Adriana
Sentía las miradas clavarse en mi piel como agujas finas y persistentes.
Sabía que estaban hablando, preguntándose cómo era posible que yo estuviera aquí, al lado de Theo, como si nada hubiera pasado entre Isabella y él… como si no hubiera un huracán detrás de cada paso que dábamos.
Respiré hondo, obligándome a mantener la cabeza en alto.
«—No les prestes atención—» ... eso era lo único que me repetía.
Esa gala significaba demasiado para la empresa y para mí como para permitir que los cuchicheos me afectaran.
Además… para ser honesta, las cosas estaban saliendo mucho mejor de lo que había imaginado.
Los invitados estaban encantados, las propuestas avanzaban, las ventas de la noche iban increíble, todo fluía, o bueno casi todo.
Porque lo que no fluía era el ambiente entre mi padre y Theo.
Mientras supervisaba uno de los stands, alcé la mirada y los vi, mi papá tenía los brazos cruzados y el entrecejo fruncido.
Theo mantenía la postura recta, elegante, pero tensionada, como si cada palabra que mi padre le decía le cayera encima como una piedra más.
No pude escuchar la conversación, pero no lo necesitaba.
Conozco a mi padre y conozco demasiado bien esa expresión protectora, esa que anuncia que está midiendo cada intención, cada gesto, cada respiro y, aunque no planeaba impedir la boda, porque sabe perfectamente que no cambiaré de opinión, también sabía que estaba dispuesto a hacer trizas a cualquiera que intentara lastimarme otra vez.
Incluyendo a Theo.
Theo, por su parte, parecía debatirse entre el respeto y la incomodidad y por un instante sentí una mezcla rara… orgullo por mi padre y un calor inexplicable en el pecho por Theo.
Porque a pesar de lo difícil que era todo esto, ahí estaban los dos, uno protegiéndome, el otro enfrentándolo por mí.
Sacudí la cabeza, no era momento para pensar en ellos.
Necesitábamos más botellas de champagne, así que le pedí a uno de mis asistentes que me acompañara al almacén y, después de ayudarme a cargar unas cajas, salió para avisar que regresaríamos con más.
Me quedé sola apenas unos segundos, sólo unos segundos… y fue suficiente para que todo se desmoronara.
La puerta se cerró de golpe detrás de mí y mi estómago se cerró al verlo ahí.
Sentí cómo la tensión se me trepaba por la columna, no sabía qué hacía aquí, éste era un evento privado, no todas las personas tenían acceso y no quería sonar clasista, ese no era mi estilo, pero Gerardo se había quedado sin nada, era imposible que estuviera aquí con una invitación.
—Adriana… —su sonrisa cínica me revolvió el estómago— Estas bellísima— mencionó dando un paso hacia mí.
—Vete... —respondí firme, retrocediendo un paso— Sal de aquí, no tienes nada que hacer aquí, te quiero lejos de mi— mencioné y él sonrió
—Claro que sí —avanzó un paso, y yo otro atrás— No voy a dejar que él te meta ideas en la cabeza, sabes perfectamente que lo nuestro... — comenzó a hablar.
—Lo nuestro nunca existió —lo interrumpí, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza irregular— Déjame tranquila o no me haré responsable de las consecuencias — aseguré, pero él no escuchaba, nunca escuchaba.
De repente su mano tocó la puerta detrás de mí, cerrándola con seguro, mis pulmones se comprimieron.
Y cuando me giré hacia la salida, él ya estaba entre mi cuerpo y cualquier escape posible
—No te atrevas a tocarme —advertí, levantando las manos.
—¿Qué? ¿Ahora te crees inalcanzable? —su voz se volvió más áspera— ¿Porque vas a casarte con él? ¿Con ese idiota? — mencionó y yo intente empujarlo
—No te importa con quién me case, no te importa nada de mí —mi voz tembló, pero no retrocedí— Déjame salir. — exigí
—No —soltó con una rabia contenida— Tú no te vas a ninguna parte. — Y antes de poder moverme, me acorraló contra la pared, su cuerpo bloqueó el mío, su respiración chocó con mi cara, su mano subió a mi mejilla.
—Bésame —ordenó, inclinándose.
El miedo se mezcló con una oleada de repulsión, no iba a permitirle tocarme, no esta vez, nunca más.
Cuando su mano bajó a mi cintura, actué, con todas mis fuerzas, le pisé el pie con el tacón haciendo que me soltará.
—¡Agh! ¡Maldita perra! —retrocedió, llevándose la mano al pie.
Intenté correr, pero su furia lo hizo lanzarse hacia mí con el puño.
Y justo antes de que alcanzara a tocarme… un golpe seco resonó en la habitación.
Gerardo se tambaleó hacia atrás, llevándose la mano al rostro mientras la sangre comenzaba a brotarle del labio.
Yo me quedé helada, sin poder creer quien me había defendido, pero era real, Theo estaba ahí.
De pie en la puerta, con la respiración agitada y mirándolo como si estuviera a punto de arrancarle la cabeza.
—Toca una vez más a mi mujer —su voz no era humana— Y juro que te destruyo. — Mi corazón se disparó.
No sabía si sentir alivio, miedo o… algo más, algo que me quemó por dentro sin permiso.
Porque no sabía que tanto había escuchado o visto, pero Theo sabía qué algo pasaba y no sabía si me creería.
Gerardo gritaba insultos mientras retrocedía, pero yo no podía escucharlo del todo, mi mente estaba en blanco, mis piernas temblaban y mi corazón… Dios, mi corazón estaba hecho un complemento desastre.
Porque por un lado me sentía segura, protegida… y por el otro, sentía ese odio viejo hacia Gerardo mezclarse con el temor de que Theo malinterpretara todo, de que la tensión entre nosotros creciera aún más… de que él pensara que esto había sido provocado por mí.
Y peor aún... ese nudo en el pecho que me dijo que, a pesar de todo, Theo me importaba más de lo que debería.
Mi respiración seguía entrecortada, no sabía si por el miedo, la adrenalina… o por la forma en que Theo me miraba después de haber golpeado a Gerardo.
Pero no dijo nada, simplemente me tomó del brazo con firmeza, pero sin lastimarme y me sacó del almacén como si no pudiera soportar un segundo más en ese lugar.
Caminamos en silencio por los pasillos del hotel hasta regresar a la gala, la música seguía sonando, las personas reían, brindaban, conversaban como si nada hubiera pasado… mientras yo todavía sentía el temblor en las manos.
Y Theo… Theo era una sombra detrás de mí.
Una sombra tensa, rígida, con la mandíbula apretada y la respiración contenida, como si aún quisiera regresar para terminar lo que empezó con Gerardo.
Nadie dijo una palabra, yo intenté hablar dos veces, abrí la boca, pero nada salió.
Él caminaba detrás de mí, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, pero al mismo tiempo tan lejos que me dolía.
Volvimos a mezclarnos entre los invitados, cada uno retomando su papel.
Yo sonreía, saludaba y arreglaba detalles, fingía control como siempre y Theo… hacía lo mismo, pero no se alejaba.
Me seguía con la mirada y me vigilaba, cada vez que alguien se acercaba demasiado a mí, aparecía a mi lado en cuestión de segundos.
Pero aun así… ninguno decía ni una sola palabra sobre lo que había pasado.
La tensión entre nosotros era insoportable.
Si alguien nos veía desde lejos, tal vez pensaría que era química.
Pero para mí… era un caos interno que no sabía cómo manejar.
Cuando la gala terminó, todos comenzaban a despedirse.
Yo ya estaba agotada, emocionalmente drenada, con ganas de llegar a mi casa e intentar recuperar algo de estabilidad, pero Theo simplemente colocó una mano en mi espalda y me guio hacia la salida sin decir nada.
Entramos al auto y el silencio ahí dentro era una pared sólida, yo podía escuchar mis propios latidos rebotando en mis oídos.
Podía sentir la tensión emanando de él, empapándolo todo.
Pero durante todo el camino ninguno habló.
Era como si ambos estuviéramos cargando palabras que quemaban demasiado para dejarlas salir.
Cuando por fin llegamos a mi departamento, pensé que Theo simplemente se despediría y se iría, pero no fue así, me sostuvo la puerta del auto y luego se acercó un poco, lo suficiente para que su voz baja me erizara la piel.
—¿Cómo te sientes? — Tragué saliva y sentí mi garganta cerrarse un poco.
—Estoy… —tomé aire— Estoy bien — Él frunció el ceño, claramente sin creerme.
—No tienes que fingir conmigo —dijo con esa voz suave que rara vez usaba conmigo.
Miré hacia otro lado, intentando recomponerme.
—No estoy fingiendo, Theo, ya estoy acostumbrada a que Gerardo haga este tipo de cosas, no debería afectarme tanto. — Sus ojos se oscurecieron.
—Eso no es normal, Adriana, si él no es nada tuyo no debería tomarse esos atrevimientos—murmuró, dando un paso más cerca— Y no voy a permitir que vuelva a tocarte. — Mi corazón dio un vuelco violento.
—No tienes que protegerme —susurré, intentando mantener la distancia emocional que ambos habíamos acordado.
Theo soltó una risa seca, casi irónica.
Nos quedamos así, uno frente al otro, en la entrada de mi edificio, con la luz cálida iluminándonos desde arriba, su respiración chocaba ligeramente con la mía, estábamos demasiado cerca.
Theo levantó la mano, como queriendo tocarme la mejilla, pero se detuvo a medio camino, podía ver la lucha en sus ojos.
Podía ver cómo deseaba acercarse… y cómo se obligaba a no hacerlo y yo sentí lo mismo.
Sentía un impulso, un tirón dentro del pecho que me pedía borrar los límites, cerrar la distancia, apoyar mi frente en su pecho y dejarme caer.
Pero no lo hice, no podía hacerlo.
Ambos nos quedamos quietos, atrapados en ese punto intermedio donde el deseo y el miedo se tocan sin mezclarse.
Finalmente, él bajó la mano.
—Si te sientes mal o si te pasa algo… llámame —murmuró.
—Lo haré. — Dio un paso atrás, respiró hondo, como quien intenta romper un hechizo.
—Buenas noches, Adriana. — Se despidió
—Buenas noches, Theo. — Abrí la puerta del edificio y antes de entrar, me giré una última vez.
Él seguía ahí mirándome hasta que finalmente entre a mi edificio.