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406 Words
4 Sadam el Cojo estaba sentado con las piernas penduleantes en el punto más alto del vertedero. Recitaba de memoria letanías incomprensibles y con frecuencia simulaba la llamada de un almuecín. Sabía muy bien el italiano. Era de pelo obscuro y de tez morena, no demasiado alto, pero fuerte, pese a tener una pierna más corta que la otra. Según había contado, había sido la poliomielitis la que lo había reducido a aquella condición, a él, tan apuesto, tan capaz para comerciar con alfombras en el mercado de Estambul, tan veloz para entrar en la mezquita cuando debía, tan querido por las muchachas. Luego llegó la enfermedad. Nadie había entendido su lacrimosa y trágica historia médica, sólo el final, cómo había quedado: en condiciones para barrer y eliminar la vida anterior y dejar un presente por reinventar, pero no en su tierra, donde se veía señalado y compadecido por familiares o conocidos. Lo llamaban «el Cojo», pero sobre todo lo trataban como a un cojo. En su estado, no habría tenido otra posibilidad que la de pedir limosna en los bordes de las calles. De modo que Sadam se había embarcado con destino a Italia, porque había pensado que un Estado con forma de pierna tal vez pudiera devolverle alguna esperanza. Entre los desechos, se había creado una casa, como si fuera una vivienda de verdad, reuniendo objetos de colores y acumulando un discreto número de utensilios necesarios para su gran pasión: la cocina. Durante el día, saltaba de un lado a otro, hundiendo la muleta en las partes blandas de los desechos tratados. Después, cuando llegaba la hora apropiada, entre las diez y las doce de la mañana, se volvía el vigía oficial. Su misión era la de gritar a la llegada de las bestiazas, los grandes vehículos de transporte que mezclaban, descargaban y desplazaban las enormes masas de residuos urbanos. Eran excavadoras enormes, las mayores de las cuales entraban una vez al mes y preferían transitar por la parte de los residuos no tratados. Mezclaban los papeles, movían las montañas de material indiferenciado y creaban nuevas disposiciones y deposiciones. Elevaban y desplazaban. A veces destruían y enterraban, pero otras veces ofrecían posibilidades inauditas: como cuando resurgió una bombona de gas, de las de camping. Sadam había conseguido una caja de cuscús en el comedor de los pobres y, con los restos de la verdura recogidos en el mercado hortofrutícola y los copos, había cocinado un tabulé.
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