22. Tonta.

1402 Words
Manson me sostiene la mirada por un largo momento, y por un segundo, creo que va a ceder. Pero luego se endereza, alejándose de mí como si mi proximidad fuera demasiado. —No estás lista para eso. —¿No estoy lista? —me burlo, bajándome de la cama y acercándome a él—. ¿Después de todo lo que hemos pasado? ¿Después de Brandon? ¿Después de que casi me matan en esa fiesta? —¡No lo entiendes, Emma! —grita, su voz retumbando en la habitación como un trueno. Su explosión me toma por sorpresa, pero no retrocedo. En cambio, me acerco aún más, mi pecho casi tocando el suyo. —Entonces haceme entender, Manson. Por un momento, el silencio es tan pesado que apenas puedo respirar. Su mandíbula está tensa, y sus ojos arden con una mezcla de rabia y algo más… algo más profundo. Suspira y pasa una mano por su cabello, desordenándolo aún más. —Cuando tenía diecisiete años, hice mucho daño a alguien que conoces. Las palabras caen como un balde de agua fría, dejándome helada. —¿A quién? —susurro, sin poder creer lo que acabo de escuchar. —Era un monstruo —continúa, su voz baja y cargada de dolor—. Le gustaba lastimar a la gente, especialmente a los que no podían defenderse. —¿Qué… qué hizo? Manson cierra los ojos, como si revivir esos recuerdos fuera un castigo. —Una noche, vi como te golpeaba. Estabas tan asustada, Emma… no podía dejar que te lastimara nunca más. Mi mente se inunda de imágenes borrosas, fragmentos de una noche que siempre había tratado de bloquear. Mi padrastro... —Fui yo quien lo detuvo —confieza Manson, interrumpiendo mis pensamientos—. Fui yo quien lo dejó inválido. —¿Por qué nunca me lo dijiste? —pregunto, mi voz temblando. —Porque sabía que me odiarías. —No te odio… —respondo, pero mi voz suena débil. —Deberías. Después de todo lo que viviste después de eso. Me mira como si estuviera esperando que lo haga, que le grite, que lo golpee. Pero en lugar de eso, solo doy un paso hacia él y pongo mi mano sobre su pecho, sintiendo el latido de su corazón bajo mis dedos. —No te odio, Manson —repito, con más firmeza esta vez. Él me mira como si no pudiera entenderlo, como si mi reacción estuviera fuera de su alcance. —Tonta. Antes de que pueda decir algo más, me inclino y lo beso. Es un beso lento, cargado de todo el dolor, la culpa y el amor que nos une. Por un momento, todo lo demás desaparece. Sus manos se aferran a mi cintura, tirándome hacia él como si temiera que me desvaneciera. Y yo, perdida en su calor, me doy cuenta de que, a pesar de todo, no quiero estar en ningún otro lugar. Pero en el fondo, sé que esta es solo una tregua. Que el verdadero infierno todavía está por venir. Manson me sujeta con una fuerza que roza la desesperación, como si mi presencia fuera el único ancla que lo mantiene conectado con algo más que su oscuridad. Me deja sin aliento, pero no me alejo. Estoy demasiado hundida en este abismo que él ha creado a nuestro alrededor, demasiado atada a lo que siento por él, por caótico que sea. Cuando nos separamos, su respiración es tan irregular como la mía. Sus ojos, oscurecidos por algo que no puedo descifrar del todo, buscan los míos como si quisieran encontrar algo que los redima. —Esto no cambia nada —susurra. —Sí lo cambia —respondo, con más seguridad de la que siento realmente—. Cambia todo. Manson sacude la cabeza, retrocediendo un paso. Sus manos todavía están en mi cintura, pero su agarre es más débil, como si estuviera debatiéndose entre dejarme ir o aferrarse a mí. —No entiendes lo que estás diciendo. Estás jugando con fuego, Emma. —No me importa. Mis palabras lo dejan en silencio, pero sé que no está convencido. Siempre hay algo en él que se resiste, que lucha por mantenerse apartado, como si el simple hecho de abrirse fuera una amenaza para su existencia. —Emma… —murmura mi nombre con una mezcla de advertencia y súplica, pero no lo dejo continuar. —Basta, Manson. Estoy harta de tus advertencias, de tus secretos. Si de verdad querés protegerme, entonces decime la verdad. Toda la verdad. Él me mira como si estuviera a punto de romperse, pero entonces su rostro se endurece de nuevo, y el muro que siempre levanta entre nosotros regresa con fuerza. —No puedo. —No podés o no querés —lo desafío, dando un paso hacia él. —No puedo. Si supieras todo… —Su voz se quiebra, y por un instante, veo al Manson vulnerable, al hombre detrás de la máscara. Pero tan rápido como aparece, desaparece. —¿Qué más podría ser peor que lo que ya me dijiste? —pregunto, pero no obtengo respuesta. Él se pasa una mano por el cabello, frustrado, y comienza a caminar por la habitación como un animal enjaulado. Se detiene frente a la ventana y mira hacia afuera, sus hombros tensos. —Hay personas que quieren hacerte daño, Emma. Personas que saben lo que significás para mí y que usarían eso en mi contra. —¿Y quiénes son esas personas? —La misma gente que me hizo esto —dice, señalando una de las cicatrices más profundas en su torso—. La mafia no juega limpio. No solo buscan poder, buscan control, y yo soy una herramienta para ellos. —¿Y yo? ¿Soy una herramienta también? Él se gira bruscamente, y su expresión es feroz. —¡No! Nunca fuiste eso. —Entonces decime cómo encajo en todo esto, Manson. Porque si no me das respuestas, no puedo seguir así. La intensidad de sus ojos me golpea como una tormenta, pero esta vez no retrocedo. Lo enfrento, incluso cuando cada fibra de mi ser quiere derrumbarse. —Estás aquí porque no puedo dejarte ir —confiesa al fin, su voz cargada de algo que suena a desesperación—. Porque, por primera vez en mi vida, hay algo más importante que mi propia supervivencia. Mi corazón late desbocado, pero no sé si es por sus palabras o por el temor que provocan. —Manson… —Pero eso no significa que esté bien —continúa, interrumpiéndome—. Cuanto más cerca estés de mí, más peligro corres. No sé cómo protegerte sin alejarte. —No me alejes —digo, y mi voz tiembla, pero es firme. Él avanza hacia mí de nuevo, sus pasos lentos pero determinados. Cuando llega hasta mí, me toma el rostro con ambas manos, sus dedos fuertes pero suaves contra mi piel. —Sos lo único que me queda, Emma. Pero te juro que si alguna vez te pasa algo por mi culpa, no voy a poder vivir conmigo mismo. —Entonces no dejes que pase nada. Quedate conmigo. Sus labios se encuentran con los míos de nuevo, esta vez con una pasión que raya en lo desesperado. Me sostiene como si temiera que pudiera desvanecerme en cualquier momento, como si este fuera nuestro último momento juntos. Cuando nos separamos, ambos estamos sin aliento, y nuestras frentes se tocan. —Voy a sacarte de esto —promete, su voz apenas un susurro—. Voy a encontrar la manera, aunque eso signifique destruir todo a mi alrededor. Antes de que pueda responder, un ruido proveniente de la puerta rompe la burbuja que habíamos creado. Manson se endereza de inmediato, su expresión volviéndose fría y calculadora. —¿Qué pasa? —pregunto, alarmada. Él camina hacia la puerta y abre un pequeño compartimento en la pared que no había notado antes. Dentro hay un arma. —Quedate aquí —ordena, su voz firme y autoritaria. —Manson, no… —Emma, quedate aquí. Antes de que pueda protestar, sale de la habitación, cerrando la puerta detrás de él. El sonido de sus pasos alejándose me llena de inquietud, y la soledad en el cuarto se siente como un peso insoportable. Algo está pasando, algo que él no me está diciendo, y sé que esto es solo el principio de algo mucho más grande y oscuro.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD