Theo
Me mantuve en silencio mientras veía a Adriana junto a Gerardo, ella estaba tensa y él parecía que iba a besarla.
No podía escuchar lo que decían y si era sincero me frustraba, porque no sabía si podía confiar en ella, porque no sabía si esto era una trampa o algo por el estilo.
Pero cuando ella lo golpeó para apartarlo de ella reaccione, vi cómo Gerardo quería regresarle él golpe, pero no se lo permití, él jamás le tocaría ni un solo cabello mientras yo estuviera cercas.
Y sin pensarlo le di un golpe directamente en la mandíbula haciendo que se quejara y que se llevará la mano instintivamente hacia los labios.
No voy a negarlo, golpear a ese idiota fue como una terapia a lo que habíamos pasado hace años, había esperado este momento mucho tiempo y saber que yo ahora tenía más poder, me hacía sentir distinto, no lo quería cercas de Adriana ni de su familia, es más no lo quería en Roma.
Pero a pesar de que deseaba seguir golpeándolo estaba consciente de que este no era el lugar adecuado.
No quería arruinar la gala benéfica y tampoco era momento para dramas antes de la boda, así que tome el brazo de Adriana, asegurándome de no lastimarla y la lleve de regreso a la fiesta.
Durante el resto de la noche, ella no dijo nada, volvimos a las apariencias, pero entre nosotros no hubo ningún intercambio de palabras y no porque no quisiera hablar con ella, sino porque necesitaba darle espacio para que no se sintiera presionada con todo lo que pasaba.
Al menos eso intente hasta que la deje en su departamento y me aseguré de que estaba bien, obviamente no esperaba que, para ella, ese comportamiento fuera normal, nunca imaginé que Adriana pudo haber tenido una relación tóxica con él, Dios ni siquiera quería imaginarla con ese idiota.
Cuando dejé a Adriana en su departamento, por un momento pensé en intentar quedarme con ella, tal vez le hacía falta compañía, a lo mejor no quería estar sola, pero tampoco quería tentar a mi suerte, así que me fui.
Los días siguientes intenté mantenerme alejado de ella, no porque quisiera hacerlo, sino porque tenía trabajo y ella debía terminar con los preparativos de la boda.
Solo esperaba que ella decidiera cambiarlo todo, no me importaba si perdía dinero o no, esa boda me parecía exagerada y sabía que para Adriana se sentía igual.
Pero no lo hizo, cada vez que hablábamos por mensajes sobre los detalles de la boda, mantenía mis respuestas frías y breves.
Sabía que mi madre había estado presente ayudándola con lo que faltaba, pero ninguna de las dos me decía realmente porque Adriana parecía cada vez más distante.
Intentaba convencerme de que no era necesario ir a verla y de que no debería importarme la boda.
Pero mientras más la evitaba… más pensaba en ella.
Porque había llegado al punto de cancelar el vestido que había pedido Isabella y había pasado horas intentando encontrar el vestido perfecto para Adriana.
Sabía que mi futura esposa era una mujer que no necesitaba lujos para destacar, así que estaba seguro de que le gustaría un vestido sencillo pero que ajuste a su cuerpo, y encontré el vestido indicado para ella.
Así que no dude en comprarlo y pedir que se lo enviaran a su departamento un día antes de la boda.
Yo tenía mi traje listo y aun así intentaba convencerme de que no debería estar nervioso, que solo era un acuerdo y que no era nada del otro mundo, pero muy en el fondo, sabía que estaba cumpliendo uno de mis sueños, casarme con la mujer de mis sueños.
Lo que no esperaba era esa ilusión se borrará de golpe al ver el mensaje de un numero desconocido.
La fotografía mostraba perfectamente a Adriana, con ropa algo cómoda como si quisiera pasar la tarde en casa, llevaba unas bolsas de comida y a su lado, estaba él, cargando la enorme caja que llevaba su vestido.
La foto los mostraba a ellos dos demasiado cercas, aunque ella no sonreía ni nada, él tenía la sonrisa más grande e idiota que jamás le había visto.
Junto a la foto había llegado un mensaje que me dejó pensando más de la cuenta.
«Tu futura esposa, recordando viejos momentos, no te imaginas lo mucho que disfruto escuchando sus gemidos, tal vez ella sea tu esposa, pero yo siempre seré el único hombre en su vida»
La rabia que sentí… no la recordaba desde hacía años, me quemó desde dentro.
Pensar que ese imbécil la había tocado, que él había disfrutado todo lo que yo siempre anhele me enfermaba.
Ni siquiera quise pensar demasiado, no quise imaginar, no quise sentir nada.
Solo me repetí una y otra vez:
«“No importa nada, lo único que importa es casarse y cumplir el contrato.”»
Pero eso era mentira, lo sabía, solo que necesitaba repetírmelo para no explotar.
Al día siguiente, la entrada de la basílica era un caos organizado, invitados entrando, música suave, flores por todas partes.
Y yo… yo estaba ahí, parado frente al ventanal de una sala privada, intentando mantener la compostura.
Mis manos en los bolsillos, la mirada perdida y el estómago revuelto.
Todo el mundo parecía tranquilo, pero yo estaba a minutos de hacer algo que, en el fondo, no quería hacer… ni sabía cómo evitar.
La puerta se abrió detrás de mí y vi a Mikhail acercarse por el reflejo del vidrio.
No dije nada, no porque no quisiera, sino porque Mikhail era tal vez la única persona en la que podía confiar ahora.
Yo no tenía amigos y él único que tenía me había traicionado, pero Mikhail era uno de mis clientes más importantes y habíamos compartido muchas cosas juntos a lo largo de estos años y ahora era el esposo de la prima de Adriana.
—¿Puedo hablar contigo un momento? —preguntó.
Asentí sin mirarlo y él cerró la puerta y cruzó los brazos, su mirada era seria, pero no atacaba… solo quería respuestas.
—No voy a juzgarte, Theo —dijo— Pero necesito que seas honesto conmigo — Pidió
—No hay mucho que decir, Mikhail, todo esto es parte de algo que ni tú ni yo podemos cambiar Adriana aceptó y no voy a dar ni un paso atrás. — Mi voz salió un poco seca y él suspiró.
—Quizá no pueda cambiarlo, pero sí puedo asegurarme de que no lastimes a alguien que no lo merece, Adriana es una buena mujer, y lo sabes, ella no es Isabella, no merece un matrimonio sin amor ni respeto. — Las palabras me atravesaron y dolieron más de lo que debían.
—Sé lo que piensas… y sé que ella no es Isabella —respondí bajando un poco la voz— Nunca lo ha sido, pero no la quiero herir, Mikhail, esto… esto no es algo que yo haya elegido. — Él me miró con atención.
Y sé que entendió más de lo que dije.
—Entonces hazlo lo mejor que puedas, no finjas ni prometas lo que no vas a cumplir y no la humilles, ella no tiene culpa de nada. — Asentí, no le debía explicaciones a él, pero si le debía a Adriana al menos una.
—Nunca haré nada que pueda lastimarla, no es mi intención, ni lo ha sido nunca —respondí.
Mikhail me extendió la mano.
—Bien, porque si lo haces… te juro que no me importará ir en contra de mi amigo, la familia de mi esposa es más importante que cualquier cosa. — Sonreí con amargura.
—Vaya… nunca creí que vería el día en que Mikhail Volkov me diera lecciones sobre amor. — me burle y él sonrió
—Créeme, tampoco yo —respondió sin humor— Pero a veces, la persona correcta te enseña lo que nunca imaginaste aprender. — Sus palabras me atravesaron, pensé en Adriana.
En la forma en que me miró en la gala, en la forma en que temblaba en el almacén.
En la forma en que me dijo buenas noches.
—Adriana fue muy importante para mí —confesé, casi en un susurro— Pero… — No terminé, no hacía falta.
—Cuídala —dijo simplemente y se fue.
Cuando caminé hacia el altar, sentí el peso del mundo sobre los hombros.
La música empezó, los murmullos se apagaron y entonces la vi.
Adriana, vestida de blanco, pero ella llevaba un vestido distinto, definitivamente ese no era él vestido que yo había elegido y supe en ese instante que ella lo odiaba.
Pero aún así se veía hermosa como nunca la había visto.
Un nudo se me formó en la garganta, mi respiración se detuvo un instante y por un momento… tuve miedo.
Uno que te destroza desde dentro, porque no debía sentir nada, porque esto era un contrato.
Pero la forma en que caminaba hacia mí… la forma en que sus ojos buscaron los míos... la forma en que su presencia llenaba la iglesia… me confundió.
Me desarmó, me destruyó y me recordó, cruelmente, por qué alguna vez la amé con locura.
Cuando llegó junto a mí, la tensión se hizo insoportable.
Se veía tan hermosa que dolía.
Y yo… yo estaba demasiado consciente de eso.
El sacerdote habló, la gente aplaudió, todo siguió el guion perfecto, uno del que no puse atención por mirarla solamente a ella.
Hasta que llegó el momento del beso, ella levantó la mirada y yo la miré.
Nuestros labios estaban a centímetros, me moría por besarla, pero no pude, no debía.
No con todo lo que sentía y lo que intentaba negar, además porque no sabía si a ella le parecía correcto.
Así que incliné ligeramente la cabeza y rocé su mejilla con mis labios.
Fue un beso vacío, formal, distante, una sombra de lo que podría haber sido… si no lo hubiera arruinado todo años atrás.
Los invitados aplaudieron, pero Adriana no sonrió y yo tampoco.
La fiesta siguió como si nada, yo bebí poco, ella apenas habló.
La gente comentaba, inventaba historias, llenaba huecos que no entendían.
Y entre todo eso… yo solo podía pensar en lo mismo:
«Me casé con la única mujer a la que he amado toda mi vida»