Atrapado

2149 Words
Lauren mantuvo la mirada fija en Wyatt Smith mientras él terminaba de dar su testimonio. Cuando hubo silencio en la sala, ella tomó la palabra con calma y precisión. —Bien, entonces, según su versión, usted estaba descansando en su cama cuando mi clienta tomó el revólver que usted tenía y le disparó una sola vez en el abdomen. —Así es —afirmó Wyatt con arrogancia—. Y ahora ella tiene el descaro de demandarme por maltrato. Lauren esbozó una leve sonrisa sin humor. —Según la versión de mi clienta, usted la estaba golpeando brutalmente. Ella no tuvo más opción que correr por su vida y, en un acto desesperado, dispararle. Así que dígame, señor Smith… ¿cómo es posible que usted estuviera descansando cuando en la escena del crimen se encontraron gotas de sangre esparcidas por la habitación, pero ningún rastro de sangre en su cama? Wyatt frunció el ceño, incómodo. —Yo… no sé cómo llegaron esas gotas de sangre hasta ese lugar. Lauren inclinó ligeramente la cabeza, estudiándolo como si fuera una rata acorralada. —Curioso —dijo con fingida indiferencia—. Mi teoría es la siguiente: usted estaba golpeando a mi clienta, alimentando su patético ego de macho dominante, cuando ella, en un intento desesperado por salvar su vida, logró escapar y dispararle en defensa propia. Se giró lentamente hacia el jurado antes de continuar. —Usted vio en la situación migratoria de la señorita González la oportunidad perfecta para convertirla en su víctima. Pensó que, por ser indocumentada, jamás se atrevería a denunciarlo. Pero se equivocó. Su tono se tornó más frío. —Porque los vecinos llamaron a la policía. Y porque la señorita González encontró a una buena abogada. Wyatt se removió en su asiento, molesto. —¡Yo soy la víctima aquí! —soltó, alzando la voz—. ¡Ella intentó matarme! ¡Quiero que la arresten! Lauren ni siquiera parpadeó ante su arrebato. —No, señor Smith. Ella no irá presa. Usted lo hará. La sala quedó en un silencio absoluto. Wyatt la miró como si no pudiera creer lo que estaba escuchando. —¡¿Pero por qué?! ¡Si fue ella quien me disparó! Lauren dejó escapar un suspiro, como si estuviera explicándole algo a un niño testarudo. —Para empezar, ella no intentó matarlo. Si ese hubiera sido su propósito, le habría disparado más de una vez o en un punto vital. Pero no lo hizo. Fue un solo disparo, dirigido a un área no letal. Hizo una pausa, asegurándose de que el jurado estuviera atento. —Lo que ella hizo fue defensa propia. Le sostuvo la mirada con frialdad. —Pero lo que usted ha hecho, señor Smith, sí puede considerarse intento de asesinato. Wyatt apretó los puños sobre la mesa. —¡Maldita perra! —gruñó entre dientes, sin poder contenerse. Lauren sonrió con absoluta calma y luego se giró hacia el juez. —Señoría, solicito que la falta de respeto del acusado quede registrada en actas. El juez golpeó el mazo con fuerza. —Queda registrado. Y si el acusado vuelve a comportarse de esa manera, será expulsado de la sala. Lauren se cruzó de brazos y volvió a dirigirse a Wyatt con total control. —Antes de que diga otra estupidez, señor Smith, tengo una última pregunta. Se inclinó ligeramente hacia adelante, su voz sonando como una trampa que estaba a punto de cerrarse. —¿Desde hace cuánto tiempo la señorita González vivía con usted? —Desde hace dos años. ¿Por qué? —Porque, debido a su situación migratoria anterior, solo vivía con usted. Nadie más, ¿cierto? Wyatt asintió, cada vez más incómodo. —Sí… ella no salía de mi casa. Lauren sonrió triunfalmente. —Perfecto. Quería que el jurado escuchara eso. Dio un paso hacia la mesa donde estaban los documentos de la evidencia y levantó un sobre sellado. —Porque aquí tengo radiografías y reportes médicos que prueban que mi clienta ha sido víctima de maltrato físico desde hace dos años. Hizo una pausa, permitiendo que el peso de sus palabras cayera sobre la sala. —Los estudios muestran antiguas fracturas en diversas partes de su cuerpo. Todas mal curadas. Todas sin la debida atención médica. Wyatt se quedó en silencio. Lauren lo miró con una satisfacción gélida. —No hay más preguntas, señoría. El juez asintió y volvió a golpear el mazo. Lauren se recostó en su asiento, cruzando las piernas con calma. Sabía que, en este punto, el veredicto era solo una formalidad. Había ganado. Wyatt Smith se levantó de golpe del estrado, su rostro desfigurado por la rabia. —¡Maldita perra! —gruñó, lanzándose hacia Lauren con la clara intención de atacarla. Pero ella no se inmutó. Con una precisión implacable, bloqueó su movimiento, sujetándole la muñeca en el aire y torciéndosela detrás de la espalda con tal fuerza que el hombre soltó un grito ahogado de dolor. La sala quedó en silencio absoluto. Lauren se inclinó levemente y susurró con frialdad en su oído: —Grave error, señor Smith. Antes de que pudiera seguir con su intento patético de forcejeo, varios guardias lo redujeron y lo arrastraron de vuelta a su lugar, sujetándolo con firmeza. Lauren, con absoluta calma, alisó las mangas de su blazer y se volvió hacia el juez y el jurado. —Bueno, honorable juzgado, ahora pudieron ver con sus propios ojos qué clase de hombre es el señor Smith. Acaba de mostrar su verdadera naturaleza: la de un maldito cobarde que se cree mucho por golpear mujeres. Wyatt, aún jadeante por el dolor, la miró con puro odio. —¡Pero usted también me agredió! Lauren se cruzó de brazos y lo miró con la misma paciencia que se le da a un niño que hace una rabieta. —Señor Smith, lo que usted hizo sí fue una agresión. Yo solo me defendí. Hay una gran diferencia entre intentar matar a alguien y actuar en defensa propia. Hizo una pausa, observando al jurado. —No tengo nada más que agregar. Muchas gracias por su atención. Dicho esto, se sentó con absoluta confianza, cruzando las piernas con elegancia. Minutos después, el jurado regresó con su veredicto. Una de las integrantes, una mujer mayor de semblante serio, leyó la sentencia con voz firme. —El juzgado encuentra culpable al acusado, Wyatt Smith, de agresión contra la señorita Martha González. Asimismo, la señorita González es declarada libre de culpa, ya que, como indicó la doctora Lee, actuó en defensa propia. Hizo una breve pausa antes de continuar: —Debido a las evidencias de agresiones previas, el acusado es sentenciado a cadena perpetua sin derecho a libertad condicional. Wyatt se desplomó en su asiento, pálido. —Además —prosiguió la jurado—, se toma en cuenta la agresión física contra la doctora Lauren Lee, ciudadana canadiense y abogada en ejercicio, lo que refuerza la gravedad de los cargos. El juez golpeó el mazo. —Se levanta la sesión. Lauren dejó escapar un leve suspiro, se puso de pie y se volvió hacia su clienta con una sonrisa tranquilizadora. —Está a salvo ahora. Martha le tomó las manos con gratitud, los ojos llenos de lágrimas. —Gracias… no sé cómo pagarte esto. —Solo sigue con tu vida y sé feliz —respondió Lauren con suavidad antes de marcharse con su elegancia habitual. Destino: Europa. Sin perder tiempo, regresó a su penthouse, tomó sus maletas y se dirigió al aeropuerto. Compró un boleto en primera clase y, horas después, finalmente pisó suelo europeo. Narra Lauren Europa. Tan pronto como bajé del avión y caminé por la terminal, noté algo que ya no me sorprendía. Me estaban mirando. Hombres y mujeres, como si nunca hubieran visto a una mujer en su vida. Suspiré con fastidio y me dejé caer en una banca, cruzando las piernas con despreocupación. Saqué mi teléfono y marqué un número. —Arthur, ya estoy en el aeropuerto. Ven a buscarme. —¿Por qué no me llamaste antes? —refunfuñó él, pero no esperó respuesta—. Enseguida voy por ti. Colgó, y yo me quedé esperando mientras el incómodo escrutinio de la gente continuaba. No entendía qué demonios estaban viendo. No llevaba nada provocativo: solo pantalones negros, zapatos deportivos, una camiseta negra, el cabello suelto y gafas oscuras. Suspiré nuevamente. En serio, esto empieza a incomodarme. A los pocos minutos, Arthur llegó en su auto y se estacionó frente a mí. Me puse de pie y, antes de que pudiera decir algo, él arqueó una ceja. —Vaya, de no ser por tu voz, casi ni te reconozco. Has cambiado mucho. Rodé los ojos, echando mis maletas en el asiento trasero. —Exageras. Solo estoy un poco mayor y con el cabello más largo. Me subí al auto y cerré la puerta de golpe. —Ahora conduce. Vámonos ya. Estas personas me están viendo como si fuera un fenómeno de circo. Arthur rió por lo bajo y arrancó el auto. —Bienvenida a Europa, Lauren. Me crucé de brazos y miré por la ventana. Esto apenas comenzaba. NARRA LAUREN Arthur se sorprendió al ver mi equipaje. —¿De verdad necesitas tantas maletas? Lo ignoré. Si iba a estar en Europa por un tiempo, necesitaba mis cosas. Finalmente, después de algunos intentos y varios resoplidos, logró meter todo en el auto. Iba tan apretado que apenas podía ver por el retrovisor, pero eso ya no era mi problema. Nos pusimos en marcha. NARRA AUTORA Las características físicas de Lauren hacían que pasar desapercibida fuera casi imposible. Sus ojos, aunque rasgados, eran de un azul profundo y penetrante, como el hielo en pleno invierno. Su cabello n***o azabache le caía hasta la cintura, lacio y sedoso, enmarcando un rostro de facciones elegantes y afiladas. Alta, de figura delgada pero atlética, su cuerpo era la envidia de unas y el deseo de otros. Su piel, extremadamente blanca y suave, contrastaba con la intensidad de su mirada. Pero lo más impactante no era su belleza, sino esa expresión en sus ojos. Fría. Calculadora. El tipo de mirada que dejaba claro que no confiaba en nadie. NARRA LAUREN Finalmente llegamos a un edificio de apariencia imponente. De arquitectura moderna, sus enormes ventanales de cristal reflejaban las luces de la ciudad, y la entrada principal tenía un aire de exclusividad que gritaba lujo. Al bajar del auto, tomé dos maletas mientras Arthur se encargaba de otras dos. Apenas cruzamos el vestíbulo, un botones se acercó rápidamente para ayudarnos con el resto del equipaje. —Espero que hayas encontrado un penthouse igual al que tengo en Toronto. Te lo dejé claro en el mensaje —le recordé, lanzándole una mirada de advertencia. Arthur sonrió con confianza. —No te preocupes, este es mejor. Te aseguro que te encantará. Entrecerré los ojos. —Por el bien de tu cliente y el tuyo, espero que así sea. Porque si no, me regreso a Toronto. Arthur rodó los ojos, pero no respondió. Subimos hasta el último piso, donde solo había dos puertas. Nos dirigimos a la última, y él me entregó la llave. —Este es tu nuevo apartamento. Espero que te guste. Le dediqué una mirada calculadora antes de tomar la llave. —Si no lo hace, ya sabes cuáles serán las consecuencias. Abrí la puerta y entré. Para mi sorpresa, el lugar realmente superaba mis expectativas. NARRA AUTORA El penthouse era impresionante. Nada más entrar, se podía ver una espaciosa sala con una elegante escalera flotante de cristal y acero que llevaba al segundo nivel. Los sofás, de un tono beige idéntico a los que Lauren tenía en su otro apartamento, estaban dispuestos alrededor de una moderna mesa de centro de mármol. La cocina era un sueño: completamente equipada con electrodomésticos de última generación, con una isla de granito y luces empotradas que le daban un aire sofisticado. En la parte superior, la habitación principal tenía un detalle particular: una cama redonda que podía moverse con un leve mecanismo giratorio. Las cortinas del ventanal de piso a techo se abrían y cerraban con un control remoto, permitiendo ver la vista panorámica de la ciudad iluminada. Pero lo mejor de todo estaba en la terraza. Amplia, con una baranda de vidrio templado que ofrecía una vista sin obstáculos de la metrópoli, y con un área de descanso que incluía un jacuzzi privado. Era lujo en su máxima expresión. NARRA LAUREN Después de revisar cada rincón del penthouse, volví con Arthur y asentí con aprobación. —Me gusta. Él sonrió con satisfacción. —Sabía que lo haría. Me crucé de brazos. —Ahora, necesito el expediente de tu cliente. Quiero estudiarlo cuanto antes. Arthur sacó un folder grueso de su portafolio y me lo extendió. —Aquí lo tienes. Lo tomé sin decir nada y lo abrí de inmediato. Era hora de trabajar…
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