Capitulo 16

2169 Words
Adriana Nunca pensé que la vergüenza pudiera sentirse tan física como si se me atorara en la garganta, como si calentara mis mejillas hasta arder. Caminar por el pasillo hacia la habitación de Theo fue una eternidad, mi vestido estaba atorado. El cierre simplemente no quiso bajar, y después de varios intentos desesperados frente al espejo… no tuve opción. Respiré hondo tres veces antes de tocar la puerta. Y aun así, cuando él abrió, sentí que se me aflojaban las rodillas. Hubo un silencio pequeño, uno que me hizo pensar que quizá estaba pidiendo demasiado, que quizá lo incomodaba, o que tal vez… ni siquiera quería estar cerca de mí. Pero entonces sentí sus dedos, tibios y cuidadosos, rozar mi espalda. Un estremecimiento me recorrió entera, era ridículamente involuntario e imposible de contener. El cierre bajó despacio, como si él tuviera miedo de lastimarme. O tal vez era yo quien estaba demasiado consciente de todo. Esa noche me dormí tarde, demasiado para mi rutina, pero no pude evitarlo. Miré el techo durante horas imaginando cómo sería vivir con alguien que apenas conocía. No esperaba que Theo fuese cálido o invasivo, no esperaba que tomara mi mano o que intentara hablar de más. Pero… la distancia, esa distancia cuidadosamente construida entre nosotros… me dolía. Me hacía sentir como una invitada, no como su esposa. Y lo peor de todo era que no quería admitirlo, pero yo quería que me tratara como su mujer. Me desperté con el olor a café y con el recuerdo de su manos en mi espalda todavía vivo en mi piel. Cuando llegué al comedor, me encontré con 2 chicas que ayudaban a Theo con la limpieza de la casa, una de ellas estaba preparando el desayuno y no dude en acercarme. Si soy sincera, nosotros hemos tenido trabajadores durante toda mi vida, eran personas que habían trabajado con mis abuelos desde que mis padres estaban pequeños, pero aun así, nosotros nunca los tratamos como si fueran alguien inferior a nosotros, sino todo lo contrario ellos eran como nuestra familia. Así que me acerque a ellas con la intención de tener, aunque sea una amiga en esta casa. —Buenos dias...— mencioné entrando a la cocina —Buenos dias Señora, lo siento mucho, nos hemos atrasado un poco con el desayuno, pero si gusta puedo prepararle otra cosa— parecía realmente apenada cuando me miro y yo sonreí —No te preocupes siempre hay algún inconveniente que pueda surgir, no pasará nada si esperamos un poco— aseguré y ella sonrió un poco— Y por cierto soy Adriana, puedes llamarme así, ¿Cuál es tu nombre? — mencione tomando una de las frutas y comencé a picarlas. —Me llamo Flor, y ella es Lety, estamos a su disposición señorita — la mire con reproche y ella sonrió — Lo siento, estamos a su disposición Adriana, lo que necesite puede decirnos— mencionó intentando quitarme las frutas que estaba picando —Es un gusto conocerlas a ambas, pero ni piensen que están a mi disposición, podemos ser amigas... Y déjame ayudarles Flor créeme, me gustaría muchísimo no sentir que soy un adorno en esta casa — admití y ella sonrió —Usted jamás será como la odiosa de Isabella, eso se nota, sea bienvenida señorita Adriana— mencionó Lety haciéndome sonreír. Ayude a Flor y a Lety con el desayuno, platicamos sobre donde estaban todas las cosas en la casa y por un instante sentí que todo podía funcionar. Pero... por otro lado, sentía que la casa era demasiado grande, demasiado silenciosa… demasiada nuestra. Cuando terminamos el desayuno Theo ya había bajado y me miro un segundo antes de bajar la mirada hacia el plato que había puesto frente a él. Me senté frente a él y el silencio cayó como una pared entre nosotros. Comí despacio, sin saber si debía mirarlo o si hacerlo sería demasiado. Sus ojos, cuando se posaban en mí, eran rápidos. Casi nerviosos y por alguna razón eso me hacía sentir más consciente de mí misma. Nuestra corta conversación fue demasiado trivial me preguntó si necesitaba algo, pero realmente no sabía si había algo que pudiera cambiar mi estancia aquí. Nos miramos fijamente sintiendo como todo podría encajar, sus ojos marrones me miraban como si hubiera muchas dudas en él, como si todo lo que siempre soñamos se hubiera quedado detenido en un tiempo, que tal vez, ahora si podamos tener. Todo iba bien… hasta que dejé caer accidentalmente mi cuchillo, el sonido fue tan fuerte que los dos nos sobresaltamos. Y la tensión, esa que siempre está, pero hacemos como que no vemos, se volvió insoportable. Él dejó el café sobre la mesa con más fuerza de la necesaria. —Voy a la empresa —dijo, sin mirarme directamente. —Theo… yo— comencé y él suspiró —No te preocupes, solo… tengo cosas que hacer. — La forma en que lo dijo… no era solo prisa. Era molestia, frustración, o ambas. Se levantó y salió sin esperar mi respuesta y cuando la puerta se cerró, me quedé sentada. Sintiendo el hueco que dejaba su ausencia, pero también… el peso de la forma en que se fue. La soledad cayó sobre mí en cuanto dejé los platos en el fregadero. «¿Cómo terminé aquí?» «¿Cómo terminé casada con un hombre que me mira como si tuviera miedo de acercarse, pero cuya distancia me pesa?» El silencio de la casa me respondió, no dijo nada, pero fue suficiente. No fui a la empresa, aunque lo pensé mucho, pero eso solo implicaría dar explicaciones a mi personal sobre porque no me encuentro en mi luna de miel. En cambio, decidí hacer lo que debía hacer, convertir este lugar en algo que se sintiera menos ajeno. Menos suyo y mío, solo algo más nuestro… si es que eso podía existir. El camión con mi mudanza llegó puntual. Y con él… Adelina, solo verla bajar del auto me hizo tensar los hombros. El juicio estaba en sus ojos antes de que siquiera los posara sobre mí. —Adriana —dijo sin sonrisa. —Señora — musité, intentando mantener la voz firme. Miró las cajas y luego me miró a mí. Como si quisiera asegurarse de que yo era realmente la mujer que ahora llevaba el apellido de su hijo. —Así que… ya estás aquí —soltó con una frialdad helada— En su casa... — aclaró y yo asentí —Mi casa también, supongo —respondí, aunque mi voz no sonó tan segura como habría querido. Adelina alzó una ceja en un gesto de desaprobación pura y una sentencia silenciosa. —Espero que sepas lo que haces —dijo finalmente— Esta familia tiene estándares y mi hijo… bueno, mi hijo merece una estabilidad que tu no podrás darle— aseguró y yo entre a la casa. Que Adelina dijera esas cosas me dolieron, no por el hecho de que crea que no soy suficiente para su hijo, sino porque en sus palabras no había ningún rastro de cariño. No había ningún "merece una buena esposa", "merece amor", "merece lealtad" o algo por el estilo, solo un "merecía estabilidad" —Haré lo mejor que pueda —respondí y ella asintió, pero sin aprobación. —Eso espero. — asintió y se quedó ahí, supervisando cada caja que entraba a la casa como si temiera que yo trajera caos dentro de ellas. Mientras la observaba, mientras veía cómo juzgaba mi ropa, mis libros, mis cosas… entendí algo... Esta casa no solo tenía paredes nuevas, silencios incómodos y miradas evitadas. También tenía expectativas, presiones y sombras y lo peor era que yo acababa de mudarme justo en medio de todas ellas. Durante toda mi mudanza había intentado mantener la calma, respirar, sonreír y ser diplomática. Pero Adelina tenía una habilidad extraordinaria para clavar comentarios como agujas. Pequeños, finos, precisos… pero constantes. Primero criticó mis libros, luego mis cuadros. Después, la forma en la que ordenaba mis cosas hasta que simplemente tomo uno de mis libros favoritos y lo arrojó a la basura justo antes de que tirara un vaso con agua encima. —¡No tenías derecho a hacer eso! — mencioné molesta, bien si quería hacerme enojar lo logro. —Solo intentaba poner orden, querida —respondió con ese tono venenoso disfrazado de dulzura falsa— Esta casa siempre ha tenido un estilo, no es culpa mía que tus… cosas no encajen, ese libro era viejo y no encajaba aquí — Me detuve. Mis manos se tensaron alrededor de una caja. —Puedo organizar mi espacio como quiera —dije, intentando sonar tranquila. —Claro, claro —respondió ella— Solo espero que no alteres demasiado la rutina de mi hijo, él valora la… estabilidad, algo que, por lo que veo, tú aún no entiendes del todo. — La frase final me atravesó como un cuchillo. Esa insinuación, esa voz que me hablaba como si yo fuera una intrusa en mi propia casa. Respiré hondo una vez más, pero esta vez no funcionó, mi libro había quedado inservible y todo por sus malditos estándares. —Mire —respondí sin pensarlo, con la voz firme, casi temblorosa por la rabia contenida— Yo entiendo perfectamente lo que mi esposo necesita, lo que no entiendo es por qué está usted aquí diciéndome cómo debo vivir o dónde debo poner mis cosas, esta también es mi casa. — puntualice y Adelina se tensó. Sus ojos se entreabrieron con una mezcla de sorpresa e indignación. —No te exaltes, Adriana, solo intento ayudarte, eres tú quien está siendo injusta conmigo. — Esa palabra me encendió. "Injusta"... Yo era Injusta aun cuando era ella quien llevaba horas juzgándome. —¿Injusta? —repetí, incrédula— Usted entró por la puerta como si fuera una inspección sorpresa, ha criticado cada cosa que he puesto en esta casa, cada decisión, cada detalle y ha echado a perder mi libro favorito, si eso le parece ayuda… entonces creo que tenemos conceptos muy diferentes de lo que significa apoyar. — mencioné sin poder mantener el control por más tiempo. Adelina abrió la boca para responder, pero una voz detrás de nosotras cortó el aire como un latigazo. —¿Qué está pasando aquí? — Theo estaba en el marco de la puerta, traje impecable, expresión tensa y mirada afilada. Perfecto... justo lo que necesitaba, que escuchara… esto. Adelina se llevó la mano al pecho, dramatizando. —Hijo, solo trataba de ayudar a Adriana a instalarse, pero ella ha reaccionado de una manera… totalmente desequilibrada — Abrí los ojos, incrédula. —¿Desequilibrada? ¡Te pasaste horas criticando todo lo que hago! — eleve la voz molesta —¡Adriana! —Theo dijo mi nombre con un tono firme, casi un regaño disfrazado de preocupación— Esto no es necesario. — Me giré hacia él, sintiendo la frustración subir por mi garganta. —¿En serio? ¿No lo ves? ¿No escuchas cómo habla? ¡Estoy intentando poner mis cosas en mi casa y!... — Theo suspiro —Es nuestra casa —me interrumpió, bajando la voz, como si quisiera evitar que los trabajadores de la mudanza escucharan— Y mi madre solo quería ayudar, pueden hablar las cosas no alterarse, vamos yo te ayudo— mencionó y ahí... en ese momento sentí la punzada exacta de traición en el estómago. —¿Me estás diciendo que estoy exagerando? —pregunté, en voz baja, dolida. Theo suspiró, pasando una mano por su cabello, frustrado —Solo digo que no hay necesidad de pelear por estas cosas, mi mamá está aquí, sé que es un poco asfixiante pero no hay que ponernos así, estás siendo… dura con ella. habla conmigo y solucionemos esto — Adelina apretó los labios en una sonrisa satisfecha, como si hubiera ganado una batalla silenciosa. Y yo… yo ardí por dentro, justo en ese momento ya no entendí de razones y el control se fue al carajo. —¿Dura? —susurré— Theo, no tienes idea de todo lo que ha estado diciendo desde que llegó, ¿O crees que exagero también con eso? — No respondió, solo miro a su madre y suspiro. Y su silencio fue peor que cualquier palabra, sentí algo en mi interior romperse un poco. Era eso que se rompe cuando esperas, aunque sea un mínimo, que la persona con la que te casaste intente entenderte. —Perfecto —dije finalmente, respirando hondo, sin mirarlos a ninguno de los dos— Entonces es mejor que me vaya, así nadie se “incomoda” con mi presencia — mencioné y me di la vuelta sin esperar respuesta. Y por primera vez desde que había entrado a esa casa… me sentí completamente sola y sentí que, por primera vez, mi lado más irracional estaba por salir, ya no quería tener el control, no quería ser bondadosa con las personas que no lo merecen y eso incluye a Theo y a su familia.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD