Un día después, Karen estaba frente a la mujer que durante años había movido los hilos ocultos de su pueblo. Sofía Pichardo, la misma que había ordenado la muerte de Enrique por el único crimen de ser un hombre justo. Fue ella quien pagó al Alacrán para que jalara el gatillo frente al juzgado, por la aprehensión de su esposo corrupto, el mismo que también había sido eliminado. Karen no tembló al mirarla a los ojos. No había rencor en su mirada. Solo una calma fría, peligrosa, como la de un huracán antes de estallar. —¿Sabes quién soy? —preguntó ella, con una sonrisa helada, mientras Sofía era sostenida por los hombres de Joel. —Claro que lo sé —susurró la mujer, fingiendo valentía—. Eres la hija del hombre que creyó que podía con nosotros. —Y tú… eres solo una sombra —respondió Karen c

