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1546 Words
Me desperté de un sobresalto de nervios, los latidos del corazón iban a un nivel de rapidez anormal, el aire de mi habitación estaba encendido pero aún así sudaba, así que me senté para pasar los nervios. > -¡Ash! ¡me duele mi estúpido cerebro!. Me levanté y abrí la ventana que conducía al balcón de mi habitación para observar el atardecer mientras meditaba en mis sueños tratando de buscarle alguna lógica; parecía querer transmitir algo pero no lo hacían por completo por lo que me costaba entenderlos, recordaba el ballet con melancolía, deseaba poder volver a bailar como antes sin temores y con la confianza que solía tener, sin miedo a lo que las demás personas pudieran decir o pensar, siendo yo misma sin impedimento alguno. Ya en las tardes sólo salían los gatos y la minoría de personas, después de haber observado el cielo por un buen tiempo entré a mi habitación y comencé a hacer ciertos pasos de ballet que me llegaron a la mente repentinamente, me salían los pasos un poco ordinarios y temblorosos, no era como antes, intenté girar tres veces seguidas, pero en la segunda vuelta giré mal y caí al suelo lastimándome un tobillo. -¡Carajo! ¡que dolor!. Me levanté renqueando hasta llegar a mi escritorio, allí me senté para masajear mi tobillo y observar el teléfono que Evans me había regalado, luego de eso instintivamente tomé el teléfono y presioné el botón para encenderlo con alguna esperanza, lo hice por hacerlo, sabía que no encendería, solo tenía ansiedad por lo que actuaba así. Quedé anonadada al percatarme que el teléfono había encendido perfectamente, pegué un pequeño grito de alegría, no podía creerlo. -¡Por fin algo bueno en mi insignificante vida! ¡estoy librada!. - Exclamé emocionada en mi soliloquio. > Tomé la caja de donde el teléfono venía y comencé a leer minuciosamente hasta que me dí cuenta que el teléfono era a prueba de agua. >. - Pensé riendo de emoción. Abrieron la puerta de sopetón por lo que me asusté y escondí el teléfono dentro de mi pantalón; era mi padre en completo estado de ebriedad. > -Jo-yce, ven aquí. - Exclamó mi padre con la voz cambiada acercándose cada vez hacia mí. Yo solo tomé el reloj policial para colocármelo, me levanté de mi escritorio y me dirigí hacia la puerta, pero él tomó mi brazo y me lanzó hacia la cama. -¡Ya déjame enfermo, depravado!. Él se lanzó en la cama, cerró mi boca con su mano y con la otra sujetaba mis manos, comenzó a lamer mi cuello y a morderme las orejas susurrándome que me callara, pero la ira se salió de control y lo golpee con violencia usando mis rodillas para liberarme; al ganar ventaja, me levante, le lancé objetos pesados en la cara para finalmente salir corriendo, al llegar a la sala, tomé un suéter que estaba en la mesa y me lo coloqué saliendo presurosa con lágrimas en los ojos, me fuí por todo el camino sollozando y maldiciéndolo mentalmente, mi vida era un completo infierno, una película de horror que se reproducía una y otra vez sin llegar a su fin, sin cambiar la trama, estaba asqueada me sentía sucia, no entendía por qué quería abusar de su propia hija, y su difunto amigo quería abusar de mí también, me alegraba tanto que lo fueran asesinado, sólo deseaba que mi padre muriera o muriera yo para que este martirio acabará como fuera. Pasé al lado de unos vendedores de ambulantes que vendían cigarrillos y se me antojó uno, pero no cargaba dinero, metí mis manos por hábito en los bolsillos del suéter y no podía creer que había algo de dinero, me sorprendió así que lo tomé y compré una caja, caminé por todo eso sin rumbo alguno, saqué un cigarrillo de la caja y comencé a fumarlo, ya me empezaba a sentir mejor, más calmada, ya que era una distracción apetecible. Sentía unas profundas ganas de golpear a la gente mala, personas que se complacían haciendo injusticias, estaba que si alguien más me tocaba iba a salir herido, no me importaba quien fuera. Después de tanto caminar me detuve en el frente de una panadería, me senté en uno de los muros a fumar; desde que salí de la primaria empecé a recoger mi cabello rizado, así que cada vez que salía lo recogía, sentía que ya no me quedaba bien los rizos, por lo que me coloqué la capucha del suéter y seguí fumando, varios vagabundos pasaban piropeandome, yo solo los ignoraba, estaba irritada, no quería que nadie me tocara, ni siquiera que me vieran, así que si alguno se me acercara a tocarme iba a salir lastimado y arrepentido. Después de haber acabado con el primer cigarrillo, saqué otro para seguir fumandolo; sentí un escalofrío a mi lado, así que voltee y era un menesteroso. -Señor. - Le dije. -¿Me está hablando usted a mí?. - Preguntó el menesteroso extrañado. -Sí, ¿por qué se sorprende?. -Es extraño que una chica tan linda como usted esté hablando con alguien como yo, sin sentirse asqueada. -La apariencia es lo de menos señor, lo que importa es lo de adentro. -¡Vaya! ¡tan joven y tan madura! Me asombra su nivel de sabiduría, sus padres han de estar orgullosos. Al escuchar eso se me inundaron las pupilas nuevamente y el nudo en la garganta se presentó ante mí, por lo que no pude responder más nada, tratando de contenerme. > -¿Que ocurre señorita? Perdón si dije algo que la hizo sentir mal, no fué mi intención, soy un viejo tosco. Sequé mis lágrimas apartando mi mirada. -No se preocupe señor, no tiene la culpa. -¿Y por qué está fumando? Eso no es bueno, afecta con el tiempo, daña mucho. -Ya estoy dañada señor, y peor de lo que usted imagina. -Los malos momentos son desagradables pero cuan necesarios para volvernos fuertes, lo que sea que esté pasando ahora no es eterno, todo tiene su fecha de caducidad, así que no se preocupe, y tampoco se empeñe en dañar su vida usted misma de esta manera, todo estará bien. -¿Por qué usted también me dice lo mismo? El otro señor me había dicho algo similar, pero nada bueno pasa, ya estoy harta, todo lo que hago me sale mal, no tengo familia, las personas que se acercan a mí salen heridas, yo salgo herida, ya estoy cansada, esto no es vivir. -Tiempo al tiempo, como dije antes las cosas pasan por algo. -Sí, pero... Voltee a verlo irritada pero el menesteroso ya no estaba. -¡Señor! ¡Señor! > Me levanté molesta del muro y comencé a seguir caminando, ya se había hecho de noche por completo, la luna estaba llena, parecía un enorme reflector de la Tierra, y las estrellas brillaban con mucha intensidad haciendo que el cielo se viera hermoso logrando embelesarme bajándole el nivel a mi enojo, realmente admiraba el cielo, pero más el de la noche, era totalmente fan de la noche, su belleza oscura me atraía, seguí caminando en línea recta y sin pensarlo llegué hasta el puente de límite entre urbanizaciones, el conjunto trabajo de las estrellas le daban ese toque cauteloso al cielo, estaba maravillada observando el cielo que por un momento olvidé todo. > -Es hermoso ¿cierto? Voltee sobresaltada por el susto de la voz repentina. -¡Idiota deja de llegar así repentinamente! ¿no vez que puedo herirte?. -Amo sorprenderte. -Y sabes que odio las sorpresas. -Es que solo así, logro llamar tu atención. Hice una media risa por su comentario, saqué de mi bolsillo un cigarrillo y me lo coloqué en los labios para encenderlo, pero Evans tomó el cigarrillo y me lo quitó para lanzarlo por el puente. -¿Que crees? Tengo más. Metí mis manos en mis bolsillos para sacar la caja, pero Evans me detuvo abrazándome. Ese acto en vez de producirme ira, me confortó y sin poder contenerme comencé a llorar, me sentía confiada llorando estando Evans presente, antes me avergonzaba llorar frente a él, pero ya era diferente por la confianza que le había tomado, aunque aún así no quería preocuparlo contándole de mi situación. -Tranquila, llorar es bueno, para que drenes todo esa carga pesada que llevas. - Añadió abrazándome mientras me daba unas pequeñas palmadas en la espalda. Ya no me importaba llorar frente a Evans mi orgullo se había ido a un lado y sólo quedaba la frágil Joyce que estaba escondida en años.
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