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Negocios Sexuales

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Blurb

El concesionario de automóviles Montenegro es más que un negocio: es un legado familiar. Pero cuando una disputa violenta entre Alejandro, el apasionado hermano mayor, y el manipulador novio de su hermana Mariana desencadena una tormenta de secretos ocultos, el tejido mismo de la familia se desgarra. Con el negocio al borde del abismo y la familia dividida por lealtades fracturadas, Alejandro se enfrenta a un desafío monumental.

Pero las apuestas se elevan aún más cuando Alejandro se encuentra atrapado en una red de emociones prohibidas: su creciente amor por Mariana, su propia hermana. Mientras lucha por salvar el negocio familiar, Alejandro se debate entre el deber y el deseo, consciente de que sucumbir a sus sentimientos podría destruir no solo su relación con Mariana, sino también el legado de su familia.

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Babosidades
Venía tan bien con mis cosas, la llevaba genial, veintidós años, casi un metro noventa de hombre bien plantado, arriba, abajo y en el “medio” tanto que los 22x6 se marcaban bastante y, modestia aparte, con un Título de “Master” para usarlo merced a un par de amigas de mi madre. “Tablas” y físico como para regalar, trabajado, musculado, espaldas anchas, cabello semi largo de color rubio ceniza, facciones masculinas, boca tentadora, buena sonrisa, empático y de buena labia. Además, con un par de ojos de color verde claros (a veces más intensos según el tiempo) enmarcados en pestañas largas y negras que, digan lo que digan, ya sabía bien que eran llamativos y de “abrir puertas”, lo supe siempre, el “¡qué hermosos ojos que tenés!” lo tenía incorporado desde chico y, lo reconozco, aprendí a aprovecharme de eso. Buen pasar, departamento propio tipo loft, un buen auto japonés a mi nombre, las neuronas necesarias para acabar de cursar el tercer año en la Facultad de Económicas, dispuesto a irme a veranear a una de las playas no tan turísticas de Brasil donde la familia tenía casa propia, con velero, motos de agua, buena comodidad y asiduo concurrente a un gimnasio de última moda dónde, además de continuar cultivando el físico, bastaba con “tirar la línea” para que “picaran” las féminas de veinticinco hasta los cincuenta. Mujeres de esa edad, con un estereotipo y estándar de belleza altísimo había como para hacer sorteos. Desinhibidas, de alegrías puras o fingidas, sueltas, encaradoras, modernas y, esencialmente, “tramposas”, de físicos duros y bien armados, muslos, culos, abdomen, tetas, labios pulposos y llamativos (los de la boca en la cara y los que dejaban adivinar las calzas ajustadas). Las más dadas, las MILF en la franja de treinta y cinco a cincuenta, siempre estaban atentas para pedir alguna “ayuda” con el tema de las pesas o el uso de las máquinas, después todo dependía de uno. Las más jóvenes se te plantaban de otro modo, ellas mismas te invitaban a salir o, directamente, te decían de ir a “encamarse” y, para ir “de pesca” esas no me agradaban. Mis pocos amigos o conocidos se reían de mi porque, a “esas” no les daba mucha pelota, el “pique” con las chicas de esa edad estaba en la Facultad y había todo un muestrario de “niñas” que quería aprender junto a uno de los mejores del curso, segundo en notas, la primera era una nerd con la que me llevaba bien, pero hasta ahí nomás, en cambio en el gimnasio, era otro el “cantar”. Esposas aburridas, algunas operadas que debían mantener la línea de sus injertos plásticos, “figuritas” de la farándula que debían conservar el físico agradable para que la cámara mostrara sus canalillos de tetas y la curva de sus glúteos elevados, señoras “bien” que conservaban su status tratando de mantener la línea para que sus maridos no se fijaran en las secretarias, empresarias seductoras o que pretendían serlo, hasta “trabajadoras como damas de compañía” que no debían perder sus atractivos. Todo un nivel medio-alto, tirando a más alto y hasta ahí porque las de nivel más alto tenían sus propios personal-trainer y gimnasios en sus casas. Sabía de todas esas por frecuentarlas, por verlas de continuo, por cambiar diversas conversaciones o por llevármelas al departamento de vez en cuando usando un poquito de “verso”, mucho de discreción (eso les encantaba) y buena cama (eso las dejaba enganchadas y queriendo repetir), pero más sabía porque el mejor exponente de una MILF tipo “potra” lo tenía en casa, Graciela, mi madre era una de esas, tremenda fachada, “lomo” como para quedarse mirándola, pero, para mí, poco seso y para peor, de las madres “hincha-pelotas”, básicamente de las “opinadoras metomentodo”. Rubia natural, tipo nórdica, alta, llena de curvas llamativas, cierta clase que se notaba basada fundamentalmente en el dinero, siempre de punta en blanco, bien vestida y maquillada para que el “viejo” no se sintiera mal y pudiera exhibirse o para verse bien y no dar la nota de dejadez frente a sus amigas, esposas o amantes de Empresarios del “montón” o de Funcionarios políticos que siempre viven muy bien a costillas de los impuestos que pagamos todos. El exponente de las jovencitas a las que no les daba mucha bola estaba dado por mi hermanita Mariana, llamada así por una ex Princesa inglesa divorciada que se mató en un accidente, medio en pedo o drogada cuando salía de un boliche de París con el macho de turno que no se encontraba en mejores condiciones que ella y por la que, (todavía no lo entiendo), se le hizo tanta publicidad positiva catalogándola como un buen exponente de la moral, la decencia, la filantropía y hasta de la belleza, algo que a la mujer inglesa no le sobra para exponer. Mi madre y mi hermana eran tal para cual, viviendo siempre de las apariencias y mantenidas por el dinero de mi “viejo”. Acepto que yo no era la excepción, también vivía de los emolumentos que me pasaba mi viejo, aunque no lo despilfarraba gastando al pedo o andando de joda en joda. Mi personalidad era distinta a la de las dos mujeres parientes, quería ser “alguien” por las mías y por eso el estudio y mis buenas notas, defendí siempre el “merito” y estaba convencido de que había que prepararse y aprender si se quería dar “el salto” para dejar de depender. Precisamente el loft lo logré después de una tremenda discusión con mi madre y mi hermana porque pretendían que fuera a un coctel para presentarme “en Sociedad” a los dieciocho, ambas estaban a favor de esa pelotudez de oligarcas de cuarta que le buscaban novia al nene. Por este lío me planté exponiendo la alternativa o era la posibilidad de vivir cerca de la Facultad en un lugar propio o mandarme a mudar para recorrer Mundo como mochilero (nada que ver, ir a deambular y cagarme de hambre por lugares desconocidos no era lo mío, pero se lo creyeron y obtuve lo que quería). Meterse conmigo o con mis cosas era algo que yo no le permitía ni le perdonaba a nadie. Si el lomo que tenía, igual que el de mi hermana (salvando la altura, las formas y los rasgos distintivos de la mujer) había sido heredado genéticamente del lado de mi madre, el carácter firme y poco indulgente, lo heredé de mi padre que me apoyó siempre en mis “rayes” y con él tampoco jodían ninguna de las dos mujeres de la casa, se “rebelaban” y pretendían hacer lo que querían, hasta que... muchas veces con la mirada de mi padre bastaba. ¿Mi padre?, mi padre era un “animal de trabajo”. Había comenzado con unos pocos Pesos comprando autos usados, compraba baratos o en remates judiciales y revendía a buenos precios, hasta que desde un terreno alquilado en la esquina del barrio en que vivíamos, pasó a tener su local propio dónde exhibía sus autos. Desde allí no paró de crecer y en ese interín conoció a mi madre que comenzó a trabajar para él de secretaria administrativa a los dieciocho años. Para cuando yo nací, un poco antes de que ella cumpliera veinte años, ya los locales eran dos, al tiempo fueron tres y merced a un amigo de la infancia devenido en Político consiguió la representación de una marca japonesa renombrada, empresa que le instaló un hermoso y gran local en pleno centro de la ciudad capital. Eran tiempos de “plata dulce” junto a créditos acomodables y del chalecito del barrio nos fuimos a vivir a un caserón de dos plantas, jardines, portones con rejas, árboles, pileta, casi media manzana de terreno ubicado en uno de los barrios más selectos de la capital. Ya había nacido mi hermana y mi madre hacía rato que no trabajaba en la Concesionaria. El “viejo” aportaba poco por casa, vivía de y para su trabajo y no era muy afecto a los mimos de esos que se les suelen dar a los hijos y a la esposa. Cuatro locales de ventas de autos, dos locales de venta de repuestos, empleados y una suma de problemas diarios para resolver no le dejaban tiempo para ser un padre “normal”, eso sí, cuando estaba en casa, ni se escuchaban volar las moscas. Él tenía sus “libertades” y creo que, de alguna manera, se desentendió de mi madre, la dejaba hacer, pero guay con que lo jodieran y ella lo sabía, cualquier desliz le haría perder todas las prerrogativas y sé de más de un “picaflor” al que le sacó las ganas de tratar de libar algún néctar de mi madre. Algo similar pasaba conmigo y con mi hermana, nos daba determinados (muchos) gustos, nunca nos estuvo encima, pero íbamos a la escuela pública y olvidate de hacer ostentaciones o tratar a alguien con la “nariz parada”, éramos “pinturitas”, algo así como “ejemplos” para otros padres, aunque los chicos siempre encuentran el modo de “hacer la suya”. Mi hermana saliendo a escondidas con amigas y amigos, yo “practicando” desde jovencito con un par de amigas de mi madre que se “enamoraron” de mi bulto, según ellas de mi físico, mi cara y mis ojos y me enseñaban como era eso de encarar la vida con las mujeres. A mi hermana, lo supe al tiempo, no le fue muy bien con las enseñanzas que tenía, pero yo pasé los “exámenes” con nota y, creo que hasta un Master de cama logré, además aprendí de discreción y de hipocresías, por practicarlas con maridos y novios y por ver como la practicaban descaradamente mis “maestras”. Hubo un tiempo en que me había empecinado en “voltearme” a mi mamá y a mi hermana, andaban por la casa o bien en biquini en verano o bien con camisones cortos transparentes en cualquier época del año, se movían casi en pelotas ante mi vista, “revoleaban” tetas y culos espectaculares a mansalva sin tener en cuenta a mis hormonas. ¿Por qué no ellas?, pensaba yo basado en que las amigas de la edad de mi madre quedaban más que satisfechas con mis “horas de clases” ejerciendo de “alumno”. Estaba convencido que, aunque no teníamos ningún pariente vivo o cercano, las podría hacer pedir “por la madre” si accedían a un “tiroteo amistoso” conmigo, pero, a pesar de que cayeron muchas pajas por ellas y por sus actitudes y sus “lomos”, nunca me animé y, poco a poco, esas ganas se fueron opacando o fueron dejadas a un lado. No tenía amigos, mis actividades deportivas tenían que ver con la practica en soledad de Artes Marciales y cuando me tocaba en grupos, ni en pedo invitaba a algún compañero a mi casa para que se terminara pajeando con el cuerpo de mi madre o mi hermana. El día que me ocupa y en el que, de alguna manera, se precipitó todo, salí del gimnasio y me había ido al departamento más que apurado, quería ordenar todo, bañarme, perfumarme y esperar para recibir a una divorciada a la que había convencido de acercarse a mi casa para tomar algo, luego ir a cenar y después ver que podría pasar. Verso total porque si venía, sabía a lo que venía y trataría de pasarla y hacérselo pasar de lo mejor. La susodicha no era un monumento hecho mujer, su altura no llegaba al metro con setenta, no podría decir que era delgada, pero tampoco gorda, para ella el gimnasio tenía su razón de ser porque sin ejercicios para quemar grasas, éstas la invadirían más temprano que tarde y lo sabía. Aunque parezca cínico yo lo tenía claro, era de aquellas mujeres a las que hay que “embocar” antes de que las adiposidades reinen. Sus tetas eran naturales y quizás un poco grandes para el torso, pero tenía unos muslos y un culo como para parar el tránsito, su cabello era renegrido, tenía ojos oscuros y “decidores”, además muy buena boca en un rostro oval que dejaba entrever una mezcla de “ganas de” y de timidez que te agitaba las neuronas. Apenas otra mancha más en el tigre, pero a mí me encantaban ese tipo de manchas. La había ayudado un par de veces con el uso de las máquinas y/o crucé algunas charlas con ella, pero nunca demostré “babosidades” en el trato y, por más que “el pique” me llevara un poco más de tiempo, a ellas les encantaba esto, no a todas, pero si a la mayoría y esperé a “viniera al pie”. Así me enteré que era divorciada desde hacía unos seis meses, sin hijos a quien responder, ya había pasado su “luto” y tenía ganas de volver a experimentar esa adrenalina tan particular. Yo no la “encaraba” y las ganas se le notaban, había que esperar a que deslizara algo así como, “algún día podríamos ir a tomar algo” y esa tarde se había dado, “estaría genial, pero debo hacer un par de cosas antes, ¿por qué no pasás por casa, tomamos algo allí y luego nos vamos a cenar para terminarla mejor?”, -le contesté cruzando los dedos-. Ya estaba lanzada y haciendo acopio de seguridad me dijo que estaba bien, le dejé la dirección y ya en casa me tocaba esperar. Fue puntual y cuando ingresó al loft lo observó con cierto grado de admiración y luego de saludarme fue a asomarse al balcón, yo aproveché para observar sus piernas bien formadas que las sandalias de taco medio alto destacaban y el culo duro y parado que no se podía disimular con la pollera tableada. Si yo hubiera sido un lobo o un vampiro seguramente estaría exhibiendo un buen par de colmillos, no lo era, pero sentía que los colmillos estaban. Al entrar se había sacado la camperita de verano y la remera blanca me hizo saber de sus tetas erguidas y pezones sobresalidos que no podía ocultar, aunque, a decir verdad, cuando regresó del balcón los ojos parecían faros y las tetas debajo de la remera llamaban a que las palmas de mis manos se apropiaran de ellas. — ¿Qué tenés para darme de tomar?, -preguntó, aunque de sed, nada de nada-. — Lo que quieras, pero tengo más ganas de comerte la boca que de beber algo, -le dije abrazándola y acercando mi cara a la suya-.

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