Carla seguía sentada junto a la cama de su hijo, las manos temblándole mientras acariciaba su frente pálida. El monitor seguía pitando, un ritmo constante que contrastaba con el caos que Damián había dejado tras de sí. No se había ido lejos, ella lo sabía. Lo había visto salir al pasillo con pasos furiosos, pero no había abandonado el hospital. Estaba esperando, acechándola como un lobo hambriento. —Carla, no tienes que salir a hablar con ese hombre ahora —dijo—. No después de lo que acaba de pasar. Creo que lo mejor es dejar que se calme. Ella levantó la vista, encontrándose con esos ojos que siempre parecían entenderla más de lo que ella quería admitir. Negó con la cabeza, respirando hondo para contener las lágrimas que aún le quemaban los párpados. —Es mejor acabar con esto antes d

