Al fin, después de unas largas y tediosas horas las niñas estaban listas para comer y bueno por supuesto que jugar ya que allí no había mucho que hacer excepto meterse en la playa... Bajaron y encontraron a Micela sirviendo el almuerzo. —Bajan justo a tiempo. Deben estar hambrientas. —Sí, definitivamente sí. Cuando todas se sentaron a saborear el apetitoso almuerzo las mujeres adultas escucharon el motor de una lancha. Ambas se miraron a la cara con expresión de confusión ya que no esperaban a nadie para esos días. De hecho nadie debía llegar a esa isla. Las dos se pusieron en pie corriendo hasta la ventana para darse cuenta que quien llegaba a la orilla en lancha era el joven que traía las provisiones. —¿Qué hace aquí? Pregunta Amanda. —Creo que viene solo. —¿Y si no es así? ¿Y si a

