Las risas se fueron apagando a medida que Isabella empujaba la puerta de la habitación y Camila la guiaba de la mano, caminando de espaldas, sin dejar de mirarla. El aire era denso, cargado de una electricidad que parecía envolverlas por completo.
La puerta se cerró con un leve clic, y entonces todo fue deseo silenciado y miradas que hablaban más que las palabras.
Camila se sentó en el borde de la cama, con las piernas entreabiertas, y tiró suavemente de Isabella hacia ella. Esta se deshizo de la camisa que llevaba, quedando en su bikini, y se colocó de pie entre sus piernas, dejando que Camila deslizara los dedos por sus muslos, por la curva de su cintura, y los dejara allí, justo donde podía sentir el calor de su piel.
—Me gustas tanto que me asusta —murmuró Camila, levantando la mira
