3.

946 Words
3. Muy pronto aprendí que la familia Kowalski Piotrowski era una familia de alcurnia proveniente de Polonia, que había llegado al país por los años veinte, y se habían asentado en la ciudad, la gente decía que, con su presencia y su dinero trajeron el desarrollo a esta parte del país. Que la nación de debían mucho de su infraestructura moderna que hacía competencia con la de Norte América. Al día siguiente, como dijo, en el jardín que era sumamente grande, vi que se armaba un circo. Escuché a la señora Clara decirles: —El barón espera que sean puntuales. Así que se les pide que lo sean. Tendrán una remuneración adecuada. Yo, al principio no me lo cuestionaba, me gustaba estar con él, me hacía reír, solía llevarme a comer helado de crema, luego de ir al circo. A veces íbamos al río. Allí se ponía a pescar, yo me alzaba la falda y entraba al agua, con él. Eran días primaverales, agradables. A veces, cuando todavía no sabía que jamás volvería a ver a mi mamá, esperaba a que entrara por esa puerta. A veces no lo veía en días, y me quedaba bajo el cuidado de la señora Clara que me llevaba a todos lados con ella. Una vez, cuando estábamos viendo los precios del pescado, pasaron dos mujeres y se quedaron mirándome. Entre ellas se pusieron a hablar: —¿De dónde la ha sacado? Apenas es una niña… —Pobre niña… ¿qué pasará en esas paredes? —Sólo Dios, que todo lo ve, lo sabe… En ese punto, la señora Clara me jalaba para que apresure el paso y no termine de escucharlas, pero ya había escuchado lo suficiente para hacerme ideas. Otros días, escuchaba comentar que quizás yo era una hija bastarda del barón, e iba y se lo preguntaba a la anciana que mucha paciencia no me tenía. —¿Soy la bastarda del barón? —le pregunté de una, sin preámbulos, pero ella me miraba con los ojos bien abiertos, como si hubiera soltado una blasfemia. —Cierra la boca, niña… esas son tonterías, ¿dónde lo escuchaste? —estaba nerviosa, y molesta conmigo. —En el mercado… —le dije, y estaba más que segura que ella los había escuchado como yo. —No escuche a esa gente, son de cuarta… y por nada se lo mencione al barón. —Pero si Aleksander jamás está en casa —me justifiqué. —De todas formas, nunca debe mencionarlo… —ratificó la señora Clara. Pero esa idea comenzaba a dar vueltas en mi cabeza, si yo era la hija del barón, ¿cómo me casaría con él? No era posible. Pero… Como nunca conocí a mi padre, daba mucho qué pensar. No, no, yo no podría ser hija suya... No me gustaba pensar en eso y esa posibilidad la rechazaba de una. Me la saqué de la cabeza. Mi nueva vida era de ensueño, tenía un ajuar de delicados vestidos a mi talla, tenía una docena de calzados de cuero, que hacían juego a mis vestidos, tenía lujosos lazos para el pelo, y una docena de muñecas con las que jugaba por las tardes. Mi mami no estaba, pero se había encargado de dejarme en el mejor lugar que pudo. Y, sin embargo, la extrañaba tanto, que por las noches me ponía a llorar por ella. —Mami, ¿dónde estás? Ven pronto… —le rogaba entre balbuceos ahogados para que la señora Clara no me descubra llorando. Pero al día siguiente, la señora Clara se daba cuenta y me soltaba una serie de regañadas. —¡Mire nada más su cara! ¿Busca hacer que el barón se preocupe? —No, no… —realmente no era lo que quería. —Debería ser más considerada por los demás… y no pensar solo en sí misma. No entendía por qué me soltaba todo eso, hasta dónde comprendía, ¿qué daño podría hacerle a ella que yo me quedara llorando por mi mami? Antes del desayuno siempre me impartía una clase rápida de “comportamiento urbano”, así lo denominaba ella. Que me pare recta, que mi porte le parecía la de un orangután… que no ande de acá para allá husmeando sin permiso, que no corra, que no camine de prisa, que no ría fuerte, que no sonría mostrando mis dientes, a propósito, uno de me había roto mucho antes de que mi mami me lleve a esa casa y la señora Clara me llevó con el dentista de cabecera de la familia y lo reemplazaron con una pieza de cerámica… o es lo que entendí, de todas formas se sentía normal, estaba contenta porque al sonreír ya no se veía un hueco entre mis dientes. —Sonría sin mostrar esos motes que tiene por dientes —me dijo un día que la hice estresar porque no paraba de saltar por aquí y por allá y no le ponía atención. Hasta que un día me di cuenta que todas esas clases que me daba ella, era para que me convirtiera en una dama. —¿Para ser una dama tengo que dejar de divertirme? —Así es. Una dama jamás anda saltando como lo hace —me contestó. —Es aburrido ser una dama, ¡prefiero divertirme! —No lo haga por usted, hágalo por el barón que tiene mucha ilusión de verla educada y refinada. Si eso era cierto, debía poner más ganas. Me controlé, lo haría por él, sería una dama por y para él. Hacerlo por el barón. La idea me gustaba.
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