9

602 Words
9 Iac había llegado a la acera y había fingido estar allí sentado desde a saber cuánto tiempo. Tenía el pelo obscuro, liso y largo hasta por debajo de las orejas, con un mechón que le recaía sobre sus ojazos, verdes como el musgo. Su tez era clara, casi transparente. Era alto y delgado, aún inmaduro, pero con brazos potentes y manos grandes y fuertes. Silvia pasaba y echaba un vistazo, fingiendo hacerlo distraída. Él se levantaba, ella se paraba y en aquel momento se disparaba el saludo: «Hola». «Hola», decía Silvia, siempre la segunda sin falta. «¿Qué tal?», preguntaba Iac. «Normal», respondía ella y el muchacho sabía que eso nunca era buena señal. “Normal” podía significar muchas cosas. La primera era que nada especial se podía contar entre los acontecimientos del día anterior y del presente: el equivalente de un aburrimiento mortal. La segunda era que «normal» quisiera decir normalmente mal, mal como de costumbre, dando por descontado que el interlocutor supiera a qué referir aquel supuesto mal. Por último, la tercera hipótesis, la más probable, era la de que «normal» quisiera decir: No tengo ganas de ponerme a hablar contigo de este asunto, porque tendría demasiadas cosas que decir, por lo que debería esforzarme precisamente y estoy demasiado cansada para hacerlo, conque dejémoslo así. Posdata: Y, además, es que ni siquiera me interesas, conque, ¿por qué habría de hacerlo? No obstante, Iac había probado a contestar con varias respuestas: «Ya verás como mejorará», a lo que había seguido un inmediato «Gracias, adiós», y eso había sido todo. O bien: «Lo siento mucho», que había dado lugar a un «Claro, hasta luego.» Por último, una pregunta: «¿Cómo que “normal”?», que había dado como resultado un «Normal, he dicho n-o-r-m-a-l, ¿cómo va a ser?», mientras se encogía de hombros y apretaba el paso. Así, pues, tras muchos intentos que habían fallado, Iac había adoptado otra estrategia: a la respuesta de normal, el ofrecía un «Yo también “normal”». Y la conversación podría haber comenzado de nuevo a la par con otra pregunta, que, sin embargo, él no había formulado. Sadam le había explicado que normal no era una respuesta estupenda, desde luego, pero habría podido traducirse también por un nada malo. Lo que no podía dejar de advertir era la voluntad de eludir la conversación, pero no todas las conversaciones: tal vez fuera sólo aquella la que producía una conclusión tan negativa. Algo en la vida de Silvia iba continuamente del modo habitual, o mal o nada mal, pero eso no la satisfacía precisamente. Iac debería haber pensado que él precisamente podría haber sido la variable de novedad en aquella monótona vida, absolutamente aburrida o inenarrable. En cambio, el Viejo se ocupaba de redimensionar la ilusión de que pudiera ser así: «Pero, ¿cómo quieres que haga caso a alguien como tú? La he visto, ¿sabes? Te dice eso para sacudirse tu sucia presencia». Eso era precisamente lo que Iac temía: que la respuesta de Silvia se debiera al deseo de no tener relación alguna con él y esa hipótesis lo afligía y al mismo tiempo lo ponía muy nervioso. «Viejo, calla la boca, que yo sé apañarme, sin necesidad de tu opinión». «Mira, no es una ofensa: llamarme “viejo”, quiero decir. Soy viejo, aunque no tenga demasiados años, pero soy viejo igual. Soy viejo porque lo he decidido yo». Se marchó, tras darle la espalda, aunque, la verdad sea dicha, Iac habría querido seguir hablando de Silvia, demorarse con ellos formulando hipótesis, de cualquier modo y fuera lo que fuese lo que estuvieran a punto de pronunciar sobre él y sobre ella. «Déjalo que hable», intervino Sadam, «y sigue tu camino y prueba tal vez a cambiar de pregunta para ver qué pasa». Sensato como siempre, hizo esa pequeña concesión, que bastó para que el muchacho recuperara un poco de confianza.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD