Capítulo 1
Como si se tratase de un dios, su caminata era tan ligera, pero a la vez imponente: ese era Ignati Vondev.
Un alma torturada por sus demonios, atacada y corrompida más que el mismísimo diablo. Un alma bondadosa para muchos, pero un demonio para otros, sin duda, la moneda tenía muchas caras: y él las conocía perfectamente como la palma de su mano.
Era aplaudido por ser el mejor pintor de su familia, una larga lista de innumerables pintores, escritores y filósofos. Pero él era el mejor después de su abuelo, sin duda alguna, plasmando los sentimientos que carecían en sus pinturas, creando una obra de arte. Una blasfemia tan hermosa que te apresa como si nunca quisiera soltarte.
Miles de personas pasaban, mirándole como si fuese la cosa más bella del mundo. Oh, pobres almas en pena que no sabían que tras esa linda sonrisa, el diablo se escondía.
La gente que lo miraba atentamente le creía un dios, pues su atractivo lo hacía parecerse a uno, su nariz afilada y sus gruesos labios llenos de sangre, dándole ese tono rojizo que, hacia soltar uno que otro suspiro a cualquier mujer, eran sin dudas las características que cualquier dios portaría.
Su belleza inigualable lo hacía ser uno de los hombres más deseados y más aclamados. Su cabellera rubia, con tonos cafés: le daban un aire inefable. Algunas personas portaban un brillo en sus ojos pero él carecía de ese destello en sus lindos ojos verdes, eso era significado de algo: su alma estaba podrida...
Ignati se sentía como un rey cuando las personas lo miraban. No, era un rey que dejaba sin palabras a sus súbditos. Robándoles el aliento, agradecía su auténtica belleza.
Un hombre egocéntrico que vivía en su burbuja de grandeza. Él sabía lo que quería, nunca se dejaría influenciar por otras personas para tomar lo que anhelaba con tanto fervor, ni siquiera si eso lo metía en problemas legales. Su familia no era la más correcta que digamos, se habían manchado una que otra vez las manos para lograr su objetivo, lo llevaba en su sangre.
Sin darse cuenta, una cosa pequeña choco contra su cuerpo duro. Sacándolo de su burbuja de vanidad, trayendo a la realidad. Sus ojos más fríos que un iceberg, miraron a la persona que lo golpeó sin descaro.
¡Oh, que gran error!
El caos estaba por comenzar...
Con el ceño fruncido, el hombre volteó a verla. Su boca ante tanta belleza, quedó seca. Aquella chica era como un ángel, su cabello n***o contrastaba con su piel tan blanca como la nieve, sus ojos color café y rasgados como los de un gato: sin duda, ella era un ángel caído del cielo, una diosa. Su diosa.
Solo suya. Pero cuando su voz...
¡Oh, aquella voz tan hermosa!
Que salió de sus hinchados labios, le provocó sentir como si el corazón se le saliera, compartiéndolo con ella. Era una obra de arte que solo él podía apreciar, ella necesitaba estar a su lado para toda la eternidad.
-Lo siento... -susurró la chica con timidez, sin mirarle a los ojos al hombre alto con el que había chocado por accidente.
La joven se maldijo una y otra vez cuando el hombre habló.
-Si me pides perdón mírame a los ojos, Dea...
Una sonrisa se extendió por su rostro, sonrisa que le causó escalofríos a la chica.
Por primera vez, SaeJi sintió miedo. Un miedo que te congela, que te petrifica. Algo en su mente le decía que el caos estaba presente en esa persona. Que con un solo roce de sus manos, el mundo estallaría en llamas. Sin decir nada, lo ignoró... Una equivocación de su parte, que en un futuro su vida se convertiría en caos.
La sonrisa de Ignati se volvió más grande y estalló en risas que se volvieron carcajadas, su mente le estaba jugando mal. Sin dejar de sonreír, ideando planes en su mente.
Caminó hasta el lugar de abordaje, sin dejar de pensar en ella, queriendo saber todo de su diosa: poseerla hasta que ella le diga que es suya en cuerpo y alma. Pero sin que ella se lo diga, era suya. Con solo mirarla se había convertido en su propiedad.
Miró a su asistente, quien estaba tan loco como él.
-Investiga todo sobre ella, quiero su nombre, su edad, donde nació y hasta la última persona con la que estuvo. La haré pagar si su cuerpo fue tocado por otro, pensó el hombre.
...
Seúl, Corea del Sur: Tiempo atrás.
El dolor de mi corazón era poco comparado al de otras veces, me sentía bien, pero a la vez mal. Según mi mente, no estaba obligada a hacer aquella cosa, pero mi corazón decía lo contrario, me sentía asfixiada hasta tal punto de compararlo con el mar: sentía que me hundía cada vez más en este extenso océano de mentiras y obligaciones impuestas por mis padres.
Mi salud mental era algo que no les importase, lo averigüé tan pronto como me detectaron ansiedad. Me hicieron parecer más que una chica bonita, me trataron de perfecta cuando, claramente, estaba dañada. Solo soy una cara bonita para ellos. Frente a todos me comporté como la chica que nunca sacó malas notas, que nunca se drogo, que nunca nada...
Cuando en realidad, en la oscuridad de mi habitación se encontraban cada uno de mis pedazos esparcidos como si fuesen pétalos de rosas...
Kwan SaeJi nunca tuvo permitido mostrarse rota frente a su familia. Mi sonrisa, más falsa que el matrimonio de mis padres, era mi mascara para la sociedad.
Desde pequeña fui controlada, mis comidas, la hora en la que dormía, mis amistades, mis novios inexistentes: toda esa "sobreprotección" solo trajo una cosa: caos.
Me sentía como una mariposa enjaulada en un frasco de vidrio donde sus captores la monitoreaban 24/7. El siquiera respirar era un privilegio para mí. Ser la hija mayor desencadeno muchas cosas. Era la hija ejemplar y no debía fallar en nada, en absolutamente nada. Si daba un paso mal, retrocedía 5. Pero sabia una cosa, no estoy tan rota como para arrodillarme ante ellos.
Nunca lo estaría.
Aunque la vida se encapriche conmigo, me pusiera millones de pruebas, nunca me dejaría pisotear hasta perderme a mí misma.
Mis ojos dejaron de mirar la ventana que me mostraba el hermoso sol, con mariposas volando por doquier, animando un poco mi ánimo. Sin duda alguna, las mariposas eran mi insecto favorito, como el ave fénix es mi animal favorito, los más gloriosos.
Me levanto de mi sillón aterciopelado con cuidado de no caerme por las copas de más que tengo encima, miro la botella de vino tinto que se encuentra en la mesita de noche, la tomo con cuidado para después dirigirme a mi armario, más grande que la puta caja de cerilla que tiene Soo-Yeon. Me río ante el pensamiento.
Abro un cajón especial para esconder todas mis porquerías de mis padres, no tengo esas mierdas de drogas, no. Solo es un poco de vino y uno que otro dulce que me tienen prohibido: tengo que tener un cuerpo tan esbelto como el de una pajilla para que mi futuro esposo me presuma como su estúpido trofeo.
Dejo la botella vacía junto a la copa. Siempre que termino una botella, tomo cualquier excusa para salir y tirarla sin que se den cuenta, como soy menor de edad, la tiro en cualquier lado baldío donde nadie me vea, si es en un bosque, mejor.
Suelto un suspiro cerrando el cajón con seguro, abro una de las bolsas de gomitas que tomé. El sabor agrio entumece mi boca un poco, pero lo disfruto. Tomo el rumbo hacia mi baño, quitándome la ropa poco a poco mientras mastico las gomitas en mi boca.
Mis mejillas se encuentran sonrojadas a causa del alcohol, mis ojos tan brillantes como las estrellas. Agarro mi cabello n***o entre mis manos, creando un contraste por mis pálidas manos, suelto un jadeo cuando siento el frío del piso tocar la planta de mis pies, mi cuerpo desnudo queda desnudo ante el majestuoso espejo dorado que se encuentra frente a mí. Suelto un suspiro, para entrar a la ducha y bañarme completamente.