Adriana
El sonido del cristal contra el mármol fue lo primero que escuché esa mañana, era una copa de champaña vacía que se había resbalado de las manos de una chica, la noche anterior habíamos tenido una pequeña celebración por nuestro nuevo cliente, o bueno, ellos festejaron porque yo no tenía ánimos de hacerlo.
Ahora la oficina estaba hecha un desastre y todos intentaban limpiar el estudio antes de que llegara un cliente de imprevisto.
Era curioso cómo el éxito olía a flores frescas, café caro… y cansancio.
Han pasado cinco años desde que decidí abrir Ferrer Design & Events mi agencia de diseño y organización de eventos.
Cinco años de madrugadas, de bocetos, de lágrimas escondidas entre planos y muestras de telas, de aprender que los sueños cuestan caros… pero valen el precio.
Hoy era oficialmente la diseñadora de interiores más joven en ser contratada por las familias más influyentes de Roma, porque realmente mi trayectoria comenzó cuando estaba en la universidad.
Y, aun así, había algo que ni los contratos, ni los premios, ni las portadas podían disimular, el temblor que sentía cada vez que escuchaba su nombre.
«Theo Montanari.»
El hombre que había aprendido a borrar de mi historia… o eso creía.
—¿Estás bien, Adri? —preguntó Chiara, mi asistente, asomándose con una carpeta en las manos.
—Perfectamente —mentí, enderezando los planos sobre el escritorio— ¿Qué tenemos hoy? — pregunté
—Una reunión con el comité del Hotel Caravaggio a las diez y… —se detuvo un segundo, bajando la voz— Luego, la cita con los Montanari, se reunirán en la oficina de NeonTech a petición de la señorita Ricci — mencionó mirando la agenda.
El corazón me dio un salto, porque un momento, el aire pareció hacerse más pesado, no estaba preparada para iniciar con este evento tan pronto.
—¿Hoy? —pregunté fingiendo naturalidad, aunque sentía cómo el pulso me temblaba en las manos.
—Sí, Isabella Ricci pidió verte personalmente, dijo que quería revisar todos los detalles de su boda. — mencionó y yo suspiré
La boda de Theo...
Llevaba días repitiéndome que era solo un trabajo, que el pasado no importaba, que él ya no era el chico de mirada serena que me robaba sonrisas entre clases, sino un empresario exitoso comprometido con otra mujer.
Pero no podía engañarme, al menos no del todo.
Tomé aire, ajusté la correa del reloj en mi muñeca y me miré al espejo, mi cabello rubio estaba perfectamente alisado, llevaba un traje color crema y labios pintados de un tono neutro.
La Adriana que se reflejaba frente a mí ya no era la universitaria de hace cinco años, la que temblaba con solo verlo sonreír, esta Adriana era una mujer de negocios, segura, impecable e intocable, o al menos, eso intentaba parecer.
—Dile a la señorita Ricci que la veré en la oficina a las once en punto —respondí finalmente, guardando los planos en mi portafolio— Y Chiara… asegúrate de que haya seguridad en la entrada de NeonTech, no quiero fotógrafos hoy. – mencioné y ella asintió
El camino al Hotel Caravaggio fue silencioso, el cielo de Roma se extendía gris, y por un instante pensé que reflejaba mi ánimo.
Cada piedra, cada esquina, me recordaba la época en que lo veía caminar hacia mí, con ese brillo confiado que hacía que todo pareciera posible.
Había pasado media década desde entonces, media década para entender que el amor no siempre era suficiente.
Al llegar al hotel Caravaggio, dejé que todo fluyera en automático.
Yo organizaba todos los eventos que se llevaban en el hotel y ahora ofrecerían la recepción de la boda de Theo, por lo que todo debía ser perfecto.
Cuando salí conduje hacia la empresa de Theo, esa empresa con la que tanto soñó y lucho para lograr su apertura.
Cuando llegué una de las recepcionistas me guiaron hacia la sala de juntas y en cuanto la puerta se abrió no pude evitar suspirar, Isabella ya estaba ahí.
Sentada en una de las sillas doradas, revisando su teléfono, con un vestido blanco de diseñador y una sonrisa que no les llegaba a los ojos.
—Adriana —dijo, levantándose para saludarme— Qué gusto verte, al fin la famosa diseñadora que todos recomiendan se encarga de mi boda. — Su tono era demasiado dulce y me resultaba casi empalagoso.
—Un gusto, Isabella, gracias por elegirme. — mencioné fingiendo indiferencia
—Bueno, fue idea de Theo —respondió con un deje de satisfacción— Dijo que quería lo mejor y yo, por supuesto, merezco lo mejor, todo el mundo está encantado con tu trabajo así que aprovéchalo como la oportunidad de tu vida — mencionó con un toque de burla
Mi mandíbula se tensó al instante y no porque tuviera razón, sino porque cada vez que pronunciaba su nombre, como si fuera algo de ella, algo dentro de mí se estremecía.
—Entonces haremos que ese día sea perfecto —contesté con una sonrisa profesional— He traído varias opciones de diseño para el salón. — mencione dejando mi carpeta en la mesa.
—Oh, no te preocupes, ya tengo una idea clara, quiero algo grande, elegante… que todos sepan que Isabella Ricci se casa con Theo Montanari, el empresario del momento — Su mirada me recorrió con un brillo burlón— Imagino que no será un problema para ti, después de todo, tú sabes cómo es él, ¿no? Exigente, detallista… brillante. — Mencionó
«“Y hermoso”, pensé sin querer.»
Apreté los labios, fingí anotar en mi libreta y dejé que siguiera hablando, Isabella adoraba escucharse y yo solo quería sobrevivir al encuentro.
Hasta que la puerta se abrió y él entró.
Solo ahí el tiempo se detuvo, cinco años después él seguía siendo el mismo hombre que me había robado la calma con una sola mirada.
Más maduro, más fuerte… y con esa mezcla de elegancia y desorden que siempre lo caracterizó, llevaba un traje oscuro, la corbata un poco suelta y la mirada… Dios, era la mirada era la misma: profunda y capaz de derribar todas mis murallas.
—Adriana —dijo con voz baja, como si saboreara mi nombre.
No supe qué responder, solo lo miré, intentando no recordar, no sentir y no caer otra vez.
—Theo —logré decir, sosteniendo su mirada— Un placer trabajar contigo… nuevamente. — Él asintió, pero vi cómo su mandíbula se tensó, igual que la mía.
Isabella lo tomó del brazo, presumiendo ese anillo que parecía brillar más que el sol.
—Amor, ¿no es perfecta para el trabajo? —dijo ella, acariciándole el brazo.
Theo no respondió de inmediato, solo me miró, y en su silencio había mil cosas no dichas: reproches, recuerdos, y esa chispa que ninguna mentira pudo apagar.
—Sí —murmuró finalmente— Adriana siempre fue perfecta para todo, pero yo no puedo quedarme, tengo que hablar con Marco — Mi respiración se atascó en la garganta.
Y en ese instante, supe que esta boda no solo sería un contrato profesional.
Sería un evento que volvería a poner mi corazón en juego.
La reunión continuó sin Theo, y por un momento agradecí el silencio que dejó su ausencia, su mirada, aunque distante, tenía el poder de ponerme nerviosa como si tuviera dieciocho otra vez.
Pero ese pequeño alivio duró poco.
—Bueno, ya que Theo tuvo que irse —dijo Isabella con una sonrisa ensayada— Podemos concentrarnos en los detalles reales de la boda, lo que la gente verá y lo que recordarán. — mencionó con un tono más frío
«“Lo que tú quieres que todos vean”, pensé.»
Extendió sobre la mesa una carpeta gruesa con recortes de revistas y fotografías impresas, las imágenes parecían competir entre sí: candelabros de cristal dorado, fuentes de champaña, flores importadas de Estambul, manteles bordados con hilos de oro.
—Quiero esto —dijo señalando una foto de un salón completamente cubierto de rosas blancas y lámparas colgantes con base de oro— Y no me refiero a algo parecido, quiero exactamente esto. — Asentí despacio, intentando mantener mi tono profesional.
—Podemos lograr algo muy elegante con ese concepto, aunque creo que si añadimos un toque más sencillo...— mencioné
—No —me interrumpió, cruzando las piernas con gesto altivo— No quiero nada sencillo, quiero algo que deje a todos sin aliento, este día no puede parecer una boda más… será la boda del año. — Inspiré profundo antes de responder.
—Claro, pero debo advertirte que algunos de estos materiales son extremadamente costosos, y en exceso podrían verse… recargados, a veces lo más lujoso está en los detalles, no en la cantidad. — Ella soltó una risa suave, casi burlona.
—Oh, Adriana… por favor, no estamos en una boda de pueblo, aquí no hay presupuesto que preocupe a nadie, Theo paga todo y si puedo tener oro, lo quiero. — mencionó con altanería
«“Por supuesto”, pensé, “Pero el oro no compensa el vacío.”»
—Podemos traer los candelabros de Murano y coordinar con el hotel para el montaje —añadí, intentando redirigir la conversación— Pero si mezclamos oro con cristal y arreglos florales tan grandes, el espacio podría sentirse sofocado visualmente. — Ella me miró con superioridad, como si acabara de decir algo ridículo.
—Eres diseñadora, ¿no? Entonces haz que funcione, no me sorprende que no entiendas lo que es el lujo real, después de todo, tú vienes de… —se detuvo, sonriendo— Bueno, de un entorno más sencillo, ¿no es así? — No respondí, aprendí hace mucho que hay batallas que no se pelean con palabras, sino con resultados.
Era más que claro que ella sabía quién era mi familia, pero todos nosotros éramos gente sencilla, los lujos y el dinero solo eran cosas materiales y para nosotros solo importaban las personas que nos rodeaban.
—Claro —dije con calma— Lo haré funcionar. — Accedí
—Excelente. — Se inclinó sobre la mesa y apuntó con manicura impecable una de las imágenes— También quiero un camino de flores que cubra toda la pasarela hasta el altar, no pétalos, flores enteras, miles y quiero que el techo tenga guirnaldas de luces y cristales, todo debe brillar, absolutamente todo. — Tomé nota sin levantar la mirada, cada palabra suya era una prueba de resistencia.
Mientras ella hablaba sobre su vestido de diseñador y la lista de invitados, mi mente se perdió en otra época, en otro Theo.
Recordé los días en la universidad, cuando él decía que el lujo estaba en la sencillez, en los gestos honestos, me regaló una flor arrancada del jardín de la facultad y me dijo que “lo más hermoso siempre se encuentra donde nadie busca brillo”.
Ahora, lo ilógico era que ese mismo hombre se casaría en un salón lleno de oro.
Cuando Isabella terminó de hablar, el reloj marcaba más de dos horas de reunión.
—Bueno, confío en que sabrás cumplir, Adriana, aunque, sinceramente, no esperaba que fueras tan… limitada con tus ideas, pensé que con tu apellido tendrías más gusto. — La frase me atravesó como una espina, pero sonreí.
—Gracias por tu observación, estoy segura de que todo será perfecto. — Ella se levantó, acomodó su bolso y camino hacia la puerta.
—Espero que así sea, no me gustaría que Theo pensara que te contrató por nostalgia y no por talento. — Menciono antes de salir y cerrar la puerta dejando que el aire por fin regresara a mis pulmones.
Apoyé las manos sobre la mesa y respiré hondo, dejando que el peso del silencio me envolviera.
No era la primera clienta difícil que tenía, pero ninguna otra lograba herirme con tanta precisión, Isabella no solo quería una boda ostentosa… quería demostrarme que había ganado.
Pero lo que no sabía era que la verdadera victoria no estaba en el oro ni en los titulares, sino en seguir de pie.
Y aunque mi corazón aún latía por el hombre que ella llamaba suyo, esta vez yo no me rompería, había durado mucho en poder sanar y no dejaría que me dañaran de