Capitulo 15

1471 Words
Theo  La habitación de huéspedes era lo suficientemente cómoda, pero no dejaba de sentirse… ajena. Me moví dentro de ella en silencio, con la camisa todavía puesta y la cabeza cargada de pensamientos que no quería procesar. Adriana estaba, literalmente, a unos metros y ahora era mi esposa. Suspiré con frustración. «No pienses en eso.» Dejé el saco sobre la silla, me quité los zapatos y comencé a desabotonarme la camisa. El día había sido demasiado largo, y lo único que quería era una ducha fría y dormir sin pensar en los comentarios, en los flashes, en la ceremonia forzada ni en la mirada vacía de Adriana cuando caminó hacia mí con ese vestido que… Dios. Ese vestido no era el que elegí, no era el que quería verla usar, sé que yo le dije que le entregaría el vestido de la boda, pero joder ese jamás fue mi perspectiva de vestido perfecto para ella. Era demasiado ostentoso, ridículo y pesado. Ella merecía algo elegante y delicado, algo que la hiciera sentir hermosa, no reemplazada. Pero aun así… incluso en ese desastre de tela, Adriana era imposible de ignorar y eso solo me complicaba más las cosas. Me froté el rostro, dispuesto a quitarme la camisa por completo, cuando escuché tres golpes suaves en la puerta. Toqué el pomo con una mezcla de molestia y confusión, no había nadie en casa y solo una persona podría tocar mi puerta a esta hora. Aunque lo único que deseaba era que mi madre o algún empleado estuvieran aquí, porque si la veía de nuevo no sabía que tanto podría contenerme con ella. Pero al abrir… mi respiración se detuvo, Adriana estaba ahí todavía con ese vestido. La luz del pasillo la iluminaba, haciendo que cada detalle brillante del vestido reflejara el contorno de su cuerpo. Su rostro estaba cansado, sus ojos un poco enrojecidos… pero, aun así, se veía como si no perteneciera a este mundo. Tuve que morderme la lengua para no decir nada estúpido. —¿Ocurre algo? —pregunté, intentando mantener mi tono neutral. Ella tragó saliva y bajó la mirada al suelo antes de hablar. —Perdón por molestarte… —su voz era suave, casi tímida— Pero no puedo alcanzar el cierre del vestido ¿Podrías… ayudarme? — Sentí cómo mi pecho se tensaba. Por un momento pensé en decirle que buscara a alguien más, pero era absurdo, estábamos solos en la casa. Y ella era mi esposa, aunque no como yo… aunque no como cualquiera esperaría. Me aparté lentamente para darle paso. —Claro, no hay problema. mencione y ella asintió Adriana entró, y el leve perfume de flores que llevaba me golpeó, siempre la recordé así, su olor, su forma delicada de caminar, el modo en que sostenía los hombros cuando estaba nerviosa. Se dio la vuelta y apartó su cabello hacia un lado, dejando su espalda al descubierto. El vestido tenía un cierre largo, desde la nuca hasta casi la parte baja de la espalda, toqué el metal frío del cierre… y mis dedos temblaron. Porque el vestido era tan ajustado que, al bajarlo, la tela se abrió como si suspirara… revelando la piel de Adriana. Lisa, suave… perfecta... tragué saliva, no era correcto mirarla así. No bajo estas circunstancias, no cuando habíamos acordado tantas reglas. Y mucho menos cuando ella no merecía que yo complicara más esta farsa. Seguí bajando el cierre con lentitud mortal, con cuidado de no tocarla más de lo necesario, pero al final, inevitablemente, mis dedos rozaron su piel. Un estremecimiento recorrió su espalda y sentí que me quedaba sin aire. Cuando el cierre llegó hasta abajo, me obligué a soltar el vestido, me retiré un paso, respirando como si hubiera corrido una maratón. —Listo —dije, más ásperamente de lo que pretendía— Puedes cambiarte — bien era un idiota, pero es que ella me dejaba sin palabras. Adriana ajustó la tela contra su pecho mientras sujetaba el vestido para evitar que cayera y asintió con una pequeña sonrisa cansada. —Gracias, Theo, buenas noches. — me miro con una mezcla de ternura y confusión que me desarmó, pero no di ni un paso más hacia ella —Buenas noches —musité, sin atreverme a verla más. Ella salió de la habitación con pasos suaves, y su silueta desapareció en el pasillo mientras sostenía el vestido al borde de caerse. Cuando la puerta se cerró, apoyé la frente en la madera, exhalando un aire que no sabía que retenía. «Esto será una tortura.» Porque, aunque era un contrato… aunque había reglas… y distancia… Adriana seguía siendo Adriana. Y yo… seguía siendo el idiota que no podía verla sin sentir que el piso se me movía. La mañana siguiente me desperté más temprano de lo normal, no había podido dormir muy bien y todo era por mi esposa quien estaba en la habitación de enseguida. Me di una ducha con agua fría y baje al comedor, las chicas que se encargaban de la limpieza de la casa ya habían llegado y tenían el desayuno listo. Lo que no esperaba era ver a mi esposa ayudándolos, eso jamás lo había visto aquí, Isabella jamás habría ayudado a llevar un plato a la mesa, pero Adriana si, era como si esa chica a la que conocí hace años, jamás se hubiera ido de mi vida. Cuando nos sentamos a desayunar, el sonido de los cubiertos contra los platos era demasiado fuerte para lo que debería ser una mañana tranquila. O tal vez soy yo… tal vez soy yo quien está demasiado consciente de cada detalle. Adriana está sentada frente a mí, con el cabello suelto y ligeramente despeinado por el sueño. La luz de la ventana cae sobre ella como si lo hiciera a propósito, resaltando ese tono dorado de su piel. Y aun así… no me atrevo a mirarla por más de dos segundos seguidos, cada vez que lo hago, siento ese golpe extraño en el pecho, una mezcla de nervios, torpeza… y algo que no quiero definir todavía. No después de lo de anoche. No después de que vi su expresión cuando entró a la habitación que preparé para ella. Intento concentrarme en el café, en el vapor, o en cualquier cosa que no sea lo consciente que estoy de cada movimiento que hace del otro lado de la mesa. Ella toma un sorbo de jugo y yo la miro, cuando sus ojos van hacia los míos desvío la mirada demasiado tarde. —¿Dormiste bien? —pregunto, porque alguien tiene que romper este maldito silencio antes de que me vuelva loco. Ella levantó sus ojos hacia mí, son grandes… más de lo que recordaba cuando la vi por primera vez el día de la firma, o tal vez solo es que ahora estoy mucho más cerca. —Sí —responde en voz baja— La cama es muy cómoda. — Asiento, dándole un pequeño sorbo al café. No sé por qué me siento tan tenso, tal vez porque… quiero que esté cómoda. Tal vez porque pasé semanas pensando cada detalle y ahora no sé si decirlo, o si eso solo la pondría más nerviosa. Ella parte un pedazo de pan, pero no se lo lleva a la boca, solo juega con él y me doy cuenta de que sus manos están un poco temblorosas. No sé si es por mí… o por la situación, o quizá por ambos. —Si… si necesitas algo en la casa —empiezo, sin saber realmente hacia dónde voy— Algún cambio o cualquier cosa puedes decirme. – Ella ladea ligeramente la cabeza, como si esas palabras la desconcertaran. —Está bien así. — sonrió Fue una sonrisa pequeña, tímida… pero es la primera que me da desde que cruzó la puerta anoche y me golpea más fuerte de lo que debería. —Me alegra —murmuro. Pero lo digo muy serio como si temiera espantarla. El silencio vuelve, esta vez más suave y menos incómodo, pero, aun así, siento la tensión suspendida entre nosotros como un hilo invisible que cualquiera de los dos podría jalar. Ella vuelve a mirarme y yo también, en esta ocasión ninguno baja la vista. Es la primera vez que la sostengo sin apartarme. La primera vez que la observo de verdad. Y no sé qué va a pasar entre nosotros. No sé cómo se construye algo desde cero con una persona con una persona con la que ya tenías un pasado y con la que compartes un apellido desde ayer. Pero… cuando ella vuelve a bajar la mirada, con las mejillas ligeramente sonrojadas… Por primera vez desde que empezó todo, siento que quizá no estamos tan lejos como pensé. Quizá esta casa, con sus silencios y sus tensiones… no es un mal lugar para empezar de cero.
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