2.

799 Words
2. Mis pies avanzaban lentamente hacia el distinguido caballero que, cruzándose los dedos me veía que me acercaba hacia él. Me veía, en completo silencio, y luego, sin cambiar de expresión se dirigió a la anciana. —Llévala y prepárala para la cena. La anciana me llevó a una hermosa recámara que decía que era para mí, y le di guerra, la anciana no entendía que ya me había bañado, y que solo lo hacía una vez a la semana y solo para ir a la iglesia, o para alguna reunión en la escuela, pero la anciana no entendía y seguía que frota acá, que frota para allá. Me dolía la piel. —Pórtese bien o haré que sea castigada. Debe comportarse como corresponde delante del barón. Repetía todo eso mientras me peinaba los rulos rebeldes. El vestido que me puso era un hermoso blanco crema con detalles bordados a manos. Me sentía una princesa y mi príncipe era el barón. Bajé y descubrí que la mesa de la cena era tan larga y elegante que me quedé con la boca abierta. —Cierre la boca y pórtese como una dama —me corrigió la anciana. —Pero… si yo no soy una dama… —balbuceé por debajo. —Desde ahora debe serlo —me dijo con un tono estricto e impaciente. Nunca había conocido a nadie como esa anciana. Vi de todo en la mesa, había platillos deliciosos de todas las clases, que en mi vida había probado nunca. Me senté donde la anciana me indicaba. Era la única que había llegado para la cena. Luego de unos minutos apareció él. —¿No va a venir nadie más? —solté, olvidándome que era de mala educación hablar sin permiso. —Somos solo los dos… ¿Cuál es tu nombre, pequeña? —su voz era cálida, que enseguida le tomé afecto y confianza. —Camila. —Igual que tu madre. —Sí señor… pero yo cumplí quince años, ayer, y mi mamá… no sé cuántos tiene ella. Sonreía con elegancia y me era agradable. —Lo festejaremos mañana —dijo. La idea me gustaba, nunca lo hacíamos, allá dónde vivía con mi mami, jamás habíamos festejado mis cumpleaños, ni siquiera el de ella. Quería preguntarle su nombre, pero no sabía cómo debía hacerlo, además, la anciana no me quitaba los ojos de encima y me hacía sentir que iba a sacar su regla y a darme uno en las palmas de la mano como lo hacían en mi escuela, y, por consiguiente, evitaba mirar para ese lado. Por temor a ella comía sin degustar los alimentos. —Desde ahora Camila, vivirás aquí. Cualquier cosa que necesites puedes pedirle a la señora Carol, que es la que se encargará desde hoy de ti. —¿Mi mamá cuando llega? —pregunté llena de incertidumbre por ella. ¿Por qué no estaba ahí conmigo? ¿A dónde se había ido sin avisarme? Aunque no era la primera vez que se desaparecía por unos días, ahora, me temía, que era algo diferente a todas sus salidas. En ese momento el barón no contestó, y dejó que pasara varios minutos antes de hacerlo. —Ella tuvo que hacer un viaje y me temo que demorará un largo tiempo en volver. No tenía idea a dónde, no teníamos familia, y nunca le vi conversando más que con las vecinas, pero en ese momento no dije nada. —¿Puedo hacer una pregunta? —dije con algo de timidez en mi voz. —Las que quieras querida. —No sé tu nombre. —Oh, discúlpame, olvidé que no me presenté como debía. Mi nombre es Aleksander Kowalski Piotrowski, pero puedes llamarme tío Aleksander, o Aleksander, como desees. Las paredes de mi recámara estaban revestidas con diseños de todas las princesas de cuentos de hadas en un color dorado que parecía de oro, el tocador le hacía juego, tenía tres espejos en los que me veía de distintos ángulos. El baño era otra hermosura, todo era de un rosa pastel desde las cortinas, las toallas. Y qué decir del cuarto de vestir, ahí tenía con una colección de vestidos para toda clase de acontecimiento. Me quedé con la boca entreabierta al que todo esos conjuntos eran exclusivos para mí. Era como estar dentro de un sueño. Hasta que la anciana vino y comenzó a sermonearme. La sala era una obra de arte. Los sillones parecían los que usaban los reyes, de un rojo y la madera era dorada. La alfombra era de un rojo oscuro y hacía juego con las cortinas. En el centro estaban los retratos de Estanislao Kowalski Krom y Alexka Piotrowski. Los padres de Aleksander. Ambos eran muy elegantes y distinguidos. Yo soñaba con ser como ellos.
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