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1973 Words
La Trampa La noche envolvía la arboleda cercana al río congelado en una oscuridad absoluta. Edward Transa se ajustó la capa y miró a su alrededor, impaciente. El mensaje recibido esa tarde había sido críptico, pero la promesa implícita de venganza lo había llevado a ese lugar. El crujido de ramas cercanas alertó a Edward, quien giró bruscamente. Una figura emergió de las sombras: alta, delgada, con una postura que irradiaba control y un aire de amenaza. Ian Lunia, primo del emperador Kaelion, pero con un porte que distaba mucho de la nobleza refinada. Había algo en su mirada, un abismo oscuro que hacía a cualquiera pensar dos veces antes de cruzarlo. - Lord Transa - saludó Ian con una voz baja y cargada de desprecio apenas velado - Me alegra que hayas tenido el buen juicio de venir. - Tampoco me diste muchas opciones - gruñó Edward, cruzándose de brazos - ¿Qué es tan importante como para llamarme en secreto? Ian avanzó un paso, su capa oscura ondeando con la brisa helada. - Tienes algo que deseo, Edward - dijo, su tono tan afilado como un cuchillo - Y yo tengo algo que tú ansías: una oportunidad para recuperar lo que crees haber perdido. Edward frunció el ceño, pero su curiosidad era evidente. Ian continuó: - Kaelion te ha reducido a poco más que un espectador humillado. Ahora, tu ex esposa es su protegida, su esposa y cada paso que da bajo su sombra es un recordatorio de tu fracaso. Las palabras de Ian mordieron más profundo de lo que Edward estaba dispuesto a admitir. Su mandíbula se tensó. - ¿Qué quieres decir con esto? - preguntó con cautela. Ian esbozó una sonrisa torcida, avanzando hasta quedar a pocos pasos de Edward. - Quiero destruir a Kaelion. Y para hacerlo, necesito aliados que compartan mi odio hacia él. Tú, por otro lado, quieres a Leocadia. ¿O me equivoco? Edward tragó saliva, sintiendo cómo la rabia y el deseo se agitaban en su interior. - ¿Y qué propones? - preguntó finalmente, su tono lleno de escepticismo. Ian inclinó ligeramente la cabeza, como si saboreara su siguiente movimiento. - Kaelion confía demasiado en sus escoltas, pero hay grietas en sus defensas. Si logramos capturar a Leocadia, no solo la tendrás a tu merced, sino que también podremos usarla como cebo para atraer al emperador a una posición vulnerable. Edward alzó una ceja, su mente trabajando rápidamente. La idea de volver a tener a Leocadia, de imponer sobre ella lo que nunca se atrevió, era tentadora. Pero el temor a las represalias de Kaelion también era real. - Eso suena suicida. - respondió con una risa amarga. Ian ladeó la cabeza, su expresión endureciéndose. - El suicidio es no hacer nada y seguir siendo un hombre insignificante bajo el pie de Kaelion. Tú, Edward, tienes la oportunidad de recuperar tu poder y tu orgullo. Edward permaneció en silencio, el conflicto reflejado en su rostro. Finalmente, dio un paso adelante. - De acuerdo. Pero si esto sale mal, más te vale no estar en mi camino cuando Kaelion vaya tras nosotros. Ian esbozó una sonrisa satisfecha. - Oh, no te preocupes, querido Edward. Para cuando eso ocurra, Kaelion no será un problema para ninguno de nosotros. El aire se volvió más frío mientras Ian se alejaba, desapareciendo nuevamente en las sombras del bosque. Edward, con el corazón palpitando y la mente llena de posibilidades, permaneció unos momentos más, observando el lugar vacío. La trampa estaba en marcha y, aunque no confiaba en Ian, la idea de tener a Leocadia nuevamente bajo su control era suficiente para impulsarlo a avanzar. Magia Edward observaba con una mezcla de incredulidad y curiosidad mientras Ian Lunia desplegaba sobre una mesa improvisada un paño n***o bordado con runas antiguas. En el centro, reposaba un pequeño peine de plata, adornado con una piedra amatista. - ¿Eso es...? - Edward dejó la pregunta en el aire, pero Ian asintió, su sonrisa cargada de satisfacción. - Un artículo personal de Leocadia. Lo tomé antes de que abandonara la mansión de tu familia. Con esto, podemos hacer algo mucho más efectivo que una simple trampa: una ilusión. Edward frunció el ceño, inclinándose hacia adelante para observar el objeto con más detalle. - ¿Qué clase de ilusión? Ian alzó la mirada y por un momento sus ojos parecieron brillar con un destello antinatural. - Una que hará que Kaelion baje la guardia. Leocadia, herida, llamándolo en la distancia... Será suficiente para distraerlo. Con su atención en la ilusión, nosotros nos encargaremos de lo demás. - “Lo demás”... ¿Te refieres a matarlo? - Edward preguntó con un tono que mezclaba emoción y duda. Ian asintió lentamente mientras sacaba de su cinturón una daga de hoja negra, sus bordes cubiertos con un líquido oscuro que parecía emitir un leve resplandor púrpura bajo la luz tenue de la fogata cercana. - Esta daga está encantada y envenenada. Incluso si su aura de fuego logra quemar parte del veneno, será suficiente para debilitarlo. Kaelion puede ser poderoso, pero no es invencible. Edward tragó saliva. Por primera vez, la magnitud del plan comenzaba a asentarse en su mente. - ¿Y si falla? - preguntó finalmente, en voz baja. Ian soltó una risa breve, seca. - No fallará, siempre y cuando sigas mis instrucciones al pie de la letra. Ahora, mantente en silencio mientras preparo el hechizo. Ian comenzó a recitar palabras en una lengua antigua, su tono profundo y resonante, mientras pasaba sus manos por encima del peine. El aire alrededor de ellos pareció temblar, como si el tejido mismo de la realidad se estuviera alterando. Una niebla plateada comenzó a formarse y poco a poco, una figura emergió de ella. Era Leocadia. O al menos, la ilusión de ella: su cabello suelto y revuelto, el rostro pálido y cubierto de lágrimas, con un vestido desgarrado que revelaba cortes y heridas falsas. - Kaelion... por favor... ayúdame... - La voz de la ilusión era quebrada, cargada de desesperación. Edward dio un paso atrás, estremecido. - Es... impresionante. Ian lo ignoró, concentrándose en perfeccionar los detalles. - Esta ilusión lo guiará hacia nosotros. Y cuando esté lo suficientemente cerca... tú serás quien lo distraiga mientras yo hago el resto. - ¿Yo? - Edward alzó la voz antes de controlarse - Dijiste que esto sería rápido, no que tendría que enfrentarme a él directamente. - No enfrentarás a Kaelion, solo lo mantendrás ocupado. Dile algo que lo confunda, que lo haga dudar. Kaelion es poderoso, pero también tiene puntos ciegos y esa mujer es uno de ellos. Edward apretó los dientes, odiando la seguridad con la que Ian hablaba, como si todo estuviera bajo su control. La Trampa Está Lista Horas más tarde, la ilusión comenzó su trabajo. Flotó entre los árboles, gimiendo suavemente, su voz apenas un susurro que llevaba el viento hasta los oídos de Kaelion. El emperador, que inspeccionaba las defensas del campamento, se detuvo al escucharla. - Leo... - su voz se endureció, su expresión volviéndose sombría mientras su aura de fuego parpadeaba alrededor de él como un manto protector. Sin dudarlo, Kaelion siguió la voz hacia el bosque. Cuando la figura de Leocadia apareció frente a él, su aura titiló, reduciendo su intensidad. - ¿Quién te hizo esto? - preguntó con furia contenida, avanzando hacia la ilusión. Edward emergió de entre los árboles en ese momento, tratando de ignorar cómo el calor abrasador de la presencia de Kaelion hacía que cada gota de sudor en su piel ardiera. - Yo puedo decirte quién fue. - dijo Edward, su voz llena de rencor - Pero primero, deberías preguntarte si realmente puedes salvarla. Kaelion giró hacia él, sus ojos encendidos por la furia. - Edward. Tú... No creí que fueras tan bajo. - Yo elegí a esa mujer. Me pertenece para hacer lo que quiera con ella. - Nunca te perteneció…- exclamó Kaelion - Ella te eligió y la despreciaste… Fue entonces cuando Ian, oculto entre las sombras, atacó. La daga atravesó el costado de Kaelion, rompiendo su guardia. La sangre comenzó a manar, oscura y espesa, mientras Kaelion retrocedía, su aura intentando contener el daño. - ¡Por mi derecho! - gruñó Ian, sus ojos llenos de odio - No mereces este trono. Nadie que lleve la sangre de los Verithar. Kaelion, tambaleándose, pero no vencido, desató una llamarada que obligó a Ian y Edward a retroceder. Su mirada cayó en la ilusión de Leocadia, que comenzaba a disiparse como niebla al amanecer. - Magia... - murmuró con desprecio, su voz débil, pero firme. Aunque herido, la furia y el poder de Kaelion no habían sido completamente apagados. Ian maldijo entre dientes y arrastró a Edward a distancia segura mientras el fuego crepitaba en el aire, una advertencia de que el emperador no caería fácilmente. El veneno actuó rápido. Kaelion, que apenas momentos antes parecía un imponente maestro de la batalla, cayó de rodillas, una mano sobre el costado donde la daga había penetrado su carne. Su aura de fuego chisporroteaba erráticamente, su intensidad menguante. Ian Lunia se apartó rápidamente, limpiando la hoja de la daga con un paño oscuro mientras una sonrisa torcida se dibujaba en su rostro. - El gran emperador... reducido a esto. Qué patético. Kaelion levantó la mirada hacia Ian, sus ojos encendidos de furia incluso mientras el veneno corría por sus venas. - Esto no... terminará aquí... - gruñó, su voz debilitada, pero cargada de amenaza. Ian chasqueó la lengua con burla. - Oh, lo sé. Pero este es solo el principio. Edward, que había permanecido cerca de los árboles, observaba la escena con una mezcla de fascinación y temor. Ver a Kaelion derrotado despertaba en él una emoción inesperada: una sensación embriagadora de poder, pero también una punzada de inquietud. - ¿Está... muerto? - preguntó, aunque la respuesta era evidente. - No, - respondió Ian con frialdad, guardando la daga en su cinturón - pero lo estará pronto. El veneno hará su trabajo. Kaelion intentó ponerse de pie, pero sus piernas flaquearon y su cuerpo se desplomó pesadamente contra el suelo cubierto de hojas. Su respiración era pesada y cada exhalación parecía un esfuerzo titánico. Desde la distancia, el sonido de pasos apresurados y gritos comenzó a llenar el aire. Ian frunció el ceño. - La guardia. No podemos quedarnos. - ¿Y qué hacemos con él? - Edward señaló al emperador, aún dudando si dejarlo vivo era lo más prudente. Ian lanzó una mirada de puro desprecio a su cómplice. - Dejamos que su gente lo encuentre. Este mensaje será más efectivo si muere para recordar quién lo derrotó. Con un movimiento rápido, Ian tiró de Edward, obligándolo a seguirlo hacia las sombras del bosque. Mientras se alejaban, los gritos de los escoltas se acercaban más. - ¡Aquí está el emperador! ¡Rápido, necesitamos un curandero! - gritó uno de los soldados al encontrar a Kaelion tirado en el suelo. Uno de los capitanes se inclinó junto a él, examinando la herida. - Veneno... Es grave. ¡Avisen al palacio! Que preparen a los sanadores más hábiles y envíen un mensajero inmediatamente. Kaelion intentó hablar, pero el dolor lo mantenía al borde de la inconsciencia. Los soldados lo levantaron con cuidado, su aura de fuego apenas visible, como brasas a punto de apagarse. Mientras tanto, Ian y Edward observaban desde la distancia, escondidos tras una formación rocosa. - Esto... fue solo un aviso - murmuró Ian, sus ojos fijos en la comitiva que se apresuraba a salvar al emperador. Edward, aún sin palabras, asintió. El frío de la noche parecía calar más profundo, pero no era el clima lo que lo hacía temblar, sino la certeza de que, aunque Kaelion había caído, la verdadera guerra apenas comenzaba.
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