JENNA
Fiel a su palabra, Dante me dio dos días para acostumbrarme a la idea del matrimonio. Si "acostumbrarme" significaba encerrarme en un dormitorio y abandonarme a mis propios pensamientos.
De acuerdo, la habitación era grandiosa. Una gran mejora respecto a la celda en la que me encerraron la primera vez que me trajeron aquí. Cuando entré en el baño para, por fin, quitarme la sangre de encima, casi me caigo. El cuarto de baño era más grande que el apartamento en el que vivía, con una gran ducha que ocupaba toda la pared del fondo y una bañera independiente en la que ansiaba meterme.
Me conformé con la ducha, aunque difícilmente era un compromiso, con sus productos ligeramente perfumados a coco. En el baño, encontré un botiquín más pequeño e hice lo que pude para limpiarme y vendarme las muñecas. ¿Por qué no dejé que Dante hiciera esto? me lamenté mientras me ponía las vendas al azar.
Encontré ropa en la cómoda que me quedaba un poco grande, pero estaba limpia y era suave, y cuando me tumbé en la cama, el colchón me abrazó el cuerpo. Sin duda, lo más agradable en lo que me había tumbado nunca. ¿Qué clase de prisionera era? Tenía acceso a una cuenta de y horas para darme un atracón de lo que quisiera, por el amor de Dios. Sería como irme de vacaciones, pero con la puerta del hotel cerrada por fuera.
Aun así, estar tumbada con ropa que no era mía me hizo preocuparme por mi apartamento. Lo habían registrado, pero ¿alguien se había molestado en hacerme las maletas? ¿Pagar a mi casero para que no tirara mis cosas al contenedor? Lo dudaba. Tenía que salir de aquí.
Empecé a planear mi huida y, al cabo de dos días, ya tenía algo planeado. Dante me mantenía alimentada y mis guardias me traían comida según cambiaban los turnos. Cada vez que oía pies en el pasillo, sabía que me esperaba un nuevo guardia y una bandeja de comida.
Sólo había un guardia apostado en mi puerta, por lo que podía ver, y aunque no fuera capaz de dominar a nadie, seguro que podría huir si conseguía atravesar la puerta. Seis meses transportando paquetes de un lado a otro de Paris me habían fortalecido las piernas. Podía correr lejos y rápido.
Sentada en el borde de mi cama, esperando la siguiente rotación de comidas, me dije que era un buen plan... pero cuanto más se alargaba el tiempo, más tiempo tenía la duda para retorcerse en mi estómago. Vas a conseguir que te maten, pensé, y era más que probable que fuera cierto. Pero no podía quedarme aquí sentada y que toda mi vida la decidiera gente que no conocía.
La cerradura hizo clic y la puerta se abrió. En lugar de uno de los guardias que llevaban mi bandeja, era una mujer. Cerró la puerta de una patada y dejó la bandeja sobre la cómoda, junto a la comida a medio comer que me habían traído antes. Frunció el ceño al verla.
—Querrás comer —dijo—. Lo vas a necesitar para mañana.
Toda la saliva se secó en mi boca.
—¿Mañana?
La mujer me miró y me di cuenta de que llevaba una bolsa de ropa colgada del brazo.
—Apá le dio a Dante hasta el fin de semana para presentarte a ti y a tu licencia de matrimonio. Ya casi se acaba el tiempo.
Se me revolvió el estómago.
—¿Qué pasa si no nos casamos?
Los ojos avellana de la mujer se posaron en mí. Era despampanante: ojos cálidos y una larga melena negra que dejaba suelta. Tenía el tipo de cuerpo que las mujeres envidian y los hombres desean, y parecía sentirse totalmente cómoda consigo misma. Como si supiera exactamente qué aspecto tenía y cómo reaccionaría la gente.
—Molestar a Apá sería una tremenda estupidez, y Dante ya está sobre hielo delgado después de toda la debacle en Eliseo. —Señaló la bandeja—. Come y luego podemos probarte el vestido.
—¿Mi vestido?
La mujer asintió y volvió a hacerme señas.
—Come, come —dijo—. Dante me matará si dejo que su futura esposa se muera de hambre.
Parpadeé.
—¿Quién eres tú?
Sonrió.
—Soy Danna —se presentó—. La pequeña de la familia. —Me tendió la mano y, casi entumecida, la estreché.
—No sabía que Dante y Dereck tenían una hermana menor.
Su expresión se agrió.
—Típico —dijo, más para sí misma que para mí. Danna volvió a mirar la bandeja y yo capté la indirecta. La tomé y me acomodé en el borde de la cama. No estaba segura de lo que era, pero era un plato caliente de gambas y arroz, y olía divinamente. También era una ración para un defensa.
—¿Quieres compartir? —pregunté—. Nunca voy a ser capaz de comer todo esto.
Danna hizo un ruido en el fondo de su garganta.
—Vas a tener que aprender a comer.
Empecé a comer. Por mucho que no quisiera admitirlo, cada plato que me habían traído era mejor que el anterior. Las gambas estaban cocidas a la perfección, no gomosas, y el arroz estaba condimentado con algo que se asentó cálidamente en mi estómago.
—Como una cantidad normal de comida.
Ella hizo ese chasquido de nuevo.
—Eres todo piel y huesos —dijo—. Sara va a tener un día de campo tratando de acorralarte.
—¿Sara?
—Nuestra ama de llaves. Ha estado con nosotros desde que era pequeña. Apá la contrató después de que mi madre... —Danna se detuvo y torció ligeramente la boca. Pero entonces, en un abrir y cerrar de ojos, su expresión volvió a la indiferencia amistosa de antes. ¿Todos los Leroy podían hacer eso? Se echó el pelo oscuro por encima del hombro y yo empecé a sentirme un poco insegura con mi camiseta demasiado grande.
Le di un mordisco al arroz que olía tan bien y suspiré; estaba realmente delicioso. Calidad de restaurante de cinco estrellas. Me metí más en la boca e intenté no sentirme cohibida por la rapidez con la que comía. Después de todo, no tenía que impresionarla a ella ni a nadie. No pensaba quedarme.
—Danna, sabes que Dante y yo no... no nos vamos a casar porque queramos, ¿verdad?
Danna parpadeó y soltó una carcajada un poco malvada. Se tapó la boca con la mano para ahogar el sonido, pero su cuerpo temblaba de risa. Finalmente, volvió a mirarme con los ojos húmedos por las lágrimas de la risa.
—Lo sé —dijo—. Todo el complejo lo sabe. Todos creen que Dante te secuestró y te trajo aquí para que fueras su novia. No paran de llamarle “Estocolmo” a sus espaldas.
Empezó a reír de nuevo, pero no era gracioso.
—Pero tienes que saber que no es verdad.
La diversión desapareció de su rostro.
—Sé lo que pasó —dijo, y luego extendió la mano y me tocó el brazo. Su piel era suave contra la mía y me di cuenta de cuánto tiempo hacía que nadie me tocaba con cariño. Desde antes de la muerte de mamá, seguro. Ese pensamiento se me agolpó en el pecho e hice todo lo posible por respirar—. Estoy segura de que soy la única en esta familia que realmente dirá esto. Gracias por salvar a mi hermano, Jenna—dijo.
—De nada —respondí con seriedad—. Fue sólo instinto.
Danna sonrió.
—Eres una buena samaritana. Seguro que eras vigilante de pasillo en la escuela primaria.
Sentí el calor en las mejillas y ella volvió a soltar una risita. A mi pesar, sonreí por primera vez en días. Las mejillas me temblaban por el movimiento, como si ya no supieran cómo mantener la expresión.
—No soy vigilante de pasillo —dije e hinché el pecho—. Jefa de fila. Danna aplaudió.
—Eso está aún mejor. Ahora, termina para que podamos ajustarte el vestido. Tengo el tiempo justo para llevarlo antes de mañana.
El aire volvió a salir de mis pulmones.
—Danna, no puedo...
—Puedes —dijo ella —y lo harás. Si tenías algún plan de fuga en mente, déjalo ahora. Si llegas a salir por la puerta, cosa que dudo mucho, Dante nunca te dejará marchar. No después de que Apá le diera un escarmiento cuando intentó echarse atrás en el matrimonio.
—¿Cómo está su mejilla? —pregunté.
Danna me lanzó una mirada socarrona.
—¿Por qué? ¿Estás preocupada por él?
—En absoluto —dije—. Sólo quiero saber si tengo lo que se necesita para ir a la escuela de medicina.
—Aunque lo tuvieras, no puedes —dijo Danna—. Eso ya no es una opción. Algún día vas a ser nuestra matriarca. Créeme, es un trabajo a tiempo completo en sí mismo. —Había algo en su expresión que me decía que había estado supliendo ese papel, y lo odiaba.
—Así que se supone que debo hacer de esposa y tener los bebés de Dante —musité amargamente—. Que modernos. —La bofetada fue rápida y aguda. El sonido de la carne de su mano golpeando mi mejilla resonó en la silenciosa habitación. Un fuego me lamió la cara.
Danna me cogió de la mano y volvió a dirigir mi mirada hacia ella.
—El sarcasmo no va a funcionar aquí —dijo con urgencia, como si estuviera intentando salvarme la vida. Me di cuenta, con un pequeño sobresalto, de que así era—. Conmigo está bien, pero no con Dante y mucho menos con mi padre, ¿de acuerdo?
Agarré su mano con la mía.
—Ayúdame —supliqué—. Encuentra la forma de que me vaya y ninguno volverá a verme, lo prometo. Se me da bien huir y volver a empezar, créeme.
Sacudió la cabeza y, al igual que sus hermanos, su expresión se tornó fría.
—En esta familia sólo sobreviven los duros —dijo.
Le solté la mano.
—Nunca pedí estar en esta estúpida familia —dije, frustrada—. Nunca pedí nada de esto.
—Sea como sea —dijo rígida— esta “estúpida” familia es lo único que te separa de acabar...
—Como otro cadáver sin nombre que encuentran hecho pedazos en los pantanos —terminé por ella—. Ya lo he oído antes.
Danna asintió.
—Exacto.
La imagen me revolvió el estómago desagradablemente. Aparté la cena de un empujón; no había forma de terminarla ahora. Mis opciones estaban claras: unirme a las víboras en el nido de serpientes o ser despedazada por ellas. Ambas opciones eran poco atractivas, pero sólo una me daba la oportunidad de sobrevivir.
Me di cuenta de que Danna me estaba estudiando y levanté la vista para mirarla a los ojos.
—Adaptarse para sobrevivir, ¿no? —le pregunté, y ella asintió. Me puse en pie—. Echemos un vistazo a este vestido entonces.
—Buena elección —me dijo suavemente, con más delicadeza que antes. Quería gritar que no era una elección en absoluto, pero mi madre nunca me perdonaría que me rindiera.
Danna abrió la cremallera del portatrajes y descubrió un vestido de cóctel blanco con encaje y cintura ajustada.
-Sé que tendré que llevármelo —dijo mientras me lo entregaba— pero quiero comprobar el largo.
Sujeté el vestido; por si la etiqueta no me había dado una pista, el tejido se sentía caro en las manos. El encaje barato era áspero contra la piel, pero este parecía alas de mariposa. Era demasiado bonito para una boda que ni la novia ni el novio querían en primer lugar, y costaba más de seis meses de mi alquiler... y Danna iba a arreglarlo ella sola. ¿Cómo de rico hay que ser para que no te importe destruir algo así? La miré.
—¿Esto es tuyo?
Ella asintió.
—Hace años que no me lo pongo.
—No podría... —Pero cuando intenté devolvérselo, me lo apretó en las manos.
—En serio, mi hermano me preguntó si tenía algo “apropiado” para ti. A él no le importaría que llevaras un saco, pero a mí sí.
Agarré el vestido con las manos. El material se apelmazaba y necesitaría vapor.
—¿Por qué? —le pregunté.
Danna meditó sus palabras.
—Mi padre y mis hermanos ven el mundo de una determinada manera —dijo con cuidado—. Yo también solía verlo así, pero... hay cosas que quiero para mí y que voy a conseguir. Me imagino que incluso si estás siendo forzada a asumir este papel, casarte con mi hermano, entonces deberías poder hacerlo en tus términos.
No me dio más explicaciones, ni siquiera cuando insistí. Me dijo que me cambiara y me miró mientras me quitaba la ropa prestada. Luego me ayudó a ponerme el vestido. La cintura era un poco grande, pero no tanto. Si me lo hubiera probado en una tienda, habría dicho que me quedaba bien y lo habría comprado tal cual.
—Creo que está bien —dije mientras me miraba en el espejo colgado en la pared.
Danna no estaba tan impresionada.
—El largo está bien —decidió— pero voy a meter la cintura. —Me agarró la tela más suelta de la cintura y tiró de ella para tensarla—. Precioso —dijo, y sentí cómo ponía un alfiler a ambos lados para poder arreglarlo—. Vendré mañana y te ayudaré con el peinado y el maquillaje. —Me miró las muñecas—. ¿Quizá alguna joya para poner encima?
Estuve de acuerdo.
—Gracias, Danna. —Era la interacción más normal que había tenido en tres días, así que se lo agradecí. Me volví a poner la ropa y le di el vestido para que se fuera—. Prometo portarme bien mañana.
El rostro de Danna se endureció mientras volvía a colgar el vestido en la percha y lo guardaba en el portatrajes.
—Me has malinterpretado —dijo al cabo de un momento—. No quiero que te comportes.
—¿Entonces qué quieres? —Todavía me escocía en la cara su lección sobre el sarcasmo. ¿Qué sentido tenía todo esto?
—Ahora estás tan atrapada en tu papel como yo en el mío —dijo— . No hay nada que ninguno de las dos podamos hacer al respecto, pero eso tampoco significa que te des la vuelta y lo aceptes. —Me puso la mano en el hombro y apretó—. Haz que mi hermano trabaje para ti, ¿de acuerdo? Muéstrale tu columna vertebral.
¿Mi columna vertebral? Miré a Danna a los ojos y eché los hombros hacia atrás, poniéndome a mi altura. Le hice un breve gesto con la cabeza para decirle que haría todo lo que estuviera en mi mano. No tenía elección.