Segunda parte

804 Words
Frustrado por lo que sus ojos vieron hace ya horas estrelló su puño contra el espejo de la lujosa habitación, provocando que la piel de sus nudillos se abriera dándole paso al torrente de líquido rojo, cerró sus ojos impotente sin sentir el más mínimo ápice de dolor por su herida. Apretó sus dientes sintiendo sus ojos inyectados en sangre por la rabia de verla en brazos de otro, de ver sus ojos nublados de lágrimas provocadas por alguien que no fue él. Se sintió egoísta, enfurecido y resentido. Quería ser él quien provocara su placer, su dolor y sus lágrimas. Aunque quisiera no podía echar su plan a perder por un momento sin lucidez. Pero verla así lo cegó por un momento. Quería acelerar el plan, pero no podía. No debía... Así que optó por irse a vendar la mano invadida por cristales, y tomar una ducha bien fría que bajara su coraje. O quizás buscaría una de sus amantes para descargar su furia contra ella. Entró al baño tomando con su mano sana el botiquín de primeros auxilios. Abrió el mismo sacando el contenido que yacía dentro de la caja blanca con el olor a fármacos que tanto detestaba. Vertió el alcohol isopropílico en su nudillos sangrantes. La sangre bajó, cayendo en el lavamanos blanco, manchando el color pulcro con el líquido carmesí. Tomó las pinzas mientras apretaba los dientes y sacaba sin cuidado los diminutos fragmentos de vidrio de su rota piel, luego procedió a tomar gasa esterilizada pegándola con cinta adhesiva médica, por último tomó la venda y la envolvió. Luego de despojarse de sus prendas de vestir, abrió el grifo de la ducha para luego entrar sin importarle si el agua estaba fría o no. Apoyó su mano vendada contra la pared para evitar mojar la venda. Enjabonó su esculpido y trabajado cuerpo con su mano libre y luego esperó a que el agua desapareciera todo rastro de espuma. Dejó su frente apoyada en la pared mientras obligaba a su cabeza a no evocar cómo su ángel rubio era besado y tocado por otro y observar como ella miraba al tipejo besando otra sin importarle verla ahí. Odió la forma en que su actitud altanera era menguada por un bueno para nada. Quería estrecharla en sus brazos y no dejarla ir hasta que se olvidara del imbécil aquél que trabajaba como esclavo en un bar. Quería salir de su auto y alcanzarla para detener sus pasos apresurados y decirle que él sí le daría exclusividad. Pero no podía, porque ¿Qué pensaría si un hombre que nunca había visto en su vida le hablara como si la conociese?... Por eso era mejor permanecer apartado hasta el momento adecuado. Aún enojado, y sin indicios de mejorar salió de la ducha, se secó con una toalla oscura, salió hasta su habitación. Y todavía desnudo buscó entre sus contactos a una de sus amantes. Ésta vez, a la rubia Amelia que tanto le recordaba a su angelito. A los tres pitidos la voz melosa de la rubia superficial se escuchó emocionada.— Damon, querido. ¿A qué se debe el placer de tu llamada?— el hombre respiró profundo antes de contestar. — Estoy tenso, ¿Y qué mejor que un buen polvo?— habló con su voz grave y ronca. La mujer casi gime al escucharlo, ya hacía mucho que el atractivo hombre no la llamaba. Y después de todo, su nombre revelaba el gran demonio y el gran amante que era en la cama.— Dame veinte minutos querido, y allá estaré. — Quince, un minuto más y mis ganas se irán.— musitó mientras colgaba y se dirigía aún desnudo a la habitación en donde llevaba a sus amantes. Porque solo una era admitida en su cama y habitación. Y esa privilegiada era Allyson. Al pasar los minutos estipulados la sensual mujer tocó con delicadeza la empoderada puerta de caoba oscura. Esperó unos segundos y la puerta se abrió con fuerza. Revelando al desnudo demonio, demasiado atractivo para ser real, frente a sus ojos. Su mano gruesa y grande, como todo lo de él, se cerró al rededor de su brazo y fue ingresada con fiereza al interior de la habitación. — ¡Damon! ¡Por Dios, mi vestido!— reclamó entre risitas cuando el hombre despedazó el trozo de seda de su cuerpo. La muy traviesa no llevaba ropa interior y fue desnudada en un santiamén por el hombre que echaba humos por los oídos. — No me importa, luego te compro diez de esos.— gruñó.— Ahora cierra la boca.— vociferó mordiendo su pezón, y rodeando su aureola con su lengua experta. La rubia casi se desmayó por su arremetida y abrió su boca extasiada sintiendo las manos del demonio en su cuerpo ya necesitado.
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