CAPITULO 6

2564 Words
POV DANTE —¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —preguntó Dereck por enésima vez mientras me ajustaba la corbata. Si me lo volvía a preguntar, le iba a atravesar la cara con el puño. Me aparté y me miré en el espejo de la entrada. Lara me había obligado a ponerme mi mejor traje esta mañana y había elegido una corbata gris paloma más clara porque “las bodas son demasiado alegres para una corbata negra, mijo”, y a todos los efectos, yo era la viva imagen de un novio el día de su boda. Excepto por el ceño fruncido que me cruzaba la cara. Intenté sonreír, forzando las comisuras de los labios hacia arriba, pero eso me hizo parecer aún más demente. Dejé que mi rostro vuelva a su expresión original. —¿Qué quieres que haga, Dereck? —pregunté, mirando a mi hermano a través del espejo—. ¿Desafiar a Padre? —Chupé los dientes, haciendo un chasquido—. ¿Tanto quieres ser el heredero? Dereck me sonrió, todo dientes afilados y sonrisa de idiota. —Preferiría presentar mi pene a un rallador de queso. —Me puso la mano en el hombro y apretó; su expresión se aplanó en algo más serio. Entendí su mensaje sin palabras: Te apoyaré, hermano. Me encogí de hombros. —Todo irá bien. Dereck asintió una vez y volvió a apretarme el hombro. —¿Quizá podrías dejar de mirar así? Asustarás a tu guapa prometida cuando baje. Mis manos se cerraron en puños. La necesidad de golpear a mi hermano en la mandíbula volvió con toda su fuerza. —No me importa cómo se sienta. Dereck soltó una risita. —Qué encanto. —Vete a la v***a —le siseé, lo que sólo le hizo reír. Le hundí el puño en el estómago, con fuerza. Los ojos de Dereck se abrieron de par en par durante una fracción de segundo antes de doblarse sobre sí mismo, gimiendo. Sacudí la mano e intenté ignorar el dolor en los nudillos. Dereck se enderezó y su buen humor desapareció de su rostro. Bien, pensé salvajemente. No era un día para sonreír, joder. —Podría romperte la nariz —dijo Dereck— pero Danna me mataría si te ensangrentara el día de tu boda. —Podrías intentarlo —le espeté. —¡Chicos! —Nos giramos, y Danna estaba de pie al pie de la escalera principal, mirando. Aunque era guapa, Danna era más dura que la mayoría de los hombres que conocía; había entrenado con nosotros en el campo de tiro desde que tenía ocho años. Había visto esa misma mirada en su cara hacer que hombres poderosos se acobardaran—. Nada de peleas hoy. Los dos asentimos. —Lo siento —dije. Danna puso los ojos en blanco, estaba claro que no me creía, y levantó la vista. Una sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios. Seguí su mirada y se me apretó el pecho. Jenna bajaba las escaleras con un vestido blanco de encaje que probablemente era de Danna, pero que se ajustaba a su cuerpo como si se lo hubiera hecho a medida; los diamantes le caían por el cuello y las muñecas. Se había rizado el pelo y le enmarcaba la cara, y Danna la había maquillado. Parece un Angel, pensé distraídamente. Era imposible ignorar la belleza de aquella mujer. Pero cuando mis ojos se posaron en la sonrisa de su cara, se desató una horrible rabia en lo más profundo de mis entrañas. —¿Por qué demonios sonríes hoy? —pregunté, poniendo voz a esa rabia. Jenna se quedó inmóvil en la escalera y la amplia sonrisa se le borró un poco antes de desaparecer por completo. Sus ojos se desviaron hacia Danna por un momento antes de volver a centrarse en mí. La vi respirar hondo. Luego, echó los hombros hacia atrás para ponerse más recta que antes. Bajó las últimas escaleras y se detuvo frente a mí. —Te pido disculpas por intentar sacar lo mejor de una situación de mierda —dijo rotundamente—. No volveré a hacerlo en el futuro. Maldita sea, pensé salvajemente. Jenna había intentado ser alegre. Debería agradecer el intento; era más de lo que yo había hecho por ella. En lugar de eso, mi estómago estaba encontrando nuevas formas de volverse del revés. Estudié su rostro: después de todo, iba a ser mi esposa. De algún modo, era aún más hermosa de cerca. Especialmente sus ojos, azul hielo con manchas de azul más oscuro alrededor del iris. —Deberíamos irnos —dijo Dereck, y su voz sonó demasiado divertida—. Nuestra cita en el juzgado es dentro de media hora. La expresión altiva de Jenna, la que había conjurado tras la caída de su sonrisa, se desvaneció en los bordes. No estaba tan segura de sí misma como pretendía. Por esa suave mirada de Bambi en su rostro, luché contra mi propio enfado por la situación. Le ofrecí mi codo. —¿Vamos? No confiaba en mí, la sombra de sus ojos me lo decía, pero deslizó su mano en mi brazo tras una fracción de segundo de vacilación. —Es mejor que morir, ¿verdad? —dijo, más para sí misma que para mí, pero pude ver a Dereck sonriéndome. Le levanté el dedo corazón por encima de su cabeza. La acompañé fuera de la casa, apretándola con más fuerza mientras cruzábamos el umbral. A Jenna podría ocurrírsele la idea de huir. Yo mismo lo habría intentado si hubiera estado en su lugar. Pero en lugar de tensarse o intentar apartarse, se inclinó hacia mí, buscando un consuelo que yo no podía, no quería porque no podía detener el mezquino sentimiento de mis entrañas, darle. Un gran Range Rover n***o estaba aparcado, listo para partir. Dereck y Danna ocuparon los asientos delanteros y yo abrí la puerta trasera para mi futura esposa. Jenna se detuvo, mirando el oscuro interior, y yo me incliné. —¿Vas a subir tú sola o voy a tener que meterte yo? Jenna me fulminó con la mirada, con los hombros tensos, pero subió con decisión a la parte trasera del Rover y se apartó de mí todo lo que pudo. Sin embargo, cuando me acomodé a su lado, me di cuenta de que no se estaba acobardando. En lugar de eso, se sentó en su asiento con los ojos hacia delante, como si estuviera decidida a no mirarme. Como si quisiera que me mirara de todos modos, -pensé. Mis manos se cerraron en puños. No era un maldito niño, y me negaba a sentir algo tan mezquino como la agresión pasiva. —Estás... —Jenna giró la cabeza al oír mi voz. Tenía los ojos desorbitados, como si no se hubiera imaginado que le iba a hablar—. Estás guapa —le dije, casi apretando los dientes contra las palabras. Jenna soltó un bufido. —No tienes que hacer eso —dijo. —¿Hacer qué? —No tienes que ser amable conmigo —aclaró—. Sinceramente, que seas amable es desagradable. Sus palabras me erizaron el vello de la nuca. Tal vez Jenna no las había dicho como un desafío, pero yo no podía verlas como otra cosa. —¿No te gusto cuando soy agradable? —pregunté, y estiré la mano para rozarle la nuca con el pulgar. Un temblor la recorrió, pero cuando intentó zafarse de mi agarre, la sujeté por la nuca, manteniéndola en su sitio—. ¿Prefieres que sea cruel? Jenna volvió a estremecerse. —Preferiría que no me tocaras —espetó y se zafó de mi agarre. Pensé en acercarme de nuevo, tirar de ella contra mí y estropear todo el trabajo que mi hermana había hecho para peinar y maquillar a Jenna. A ver si le gusta casarse con cara de que se la han jodido en el asiento de atrás, pensé, pero mi hermana se movió en su asiento antes de que yo pudiera moverme. —Basta, pendejo —siseó—. Esto ya es bastante malo sin que actúes como un niño. Tenía razón, y lo odiaba. Volví a sentarme en mi asiento, tamborileando los dedos contra el muslo mientras Dereck sorteaba el tráfico. En menos de veinte minutos llegamos al aparcamiento público adyacente al juzgado y aparcó el coche en un lugar sombreado. A mi lado, Jenna respiró hondo, pero se detuvo antes de agarrar el pomo de la puerta y mirarme. —¿Tenemos anillos? —Yo tengo un anillo para ti —le dije. Lo llevaba en el bolsillo; era de mi madre. Padre me lo dio, y si no le conociera tan bien, diría que me estaba regalando algo precioso para él. En cambio, era sólo un recordatorio: hazlo rápido. —¿Y tú? Enarqué una ceja en forma de pregunta. —¿Por qué debería llevar un anillo? —Si tú no llevas ninguno, ¿por qué debería llevarlo yo? —me replicó. Dereck se rio desde el asiento delantero. —Esto va bien. —Cállate, Dereck —siseó Danna. Comprobó su reloj y nos miró por encima del hombro—. Tenemos que irnos si o si, o perderemos nuestra cita. Abrí la puerta de golpe y salí al sol de Paris. Dereck le había abierto la puerta a Jenna por el otro lado, y cuando salió del coche, el blanco de su vestido le daba un brillo literalmente difícil de mirar. Danna soltó un pequeño silbido. —Hago un buen trabajo, ¿verdad? —preguntó. Miré a mi hermanita, que sonreía ampliamente, e incliné la cabeza una vez. —Has hecho un buen trabajo —reconocí. Dereck y yo flanqueamos a Jenna mientras cruzamos la calle hacia el juzgado. Había un detector de metales dentro de la puerta, pero Dereck deslizó su mano en la del guardia de seguridad y nos condujeron alrededor de la cuerda de terciopelo sin pasar por ella. —¿Cómo...? —empezó a preguntar Jenna, pero se cortó y sacudió la cabeza—. No importa, no quiero saberlo. —Te acostumbras —dijo Danna mientras se acercaban al mostrador de recepción. Jenna resopló. —Lo dudo. Después de registrarnos, nos hicieron pasar a la sala vacía donde nos esperaba el juez de paz. —¿La parte Leroy? —preguntó, comprobando los formularios que tenía en la mano. —Sí, señor —dije—. Soy Dante, y ésta es mi prometida, Jenna Durand. —Prometida. Como si hubiéramos tenido un compromiso espectacular o algo así. El juez de paz se presentó como Darrel Waters y nos hizo señas para que firmáramos la licencia matrimonial con nuestros testigos. Después de firmarlo todo, nos colocó de forma que Jenna y yo nos miráramos el uno al otro, cogidos de la mano. —¿Podríamos saltarnos lo de “muy queridos”? —le pregunté, con los ojos fijos en Jenna. Se le estaba yendo el color de la cara; toda aquella bravuconada le estaba fallando. Darrel se rio entre dientes. —Hagamos sólo lo importante, ¿de acuerdo? —preguntó con buen humor—. ¿Tienes los anillos? Saqué el anillo de mi madre del bolsillo. Era un delicado círculo de oro, sencillo pero elegante. Dereck y Danna probablemente eran demasiado jóvenes para acordarse de cuando lo llevaba en el dedo, pero yo no. Sin duda, a Jenna le quedaría tan bonito como a ella. Tal vez su peso no la mataría como a mi madre. —¿No hay anillo para ti? —preguntó Darrel. Negué con la cabeza. —Todavía no. —Le sonreí, convirtiéndolo en algo encantador. Jenna se burló suavemente, y apreté sus manos hasta que sentí el roce de los huesos. Pude ver cómo luchaba por mantener el rostro neutro, y me relajé, sin dejar de sonreír. —Eso es cada vez más frecuente —dijo Darrel con un suspiro—. Los jóvenes ya no aprecian la tradición. —Dio una palmada—. En fin, que empiece el espectáculo. —Me hizo un gesto—. ¿Tú, Dante Leroy, tomas a esta mujer, Jenna Durand, como tu legítima esposa, para amarla, honrarla y cuidarla, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, mientras ambos vivan? Apreté la mandíbula con tanta fuerza que me dolía. —Lo haré —dije. —Coloca el anillo en el dedo de Jenna y repite después de mí: “Con este anillo, te desposo”. Deslicé la delicada banda alrededor de su dedo anular izquierdo. —Con este anillo, te desposo. Los ojos de Jenna se humedecieron. Vi cómo su garganta se esforzaba por tragarse sus emociones. —Ahora —dijo Darrel, volviendo su sonrisa hacia ella—. ¿Aceptas, Jenna Durand, a este hombre, Dante Leroy, como tu legítimo esposo, para amarlo, honrarlo y cuidarlo, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, mientras ambos vivan? Resopló, claramente triste a pesar de que hacía todo lo posible por ocultarlo. —Lo haré. —Las palabras sonaron, altas y claras, y sellaron nuestro destino. Prácticamente podía oír el ruido metálico de la puerta de una prisión. —Por el poder que me confiere el estado, los declaro marido y mujer. Puede besar a su encantadora novia, señor. Nuestras miradas se encontraron, y por una fracción de segundo, me di cuenta de que ella no pensaba que yo realmente la besaría. No me estaba retando a que lo hiciera; sólo tenía una expresión de alivio en la cara, segura de que no lo haría. Le sonreí y supe que no era la sonrisa encantadora que le había dedicado al juez de paz; era afilada y malvada, y la interrupción de su respiración no debería haberme hecho sonreír más, pero lo hizo. Es sólo un beso, pensé. No es nada. Pero cuando me incliné y acerqué mi boca a la suya, no esperaba que me estallara una bomba en las tripas. Era suave, y sus labios sabían a una especie de bálsamo labial azucarado, y no pude evitar acercarme a su barbilla e inclinarla lo justo para poder lamer su boca. Jenna jadeó. Sus dedos se clavaron en mis antebrazos, aunque no estaba seguro de si se estaba anclando a mí. No podía concentrarme en nada más que en el dulce sabor de su boca, que era el mismo que el de sus labios. Mi cabeza se agitaba al saber que sabía tan bien. Podría haberme quedado allí besándola durante horas, incluso días, de no ser por el suave carraspeo. Me aparté de un tirón y miré a mi hermano, que parecía demasiado divertido. —¿Tienes algo que decir, pendejo? —Sólo un recordatorio de que Padre quiere conocer a tu nueva novia. Joder. Me volví hacia Jenna, que me miraba aturdida. Era mi mujer. Mía, susurró mi mente oscuramente. Algo oscuro se desplegó en mi pecho y ocupó espacio en mis pulmones. Nunca nada había sido únicamente mío, y ahora tenía una esposa que era toda mía. Extendí la mano y le toqué la mejilla; la claridad brilló en su rostro, pero noté que no se separaba de mí. —Vámonos a casa.
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