Antuán terminó de inflar los tres flotadores que le habían entregados los niños y, exhausto, se sentó en una de esas sillas playeras que había a un lado de la alberca del lugar. Berenice estaba sentada en una también, viendo a sus hijos emocionados. —Esto es lo que siempre soñé —dijo el hombre, devolviendo a la tierra a la joven que, sin duda alguna, estaba pensando en lo que el otro mencionó—. Lamento haberlo arruinado. Berenice negó con la cabeza antes de dar un ultimátum a ese hombre que insistentemente la llevaba al doloroso pasado. —No quiero que hablemos del pasado nunca más —informó Berenice—, si quieres que seamos cordiales permíteme olvidar todo lo malo que pasó y todo el dolor que pasé, así que deja de mencionar lo que ya no puede ser. Antuán agachó la cabeza, el rechazo d

