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5 A Iac la verdura nunca le había gustado o, mejor dicho, siempre había comido sólo los tomates rellenos que cocinaba su abuela. Cuando los recordaba, le entraba melancolía, un acceso de hipo ligero e insidioso, que le dejaba secuelas durante horas. Recordaba cuando desde la ventana lanzaba los huesecitos de pollo atados con un hilo blanco. Esperaban juntos la llegada del trolebús y apostaban sobre cuál de ellos aplastaría los huesos. Su abuela apostaba sobre toda clase de cosas y contaba historias de sesiones espiritistas. Después enfermó. El abuelo se volvió loco, se metió en la cama y no volvió a levantarse. Al menos eso le había contado su madre a Iac. Pese a todo, en aquel momento seguían siendo una familia, sí, estaban aún a salvo. Después sucedió algo que descabaló las cartas, algo que aún no conseguía comprender del todo.
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