Capitulo 19

1521 Words
Theo —Entonces, ¿Irás esta tarde a la empresa? — le pregunté. Intenté que sonara normal, casual, pero la verdad es que la estaba mirando como quien espera una respuesta que puede cambiarle el día entero. Cuando negó con la cabeza, sentí un nudo formarse en mi estómago. —No, hoy quiero seguir acomodando mis cosas. — Y así, estúpidamente, fruncí el ceño. Como si eso fuera a borrar lo que estaba sintiendo. —Adriana… no puedes esconderte aquí cada vez que algo pasa, tienes que salir de esta casa, tienes 3 dias sin salir — mencioné Pero apenas las palabras salieron de mi boca supe que había fallado, vi cómo su expresión cambiaba y quise retroceder el tiempo y tragármelas para decirlas distinto. —¿Esconderme? —repitió, herida— Estoy intentando construir un hogar en un lugar donde hace días querían echarme. — Me ardió el pecho. Exhalé rápido, frustrado conmigo, con la situación, con todo. —No lo dije así. — mencionó y ella me miró molesta, joder el poco avance que habíamos tenido se fue al carajo. —Pues sonó así. — Me pasé la mano por la frente porque no sabía en qué momento todo se me había ido de las manos. —Dios… eso no es lo que quise decir, yo solo… — me quedé en silencio al ver cómo me miraba con desafío en sus ojos. —¿Tú solo qué? — Levanté la mirada, y por primera vez dejé que se me notara el miedo. —Yo solo quiero que formes parte de mi vida, de todo, no solo de la casa, quiero que tu vida continúe no que te encierres aquí, quiero llegar a casa y escuchar cómo me cuentas sobre tu día — Decirlo así, en voz alta, me dejó expuesto. Como si me hubiera abierto el pecho con las manos, porque no era solo una frase, era una súplica mal disimulada. Y cuando ella se quedó en silencio, entendí que esto no era una pelea para alejarnos. Era el choque torpe de dos personas intentando no perderse. —Theo… estoy intentando formar parte de tu vida, pero no puedo hacerlo si tú mismo no decides cuál es mi lugar. — mencionó después de un rato y sentí el golpe directo. Parpadeé, lento, porque esas palabras eran verdad, y dolía reconocerlo. —Estoy intentando conocer mi lugar aquí —siguió— Contigo, en esta casa y en esta historia que ha sido tan caótica desde el principio. — Di un paso hacia ella sin pensarlo. La cercanía me quemó y la necesidad me ganó. —Entonces lo definimos juntos —le dije, casi con urgencia— Pero… no me dejes afuera, Adriana. — le pedí, porque eso era lo que más miedo me daba, no perderla por rabia, sino por distancia. Y aunque el aire estaba tenso… aunque todavía dolía todo lo que no sabía cómo arreglar… algo se acomodó entre nosotros. No era calma, era una tregua era un “me quedo” dicho sin palabras. Y cuando ella no retrocedió, cuando sostuvo mi mirada, cuando me enfrentó sin huir… supe que ese momento no nos rompía. Nos estaba cambiando. La casa quedó en silencio cuando Adriana se encerró en la habitación y fue entonces cuando todo me cayó encima. Me apoyé contra la pared del pasillo, dejando caer la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos con fuerza. El pecho me dolía, no de rabia, sino de miedo, de ese miedo que no sabía nombrar pero que llevaba días creciendo dentro de mí. «No me dejes afuera.» Ni siquiera sabía de dónde había salido esa súplica, ero había sido honesta, brutalmente honesta. Caminé hasta el sillón y me dejé caer con torpeza, me pasé una mano por el rostro, arrastrando el cansancio, la culpa, la sensación de estar fallando en algo que no sabía cómo sostener. Yo quería darle un lugar, de verdad lo quería. Pero… ¿cómo se construye un lugar cuando ni siquiera yo tenía claro el mío entre mi madre, la empresa, el pasado y ella? El recuerdo de su voz me apretó la garganta. «"Estoy intentando conocer mi lugar aquí."» Y comprendí que no era solo ella era yo también, dos personas intentando anclar en una historia que había comenzado demasiado rápido, demasiado herida, demasiado expuesta. Me levanté y caminé hasta la ventana, afuera, la ciudad seguía su ritmo normal, ajena al pequeño terremoto que acababa de pasar entre esas paredes. Pensé en ir tras ella, en tocar la puerta y decir algo inteligente, seguro y firme, pero no lo hice. Porque por primera vez entendí que no necesitaba palabras perfectas. Necesitaba decisiones. Y esas… no se improvisan. Respiré profundamente como si así pudiera acomodar lo que tenía dentro. No sabía todavía cómo iba a protegerla de todo lo que venía. Ni siquiera sabía cómo protegerme a mí. Pero sí sabía una cosa, con una claridad inesperada, no quería que se fuera. Los días siguientes fueron… extraños. No eran malos, ni buenos... solo extraños. Era como vivir con una sombra que, por momentos, se volvía luz… y luego regresaba a quemar. Adriana y yo estábamos aprendiendo a coexistir, pero cada intento venía acompañado de dudas, choques, silencios incómodos y palabras que nos rozaban más de lo que queríamos admitir. La primera discusión fue por una tontería. Yo había dejado una pila de documentos en la mesa del comedor y ella los movió para limpiar. —Theo, esto es un comedor, no tu oficina —me dijo, con esa voz suave pero firme. —Son papeles importantes —respondí, más brusco de lo que pretendía. —Por eso deberían estar en tu oficina. — mencionó molesta —Mi oficina está llena. — Ella cruzó los brazos. —Pues arréglala. — Pude haber soltado una risa y haberlo tomado bien. Pero estaba agotado, frustrado, pensando en Marco e Isabella, y terminé diciendo: —No necesito que me digas cómo organizar mi casa. — Sus ojos brillaron con ese toque de herida que nunca me gusta ver en ella. —No te estoy diciendo cómo organizar tu casa, estoy intentando que esta sea mi casa también. — Y eso me dejó mudo. Porque tenía razón, porque yo mismo la estaba empujando afuera sin querer. Otra discusión fue por la cena, yo llegué tarde, demasiado tarde, a decir verdad. Ella había preparado algo simple, bonito… pero para mí y no había llegado a tiempo. —Lo siento, la junta se alargó —dije mientras me aflojaba la corbata. —Theo, ni siquiera avisaste —respondió ella, y su voz tembló un poco— No sabía si debía servirte un plato o guardarlo en el refrigerador, pensé que… no sé, que podrías al menos mandar un mensaje. — Y ahí, la culpa me mordió por dentro. —Adriana… estoy lidiando con demasiadas cosas. — mencioné —Lo sé, pero yo también —murmuró— Y aun así intento estar aquí. — No supe qué decir. Así que no dije nada y eso la lastimó más. La búsqueda de Marco e Isabella se volvió obsesiva, eran fantasmas. Desaparecidos sin rastros, contactos, movimientos bancarios. Nada y los días se me iban cayendo encima. Trabajaba desde temprano, llegaba tarde, dormía a medias y Adriana… Adriana estaba ahí. Esperando, caminando alrededor de mis silencios, intentando no molestarme, intentando hablarme. A veces lo lograba y a veces no, pero no era porque quisiera alejarla, sino porque realmente me sentía frustrado y lo menos que quería era que ella la llevara de nuevo. —Siento que me estás evitando. — Me froté la cara, cansado. —No te estoy evitando. — aseguré —Entonces, ¿por qué cada día pasas menos tiempo aquí? — preguntó —No puedo perder el tiempo con— me detuve antes de terminar la frase, pero era tarde. Su expresión cambió, se cerró y yo me arrepentí —Conmigo —completó ella. —No, Adriana, yo no quise... — comencé, pero ella negó —Está bien —dijo, incluso sonrió un poco— Ya entendí, no te preocupes Theo, no voy a distraerte — mencionó y yo suspiré Ese "ya entendí" me dolió más de lo que debería dolerle a un hombre en un matrimonio que no nació por amor. Y a pesar de las discusiones… a pesar del cansancio y de mi propia torpeza emocional… hubo momentos pequeños que me jodieron la cabeza. Como cuando la encontraba en la cocina, con el cabello suelto, cantando bajito. O cuando se quedaba dormida en la sala esperando que llegara. O cuando me dejaba una nota sencilla: «"Tu café está en la mesa, no olvides desayunar."» Parecía nada, pero era mucho para mí, demasiado. Y en esos momentos, en silencio, pensaba: «"Si las cosas hubieran sido diferentes… si yo hubiera sido diferente… tal vez esto podría haber sido real."» Pero nunca lo decía, nunca lo admitiría, porque entre ella y yo, lo único constante... eran las tensiones. Los silencios, las palabras que se quedaban en la garganta y el hecho de que, a pesar de todo… no quería que se fuera jamás.
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