Carla entró sin llamar, el sonido de la puerta cerrándose tras ella apenas audible sobre el zumbido del aire acondicionado. Estaba al borde del colapso, las lágrimas corriendo por su rostro mientras se detenía frente al escritorio. Rodrigo estaba de pie, revisando un expediente, pero al verla dejó caer los papeles y se acercó de inmediato.
—Carla, ¿qué pasa? —preguntó, su voz firme pero cargada de preocupación mientras rodeaba el escritorio.
Ella se llevó las manos a la cara, incapaz de contener los sollozos que le sacudían el pecho.
—Se llevan a Santiago —dijo, las palabras saliendo entre jadeos—. Damián lo va a trasladar a Madrid mañana. No puedo detenerlo.
Rodrigo frunció el ceño, acercándose un paso más.
—Ya lo sabía. Damián vino esta mañana, habló con el director y organizó tod
