DUKE
Hice un esfuerzo titánico por no f*llármela ahí mismo, sobre mi escritorio.
Cuando me quedé solo, tuve que encerrarme en mi habitación para masturbarme, y esa noche volví a hacerlo dos veces más, con su imagen grabada en mi cabeza: sus gemidos ahogados, la manera en que se restregaba contra mi muslo buscando desesperadamente placer… deseándome.
No logro apartar de mi mente su rostro cuando llegó al éxtasis, el rubor que la tiñó sus mejillas al descubrir la humedad en sus leggings, y ese ceño fruncido cuando le ordené que todo lo que comprara debía ser con mi dinero.
Sí, joder… lo quiero así. Quiero que cada cosa que lleve encima, hasta la más íntima, sea pagada con mi dinero.
Suelto un suspiro áspero. No debería estar pensando en ella.
Ella puede ser mi ruina. Abrirle las puertas de mi vida significa permitirle conocer demasiado de mí. Mi oscuridad.
Soy un asesino, un hombre podrido, y no puedo permitirme desviarme del camino que me he trazado a mi mismo: la venganza.
Llego justo a tiempo para la cena y, antes siquiera de cruzar la puerta, me encuentro con una mujer lanzándose encima de mí. Leonora me rodea con los brazos con una energía desbordante y suelta una risa clara, casi estridente, que llena el lugar.
Su efusividad contrasta con el silencio del resto: Sebas, Pietro, Isabel y mi hijo permanecen en sus sitios, observando la escena sin decir una sola palabra.
Leonora se me acerca a mi cara y me da un beso en la mejilla. Yo me mantengo en mi sitio, sin moverme un ápice, y le devuelvo un gesto cortés.
Fijo mi mirada en Isabel. Ella finge indiferencia, como si la escena no tuviera importancia, pero sus manos la traicionan: ese pequeño gesto nervioso, jugueteando con sus propios dedos, me lo dice todo.
Durante la cena, Leonora se acomoda a mi lado, mientras Isabel se sienta junto a Enzo, que a su vez está a mi lado.
No me incomoda, no parece correcto, no sé por qué.
La conversación ligera fluye entre los demás, pero yo me mantengo observando, analizando.
Entonces, Leonora suelta su petición con toda la naturalidad del mundo:
—Duke, quiero quedarme en tu casa.
Levanto una ceja, curioso. No me impresiona su atrevimiento, pero sí me interesa ver cómo reacciona Isabel.
Enzo se remueve nervioso en el asiento mientras que Isabel ignora la situación o finge ignorarla.
—Leo, no digas tonterías…
—¿Pasa algo, hermano?—la chica se gira hacía su hermano—Me he quedado en esta a casa a dormir varias veces…
—Ahora no es posible…
—¿Por qué?—dice ella sin captar la indirecta.
Leonora me mira y me lo vuelve preguntar con la mirada.
—Eso lo decide la dueña de esta casa—me vuelvo hacia Isabel.
No puedo evitar que me salga una sonrisita como anticipación a su reacción.
Ella finge una reacción neutra y dice:
—A mi no me corresponde decidir. Es tu casa.
Mi hijo me mira serio pero lo ignoro. ¿Por qué este chico es tan perceptivo?
—Bueno, quedate si quieres. Pero ya sabes que debes de seguir todas las reglas…
—Sí, Duke.
—No des problemas. ¿Entendido?
***
Más tarde me cruzo con Isabel en la cocina. La estancia está sumida en sombras, como siempre, y ella ni siquiera enciende la luz, tal como ha sucedido cada vez que nos hemos encontrado aquí.
—Hola Duke…—me saluda sin gana. Intenta parecer neutral.
Eso me divierte, pero no lo muestro.
—Hola. —la observo sin que se de cuenta.
No puedo apartar la mirada de ese trasero, tan firme, grande... Esa noche no pude resistirme a apretarlo —una sola vez—, y si no estuviéramos en esta situación, lo habría hecho muchas más. Lo habría azotado, mordido, marcado… y después lo habría f***do, una y otra vez, hasta dejarme sin aliento
Aparto mi mirada porque si no estuviéramos en la oscuridad mi erección sería más que evidente.
—¿Te parece bien que Leonora se quede aquí?
—¿Acaso puedo decidir?
—No.—digo sin estar convencido.
¿Por qué esta situación me molesta?
—Entonces no me preguntes.—sentencia—.Antes le has dicho que tiene que seguir las reglas de esta casa…pero...
—Por supuesto. Aquí se hace lo que yo digo.
No entiendo a donde quiere llegar.
—Ella va a salir y entrar de aquí cuando quiera, verá a su familia y amigos…hará lo que quiera. Mientras que yo…
—Tú no estás en la misma situación que ella… tú eres una rehén.
—Entonces no me obligues a fingir delante de ella —responde, con un dejo de cansancio—.
—Eso lo decidiré yo.—sentencio.
—Muy bien, mio marito… —dice con un tono burlón, pero con un matiz de reproche.
Reacciono en una milésima de segundo: Me acerco a ella en una zancada y la encierro con mi cuerpo, rodeándola con ambos brazos.
No tiene escapatoria.
Joder… ¿por qué me gusta tanto que me desafíe?
Cuando me alcanza el aroma afrutado de su champú, tengo que contener el impulso de hundir mi rostro en su cabello y recorrer con mi nariz la línea de su cuello.
Las manos me hormiguean por la necesidad de contacto con su piel…
La miro a los ojos, nuestras caras están tan cerca que siento su aliento mezclarse con el mío. La noto tragar saliva y jugar nerviosa con su collar. Al cabo de unos segundos, levanta la mirada y sostiene la mía con firmeza, retándome de nuevo.