Una abogada brillante
Toronto, Canadá
La oficina era amplia y sofisticada, con un escritorio de madera oscura que dominaba el centro del espacio. Detrás de él, un enorme ventanal dejaba ver el paisaje invernal de Toronto: rascacielos cubiertos de nieve y un cielo plomizo que anunciaba otra tormenta inminente.
Sentada en su silla de cuero, Lauren revisaba unos documentos con la precisión de alguien acostumbrada al poder y la responsabilidad. La luz tenue de una lámpara resaltaba sus rasgos afilados y su impecable traje n***o.
El sonido de su celular irrumpió en la quietud de la habitación. Sin apartar la vista de los papeles, lo tomó y respondió con un tono indiferente.
—¿Aló?
La voz del otro lado le resultó familiar, pero inesperada.
—Arthur, desde hace tiempo que no sé nada de ti. Dime, ¿para qué me necesitas?
—¿Por qué siempre eres tan directa? —respondió Arthur con un dejo de diversión.
Lauren suspiró, cerrando un folder con elegancia.
—Mi tiempo es valioso, Arthur. Ahora dime qué quieres.
—Hay un caso en el que necesito tu ayuda.
Ella esbozó una sonrisa ladina y se recostó en su silla.
—¿Qué pasa? ¿Acaso ya no tienes las mismas capacidades que cuando yo era tu aprendiz?
—El caso es complicado, Lauren. Por eso te llamé.
Lauren giró ligeramente en su silla, observando la ciudad a través del cristal helado.
—Sabes que tengo un horario ocupado. Además, estamos en continentes distintos.
—Se te pagarán honorarios muy generosos.
—Arthur, sabes bien que el dinero no es un problema para mí. Dame algo que me interese.
Hubo un silencio al otro lado de la línea antes de que él hablara nuevamente.
—¿Qué es lo que quieres? Solo pídelo.
Lauren entrecerró los ojos, intrigada.
—Mmm, interesante… ¿Qué tan desesperados están?
—Mucho. La persona a la que estoy defendiendo es inocente.
Lauren soltó una risa seca.
—Arthur, sabes bien que nosotros tenemos que creer que nuestros clientes son inocentes aunque no lo sean. De lo contrario, jamás lograremos convencer al jurado.
—No es solo estrategia legal, Lauren. Te lo digo de colega a colega: esta vez es real. Si no hago algo, se cometerá una injusticia.
Ella no respondió de inmediato. Sabía que Arthur no era de los que hablaban a la ligera, pero tampoco era de los que pedían ayuda fácilmente.
—¿Acaso olvidaste el juramento que hicimos en la graduación? —insistió él, con una carga de reproche en la voz.
Lauren suspiró.
—Por supuesto que no…
Se inclinó sobre el escritorio, pasando los dedos por la tapa de cuero de un expediente. Su mente analizaba posibilidades.
—Déjame pensarlo. Me decidiré en un rato.
—Si aceptas, te prometo que tendrás todas las comodidades que tienes en Toronto.
—Si llego a aceptar, tendrás que esperar a que deje todo en orden aquí en el bufete. No puedo irme así como así a Europa.
—Lo sé. Pero conociéndote, estoy seguro de que lo arreglarás rápido.
Lauren sonrió con ironía.
—Muy bien, Arthur. Estamos en contacto.
Colgó y dejó el celular sobre la mesa. Sus ojos volvieron a sus documentos, pero su mente ya estaba en otra parte.
Minutos después, presionó un botón en su escritorio y su secretaria entró de inmediato.
—Diles que no deseo este caso —ordenó con frialdad—. Si quieren buscar a alguien más, que lo hagan.
—Está bien, doctora.
La secretaria se marchó, dejando a Lauren sumida en sus pensamientos. La propuesta de Arthur seguía rondando en su cabeza, aunque intentara ignorarla.
Apenas unos minutos después, la puerta de su oficina se abrió de golpe.
—Ya te he dicho que toques antes de entrar, Robert —dijo sin siquiera levantar la mirada de sus documentos.
—¿Por qué rechazaste este caso? —preguntó él con el ceño fruncido.
Lauren suspiró y cerró la carpeta con calma.
—Porque ese hombre no es inocente —respondió con firmeza—. Hasta un ciego lo vería. Y sabes que solo defiendo a personas inocentes.
Robert resopló, frustrado.
—Pero ellos te querían a ti, Lauren. Eres la mejor abogada del país.
Ella esbozó una sonrisa ladeada.
—También soy famosa por escoger a mis clientes, no solo por ser la mejor abogada —le recordó—. Arregla ese problema tú, después de todo, tú eres el director del bufete.
Robert la miró con incredulidad.
—En serio que eres…
—Por cierto —lo interrumpió con tranquilidad—, saldré de viaje por un tiempo. Me voy a Europa.
—¿Qué? —exclamó, con los ojos abiertos de par en par—. ¡¿Por qué no me informaste antes?! Sabes el caos que se va a armar con tu ausencia.
Lauren se encogió de hombros con indiferencia.
—No es como si me fuera ahora mismo. Recuerda que mañana tengo un juicio. Después de eso, arreglaré lo necesario y me marcharé.
Robert cruzó los brazos y la miró con severidad.
—No puedo autorizarlo, lo siento.
Ella dejó escapar una risa seca y lo miró con burla.
—¿Desde cuándo tú tienes que darme permiso para trabajar? No te confundas, Robert. Soy tu empleada, no tu esclava.
—Por más que insistas, no te dejaré ir.
Lauren apoyó los codos en el escritorio y entrelazó los dedos frente a su rostro.
—Muy bien. Ya que te pones en esa posición, no me queda más opción que renunciar.
Robert parpadeó, desconcertado.
—No eres capaz.
Ella sonrió con desafío.
—¿Quieres probar?
Sin darle tiempo a reaccionar, presionó el botón del intercomunicador.
—Llama a mi secretaria. Ahora.
Minutos después, la joven entró y Lauren comenzó a dictarle su carta de renuncia con una tranquilidad que hizo que Robert se removiera incómodo en su asiento.
Cuando la secretaria terminó y le entregó el documento, Lauren tomó la pluma y firmó sin dudar.
—Muchas gracias. Ahora sí, puedes marcharte —dijo, extendiéndole el papel a Robert—. Desde este momento, ya no trabajas para mí.
La secretaria se quedó atónita, pero asintió y se retiró rápidamente.
Robert tomó la carta, observándola como si fuera una bomba a punto de estallar.
—Después del juicio, ya no sabrás nada más de mí —afirmó Lauren—. Y ahora, si me disculpas, tengo muchas cosas que hacer. Esta aún es mi oficina, así que vete.
Robert no tuvo más remedio que irse, aún en estado de shock.
Lauren se quedó trabajando hasta tarde, pero cuando finalmente salió del bufete y llegó a su apartamento, sintió que podía respirar de nuevo.
Su penthouse era una obra de lujo y modernidad. Dos plantas con grandes ventanales que ofrecían una vista privilegiada de la ciudad iluminada. En la parte superior se encontraba su espaciosa habitación, mientras que la planta baja albergaba una elegante cocina, una piscina interior y dos habitaciones extra: una convertida en gimnasio y la otra, destinada a huéspedes.
La sala estaba decorada con sofás beige de diseño exclusivo, suaves al tacto y tan cómodos que casi invitaban a no levantarse.
Se deshizo de su ropa de trabajo y se puso algo más cómodo. Luego, abrió una botella de vino tinto, sirvió una copa y se acomodó frente a la vista de la ciudad, dejando que las luces de los edificios le hicieran compañía.
Cerró los ojos, disfrutando del primer momento de paz en el día.
Hasta que su celular sonó.
Exhaló lentamente y lo tomó, sabiendo que, fuera quien fuera, estaba a punto de interrumpir su tranquilidad.
—En serio que estás desesperado, Arthur.
—¿Tomaste una decisión?
Lauren exhaló lentamente, mirando por la ventana de su penthouse. La ciudad aún dormía bajo el frío amanecer de Toronto.
—Sí, acepto el caso —respondió finalmente—. Con respecto a mis honorarios, ya sabes cuánto cobro por hora, así que infórmales a la familia.
—Tu pago no será un problema, tenlo por seguro.
—Bien. Y respecto a mis comodidades, quiero un penthouse idéntico al que tengo aquí. Me encargaré de enviarte las especificaciones y los detalles… además de fotos. No quiero otra cosa. Debe ser igual.
Hubo una pausa antes de que Arthur soltara un leve suspiro.
—Está bien. Déjame ver qué puedo hacer. Ahora envíame las fotos.
Lauren sonrió con autosuficiencia.
—Enseguida te las envío.
Cortó la llamada y comenzó a tomar fotografías de cada rincón de su penthouse. Cuando terminó, se las envió a Arthur junto con un mensaje claro:
"Lo quiero igual. No acepto algo diferente. Si no lo consigues, atente a las consecuencias."
Sin perder más tiempo, se dirigió a su habitación y comenzó a empacar. Para cuando terminó, su clóset había quedado completamente vacío.
Finalmente, se dejó caer sobre la cama. Ya era medianoche cuando cerró los ojos.
Madrugada: Rutina de Lauren
A las cuatro de la mañana, su despertador sonó con precisión militar.
Sin quejarse, se levantó de inmediato y se dirigió a su gimnasio personal. Comenzó con una rutina de ejercicios exigente: pesas, cardio y una sesión de estiramiento. Después, nadó durante casi una hora en su piscina privada.
Para cuando terminó, ya eran las siete de la mañana.
Regresó a su habitación, donde la ropa que había dejado preparada la noche anterior la esperaba impecable sobre la cama.
Se vistió con rapidez, recogió su cabello en una coleta alta y salió en su auto rumbo a los juzgados.
En el tribunal
Desde el momento en que entró, todas las miradas se posaron en ella.
Su sola presencia imponía respeto. Caminó con seguridad hasta donde estaba su cliente, una mujer con el rostro visiblemente golpeado.
Lauren se inclinó levemente y le susurró con tono tranquilo pero firme:
—No se preocupe. Todo saldrá bien.
Su cliente, Martha González, asintió con los ojos llenos de nervios.
Minutos después, el juez ingresó a la sala y todos se pusieron de pie.
—Bien —anunció el magistrado con voz grave—. Estamos aquí para continuar con el juicio por maltrato físico contra la señora Martha González. La representación de la parte demandante está a cargo de la doctora Lauren Lee, y el abogado defensor de la parte demandada es el señor Scott Green.
El juicio comenzó.
Como era de esperarse, el abogado defensor, Scott Green, intentó hostigar a Martha con preguntas repetitivas y desubicadas, tratando de desestabilizarla. Pero Lauren contraatacó con una precisión quirúrgica, objetando en cada oportunidad y defendiendo a su cliente con firmeza.
Cuando llegó el turno del acusado, Wyatt Smith, Lauren entrecerró los ojos y cruzó las piernas, observándolo con atención.
Scott Green caminó con aire confiado antes de dirigirse a su cliente.
—Bien, señor Smith, ¿puede repetir nuevamente cómo sucedieron los hechos?
Wyatt, un hombre de mirada turbia y actitud evasiva, tragó saliva antes de responder:
—Yo… estaba descansando en mi cama cuando ella tomó el revólver que tenía y me disparó…
La sala se sumió en un silencio tenso.
Lauren arqueó una ceja, esbozando una sonrisa casi imperceptible.
Había cometido su primer error.
Y ella estaba más que lista para destrozarlo en el estrado…