir a una tragedia. La revisé al segundo y pude notar que estaba bien, demasiado, a decir verdad.
-- ¿Dónde están los golpes del accidente? – le pregunté.
-- ¿Están en el auto no lo ves? Fran en serio senti que moría, no podía ni caminar, no sé como logré salir para ocupar la parte de atrás –
Pude ver que el auto estaba bastante magullado, sin embargo, las bolsas de aire no se habían activado, algo sospechoso, pero en ese momento no le di importancia, he conocido de accidentes y muertes por derrames internos, que precisamente no se ven.
-- ¿Cómo estás? –
-- No lo sé, tenía tanto miedo – me respondió, acercándose a mí, y rozándome el pecho con las manos. -- Te necesitaba Fran, no tienes idea de cuanto –
Por un instante quise gritarle que estaba bien, que todo lo que decía era mentira, que esta vez me había manipulado. Pero la costumbre, el sentimiento que por años he tenido para ella me detuvieron.
Valentina es mi único y gran amor, el poder que ella tiene sobre mi es especial. Me conoce demasiado bien, sabe qué tono usar conmigo para conseguir lo que quiere, cómo mover la cabeza, cómo poner cara de niña herida para que yo no pudiera dejarla sola.
Pero esta vez no era igual a las otras... porque mientras ella hablaba, yo no podía dejar de pensar en Camille, del beso que compartí con ella, aunque pensándolo bien, en ese beso solo yo puse pasión y eso... eso es lo que me comienza a enloquecer.
La forma en que se estremeció cuando la toqué, en su perfume pegado a mi piel, en el temblor de sus labios. Por primera vez en años, había sentido por ella algo real. Algo que Valentina jamás me había hecho sentir. Y eso no solo me enfurecía, sino que también me confundía y demasiado.
-- No tienes idea de lo que me hiciste pasar – le dije.
-- Tenía miedo Fran… pensaba que no ibas a venir, ya es tan tarde – me susurró, fingiendo una lágrima que jamás cayó.
La abracé, porque era lo que esperaba. Porque no sabía qué otra cosa hacer. Y porque no quería volver a casa.
No podía enfrentar a Camille, no quería hacerlo.
-- Ven, sube a mi auto – le dije y la ayudé a sentarse al lado del piloto.
-- ¿Qué vamos a hacer, estamos tan lejos de la ciudad y a esta hora? – la mire por unos segundos, luego levante la mirada en busca de algo conocido, fue allí cuando lo vi... el letrero de un hotel.
-- Creo que estaría bien si nos quedamos ahí – lo señale. Pude notar el rostro sonrosado de Valentina, pero no estaban coqueteando con ella, como hacerlo, la he respetado desde que volvió y eso me tenía reprimido, por eso también creo que sucumbí ante Camille.
-- Fran... – me comenzó a decir, su voz sonaba excitante.
-- No es lo que piensas Vale, pero no podemos volver ahora. Mañana llamaré a la compañía de seguros, debemos quedarnos cerca –
-- Yo... no piensen mal Fran. Es solo que... que va a decir tu esposa –
-- Que importa lo que diga, no será la primera vez que no llegue a casa a dormir. Lo sabes – le digo y la veo asentir.
Claro que lo sabe bien, muchas veces me he quedado a dormir en el sofá de su habitación, desde que volvió no he querido separarme de ella, pero no hemos tenido intimidad, nunca podría convertirla en una amante, no se lo merece... pero tampoco puedo dejar en libertad a Camille.
Ella se aprovechó de la situación, se aprovechó de mí y de mi abuelo, y debe pagar por ello. Es la única culpable de que no haya podido detener a mi amor.
Llegamos al hotel y para variar no había habitaciones disponibles, al final logré que nos dieran una suite... asi que me quedé a pasar la noche con ella. Ni siquiera intenté dormir. Valentina no dejaba de hablar, reía, se movía por la habitación con esa seguridad que siempre me había atraído.
Pero yo no la estaba escuchando. En mi mente seguía viendo la silueta de Camille frente al espejo, su piel temblando, sus labios negándose a mis besos.
Valentina notó mi distracción, y eso la hizo más insistente.
Me besó, me tomó de la mano, se desvistió con esa lentitud estudiada que usaba como arma. Pero cuando la tuve frente a mí, desnuda y dispuesta, algo dentro de mí no reaccionó. Era como si el deseo se hubiera quedado en otro lugar, en otro cuerpo.
-- Vale por favor, no quiero estar contigo mientras este casado, no seria justo para ti – le digo.
-- ¿No me quieres ya? –
-- Te quiero, claro que te amo... es mi único amor, la única mujer que he amado en mi vida. Pero no sería justo para ti –
Ella se volvió a vestir, su rostro no mostraba ninguna molestia. A veces pienso que estoy loco, debería aceptar el divorcio que Camille me planteo y dejarla en libertad, pero algo dentro de mi lo impide... no puedo dejarla ir.
-- ¿Estás cansado? – me preguntó de pronto, intentando sonar comprensiva.
-- Algo, pero en verdad es que tengo muchas cosas en la cabeza – le contesté mintiendo. Era la primera vez que le mentía a Valentina.
-- Ese mueble no es tan cómodo como el mío, será mejor que te acuestes a mi lado – no estaba seguro de hacerlo, pero no tenía otra opción.
Me acomode en un lado de la cama y Valentina se acurrucó a mi lado. Yo miré el techo y sentí un peso en el pecho. No era culpa. Era vacío. La escuchaba respirar, su perfume algo dulzón llenaba la habitación, y aun así me sentía lejos de ella, demasiado lejos.
Al volver a la ciudad Vale comenzó a sentirse mal, pasé todas las noches que siguieron a su lado, sin volver a casa, y no lo hacía porque ella me retuviera, sino porque no tenía ganas de enfrentar a mi esposa.
Varios días después supe que lo del accidente no fue más que un ardid, que alguien la había visto saliendo de un club nocturno a las afueras de la ciudad poco después de llamarme. Eso me sorprendió, por primera vez me di cuenta de que lo suyo siempre había sido igual, manipular, mentir, y tratar de controlar a los demás... lo había hecho desde siempre, pero yo, como un idiota, no lo supe hasta el final, y fui el que siempre cayo redondito en sus trampas.
Intenté justificarme diciéndome a mis mismo que lo hacía por costumbre, por el amor que decía sentir por ella, porque Valentina había sido mi vida, mi primer y único amor, antes de ese accidente en que conocí a Camille, antes de todo.
Pero en el fondo lo sabía, me quedaba con Valentina para no enfrentar lo que había dejado atrás.
La nueva Camille me asustaba.
No su cuerpo, no su silencio, sino lo que despertaba en mí. Esa sensación de perder el control, y de no poder decidir.
Por eso acepté quedarme con Valentina, algunas caricias ocasionales, su voz melosa, sus promesas. Me dejé envolver otra vez en su red, en esa historia cómoda donde todo estaba dicho, donde no había preguntas que responder.
Y así pasaron los días, y las semanas.
Valentina se encargó de mantenerme ocupado, vigilado, controlado. Me llamaba cada mañana, me llenaba de compromisos, de cenas, de planes. Me hizo creer que el mundo volvía a su orden.
Pero cada vez que cerraba los ojos, volvía a ver a mi esposa. A Camille, con su vestido claro, con el cabello cayéndole sobre los hombros, con la dignidad que nunca supe reconocer...