La tarde caía lentamente sobre los ventanales de la torre ejecutiva Del Monte, tiñendo de oro viejo los muros impecables de aquella oficina que, pese al lujo, se sentía desierta. Sentado detrás de su escritorio de roble macizo, Alberto Del Monte contemplaba la pantalla de su portátil sin realmente verla. Sus pensamientos estaban muy lejos de allí… atascados en un tiempo que creía enterrado, pero que insistía en resurgir con furia cada vez más viva. Sus dedos tamborileaban con impaciencia sobre la madera. Miró la hora, luego a la puerta, y finalmente… a ese pequeño relieve en el costado inferior del escritorio. Un panel oculto. Su secreto más profundo. Dudó. Respiró hondo. Entonces lo hizo. Presionó el mecanismo y el compartimiento secreto se abrió con un leve clic. De allí, sacó una pe

