CAPÍTULO 5

919 Words
ISABEL Lo reconocí al instante. Su acento y voz grave es inconfundible: es el hombre de la cita a ciegas. Cuando me ordenó que me arrodillara, me negué a pesar de que tenía miedo. Son mafiosos…soy una testigo asique van matarme de todas formas, así que no iba a darles la satisfacción de verme de rodillas. Y ahora estoy aquí, sola en algún sitio. Esperando… —¿Qué va a pasar conmigo?—le digo al tal Sebas. —Cállate.—dice secamente. Al cabo de lo que me parece una eternidad, la puerta se abre y noto que Sebas se endereza. —Esecutore, señor… —Quitale la venda. Sebas se coloca detrás de mí y, con cuidado, me quita la venda. La tela termina cayendo sobre mi regazo. Parpadeo varias veces, intentando acostumbrar mis ojos a la luz… y entonces fijo mi mirada en el hombre. Frente a mí, se encuentra ese hombre sentado en un sillón con orejeras de cuero mirándome con una expresión implacable. Lleva un traje n***o —igual que en aquella cita a ciegas— y sostiene un cigarro a medio consumir. Ese hombre me impone demasiado. Nos sostenemos la mirada durante lo que podrían ser segundos o minutos; me es imposible saberlo. Cuando finalmente bajo la vista, veo la pistola encima de la mesa y eso hace que un escalofrío me suba por la columna. Las armas no me intimidan por mi trabajo en la fiscalía pero ver un arma cerca de él… es otra historia. ‘¿Me va a matar?’. Me pongo nerviosa y suelto sin pensar: —¡Vaya! que segunda cita tan agradable.—digo nerviosa. Él me sostiene la mirada sin decir una palabra, pero no se me escapa que la comisura derecha de su labio se ha curvado apenas un milímetro hacia arriba. Bueno… quizás me lo estoy imaginando. —Parece que no entiendes la situación en la que estás… ratoncita. ‘Sí que la entiendo. Soy testigo de un crimen y lo más probable es que termine muerta.’ —Sé perfectamente lo que viene… —Isabel —murmura, pronunciando mi nombre con una lentitud casi cruel—. No, no lo sabes. Créeme. —¿Qué quieres decir?—pregunto, tragándome el temblor en mi voz. Él se endereza, tranquilo, seguro de sí mismo. Con un dedo señala la pistola, luego a mí. —No vas a morir. Todavía no. Vas a quedarte aquí. —¿Qué?—digo incrédula. —Vas a convertirte en la madre de mi hijo. No puedo evitarlo: una carcajada histérica se me escapa. —¿Qué demonios dices?Estás loco. ¿Madre? ¿Yo?—digo casi chillando. Su expresión se endurece, aún más si es posible. —Eso es lo que quiere mi hijo, y si él desea una madre, la tendrá. —No, no lo voy a hacer… —¿Crees que te estoy pidiendo permiso? ¿Qué coño está pasando? estos hombres creen que pueden hacer conmigo lo que quieran. Lo detesto. Detesto sentirme como un objeto, algo que pueden usar y tirar cuando les convenga. Me matarán igual, antes o después. Un pensamiento me golpea de repente, arrastrándome a recuerdos del trabajo. No sé por qué me sorprendo, siempre ha sido así… —Puedes hacer esto por las buenas… o por las malas. Te aconsejo que lo hagas por las buenas o convertirás tu vida en un infierno—advierte con voz fría. —Eres un hijo de puta… Él ni se inmuta ante el insulto. —No lo voy a hacer…¡No puedes obligarme!—chillo. El hombre se levanta con tranquilidad, se acerca a mí y se agacha a mi lado. Posa una mano en mi rostro y aprieta lo suficientemente fuerte como para que no pueda seguir diciendo una palabra más. —Lo harás —dice con voz grave—, ¿y sabes por qué? Porque si no, mataré a tu padre, a tu abuelo, e incluso a esa amiguita del trabajo que tienes…también a su familia. Y no solo eso…cuando haya terminado con ellos, los colgaré en el jardín para que cuando te levantes por la mañana puedas ver esa hermosa estampa. Me quedo muda. Las palabras que intentan salir se me atrancan en la garganta como si me la apretaran por dentro. —¿Pensaste que solo tu vida corría peligro?—se ríe, sin atisbo de humor.—Serás obediente. Si ordeno que seas madre, serás madre; si exijo tu silencio, callarás; y si te pido abrir las piernas para mí, las abrirás sin rechistar. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?. El corazón me retumba en los oídos y la respiración se vuelve torpe, cortada… Cierro los ojos y respiro profundo varias veces intentando evitar el ataque de ansiedad que se está gustando… —No lo hagas…—me oigo rogar con voz temblorosa. Está vez, el hombre me mira de una manera que no sé descifrar. Se da media vuelta y vuelve a sentarse. Suelta un suspiro. —Te doy por avisada. Portate bien—sentencia. Después de soltar esas palabras le dice algo en italiano al tal Sebas y juntos salen de la habitación sin volver a mirarme. Cuando la puerta se cierra y me quedo sola, con ese silencio pesado, me rompo por completo. Las lágrimas brotan de mis ojos sin control. Una hora después, me quedo sin lágrimas y siento un dolor inmenso en la cabeza. Cierro los ojos y me quedo durmiendo.
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