Marlene era nuestra niñera. Era una joven muy amable y nos cuidaba desde que tenía unos quince años. Ahora tiene dieciocho y sospecho que no nos cuidará mucho más. Tiene cosas más importantes que hacer y podría ganar más dinero con un trabajo estable. Sé que está buscando uno.
La vi crecer de niña a adulta, y además muy atractiva. Tenía ese intangible llamado carisma, que atraía a montones de chicos de forma natural. Admito que tener una copa D, cabello rubio y una figura atlética no le venía mal. Siempre he pensado que debería ser corredora profesional. Pagaría un buen dinero por verla correr, apostando con entusiasmo a cuánto tardaría en dejar de rebotar sus pechos después de que dejara de correr.
Desde que la conozco, Marlene ha sido una coqueta. Con total inocencia a los quince años, sin saber ni lo que hacía, pero a los dieciocho ya no era tan inocente. Creo que disfrutaba bastante provocando a un hombre.
No insinúo que tuviera la intención de seguir con su coqueteo, y desde luego no era exhibicionista. La ropa que compró no era nada vulgar, aunque sí realzaba su figura al máximo, y su mejor aspecto era algo más.
Si era virgen o no era asunto mío, pero si tuviera que adivinar, diría que no. Digo esto por un sutil cambio en su coqueteo, que me hizo creer que era mucho más consciente de su cuerpo y de lo que podía hacer.
Tenía novio. La había visto con él un par de veces en el centro comercial. Creo que se llamaba Tony, pero yo solía pensar que era un imbécil o un c*****o. Mi opinión de un imbécil no era ni de lejos demasiado alta.
Un viernes tuve que asistir a una reunión del equipo de fútbol local. Le había avisado a mi esposa, pero se olvidó (intencionadamente) y quedó en ir a una despedida de soltera esa misma noche. No hubo problema. Para eso está la gente como Marlene. Beth llamó y la invitó a pasar la noche. Después de que Marlene se sentara, Beth me informó con calma que la que llegara primero a casa podría pagarle. Como hablaba con fluidez el lenguaje de las esposas, interpreté que estaría fuera hasta tarde y que yo tendría que pagarle.
Llegó el viernes y Marlene llegó. Marlene parecía un poco juguetona, coqueteando sutilmente con alegría. Nada que se pudiera identificar ni objetar, pero el coqueteo estaba ahí. En cuanto se instaló con los niños, Beth y yo tomamos caminos separados.
Estaba de un humor raro al volver a casa. ¿Qué clase de humor raro? ¡Qué rabia! Simplemente raro. Llegué a casa, saludé a Marlene, que estaba viendo la tele, y bajé a escondidas para comprobar si los monstruos dormían plácidamente, que así era.
Al regresar, encontré a Marlene en la cocina, poniendo la tetera a hervir y preparándonos café. Nos sentamos, tomamos el café y charlamos. Al menos, yo charlé. Marlene estaba probando su última arma para coquetear, con la cabeza ligeramente gacha, pero mirándome con los ojos alzados, una mirada recatada con un ligero pestañeo, algunos intercambios que parecían bastante inocentes, pero que podían interpretarse de dos maneras, todo tan inocente que un hombre tendría que ser un canalla para malinterpretarlo.
Supongo que eso me convierte en un canalla. Sabía exactamente lo que hacía y lo disfrutaba mucho, animándola sutilmente. Le encantaba probar sus tretas con un hombre mayor.
Terminamos nuestro café y Marlene se levantó y enjuagó las tazas, dejándolas en el fregadero para que se escurrieran.
-Antes de que te vayas, Marlene, me preguntaba si harías algo por mí. -
-Claro.- respondió ella, con toda dulce inocencia.
-Qué bien. - dije, con toda mi inocencia. - Me preguntaba si serías tan amable de desvestirte y dejarme ver tu figura. No puedo evitar pensar que estarías sensacional desnuda. -
La expresión de su rostro al ver mi petición filtrarse entre su incredulidad valió la pena. Si me hubiera levantado y le hubiera dado una bofetada, no habría parecido más sorprendida.
-¿Qué?- gritó ella.
No me molesté en responder. Ella me había oído y sabía exactamente lo que dije.
-Tu esposa...- empezó, pero la interrumpí.
—Oh, no te preocupes por ella. No tengo intención de decírselo. Si lo hiciera, me obligaría a comprarle ropa nueva para demostrarle mi arrepentimiento.
-No es eso lo que iba a decir. - refunfuñó. - En fin, mi novio...-
—¡Caray, ni lo menciones! No está aquí y, además, no vale la pena hablar de él. Lo llamaría imbécil, pero sería halagarlo.
-Él no es un idiota.-me espetó, pero yo simplemente ignoré su réplica.
-Irrelevante- le dije. - Me interesas tú, no él. Perdona. Te interrumpí. ¿Decías?-
Si fuera tan tonta como para quitarme la ropa, probablemente intentarías abusar de mí. Tienes que estar bromeando. ¿Qué te hace pensar que haría algo así?
-Puedes borrar lo de probablemente - dije con una risa. - Te aseguro que, una vez que te desnudes, tengo toda la intención de abusar de ti. Me siento increíblemente juguetona ahora mismo y siento que es mi deber ayudarte a mejorar tu educación s****l. En cuanto a qué me hace pensar que te desnudarás para mí, nada en particular, pero estoy segura de que no lo harías si no te lo pido, ¿verdad?-
-No lo haré aunque me lo pidas. - replicó ella.
-¿Por qué no?-
-Ya te dije por qué no.-
—Eh, no, la verdad es que no. Mencionaste a mi esposa y a tu novio, pero no están aquí y no es asunto suyo. No tengo intención de decírselo y dudo mucho que tú lo hagas. Lo único que dijiste es que podría abusar de ti, y ya lo he dicho, así que puedes estar tranquila, sabiendo lo que pasará cuando estés desnuda.
En lugar de simplemente mirarme a los ojos y decirme que no, empezó a balbucear, tratando de encontrar razones por las cuales no lo haría.
-Oh, anda- le dije. - Sabes que quieres. Te preguntas cómo sería estar frente a mí desnuda. Si no te gusta cómo te acoso, siempre puedes ponerle fin. Después de todo, no voy a violarte. Demasiado lío para todos. -
Es curioso cómo, en una situación de sí o no, si no dices que no de inmediato, la gente suele tomar tus dudas como un sí, incluso la persona que supuestamente toma la decisión. Además, Marlene se preguntaba cómo sería desnudarse, sabiendo que yo la estaba mirando. Era del abuso s****l de lo que no estaba muy segura.
-Um, ¿qué tal si me desvisto para ti pero no me tocas en absoluto?-
-¿Qué tal si te desnudas para que pueda admirar tu figura y luego te sientas en mi regazo para que pueda acariciarte un poco? No te preocupes. Solo llegaremos hasta donde te sientas cómoda.-
Sonrojándose intensamente, Darlene empezó a desvestirse. Se quitó la blusa y los pantalones, y me miraba con curiosidad para asegurarse de que la estaba observando, y sin duda lo hacía. Se detuvo cuando solo le quedaban sujetador y bragas, pero yo seguí mirándola expectante. Se mordió el labio, cada vez más nerviosa, y se bajó las bragas. El sujetador le siguió casi de inmediato; Marlene parecía ansiosa por terminar.
Ella se paró frente a mí, con la mano cruzada sobre su entrepierna. Me reí.
-Manos a tus lados-le dije.
Su rubor se intensificó al obedecer. Giré un dedo y ella se giró lentamente, volviendo finalmente a mirarme. Aparté mi silla de la mesa y me di una palmadita en el regazo. Lentamente, muy lentamente, se acercó a mí, emitiendo un chillido de sorpresa cuando la tomé del brazo y la senté en mi regazo. Entonces se quedó allí sentada, rígida como una tabla.
No hice nada, solo me quedé sentado con ella en mi regazo, con un brazo alrededor de su cintura para ayudarla a sostenerse. Al darse cuenta de que no la sujetaba, empezó a relajarse.
-Tienes una figura preciosa. - dije en voz baja. - Una sinfonía tallada en marfil. Cualquier artista mataría por tenerte como modelo. Mira la dulce curva de tus pechos. Se yerguen altos, orgullosos y bien formados. -
Para enfatizar la dulce curva, un dedo la recorrió suavemente, empezando por su vientre y deslizándose suavemente hacia arriba, pasando con naturalidad por su pecho y terminando con un ligero toque en su pezón. Un pezón que, por cierto, ya estaba haciendo un bonito puchero.
Seguí hablando, sin decir nada en realidad, solo expresando mi admiración por su cuerpo. Claro, no puedes hacer eso sin tocar ligeramente lo que te gusta. Me aseguré de que mi toque fuera lo más suave posible y Marlene no protestó en absoluto.
Al principio, solo la tocaba por encima de la cintura. Sin embargo, después de un rato, confesé que quería saborear su piel y mis labios comenzaron a recorrer sus pechos. Como necesitaba hacer algo con la mano, la dejé reposar en su regazo. Lo juro, enredar mis dedos suavemente en sus suaves rizos no fue intencional, pero una vez hecho, habría sido de mala educación apartar la mano.
Sus piernas se separaron lentamente y, con la misma lentitud, mi mano se deslizó entre ellas, tocándolas y acariciándolas. Empezaba a respirar con dificultad y es muy posible que mi contacto se volviera un poco más firme.