La revelación de mi supuesto padre me había golpeado como una ola traicionera, llevándose los pocos cimientos que creía tener. Mi 'madre' no era mi madre. Yo no era una huérfana abandonada, sino una bebé robada. La historia, tan intrincada y dolorosa, resonaba con una verdad extraña, una que se sentía más auténtica que todas las mentiras con las que había crecido.
Luego de unos minutos, salí del shock en el que había quedado tras la revelación. Miré al hombre que decía ser mi padre, quien, como si entendiera la batalla que se libraba en mi interior, hizo una señal. Los guardias que me custodiaban se alejaron, dejando un espacio vacío que, aunque no me daba libertad, al menos me permitía respirar. Me relajé un poco en el asiento, solté un pequeño suspiro antes de hablar.
—¿Y qué me garantiza a mí que todo lo que me estás diciendo es cierto? —pregunté, cruzándome de brazos y viéndolo fijamente. La incredulidad se mezclaba con una punzada de esperanza que no quería admitir—. Comenzando por el hecho de que eres mi padre, continuando con mi secuestro, y culminando con mi supuesta búsqueda y mi encuentro.
Él me miró sin titubear, con una calma que me desquiciaba.
—Puedo demostrar que soy tu padre si permites que hagamos una prueba de ADN con nuestras muestras. En el yate tenemos un laboratorio completo para este tipo de cosas. Nos tomaría solo unas horas.
—Bien, y el resto… —mi voz se volvió más aguda, levantando una de mis cejas en un gesto de desafío. No estaba dispuesta a aceptar nada ciegamente.
—De tu secuestro, no tengo más pruebas que el testimonio de las doctoras que te atendieron el día que naciste y la partida de defunción que te falsificaron en ese entonces. Además del informe completo del detective que contratamos para que te encontrara. Allí va tu búsqueda y tu encuentro de igual forma. Todo ese expediente está a tu disposición en cuanto lleguemos a casa. Es un relato muy detallado y, te aseguro, muy doloroso de leer.
—Está bien, perfecto —dije, tratando de mantener mi voz firme—. Espero esas pruebas rápido, sobre todo el ADN.
—En una semana, máximo, las tendrás todas en tus manos. Nos tomará ese tiempo preparar todo el papeleo legal para que no queden dudas.
El silencio volvió a instalarse. Miré a mi alrededor, notando de verdad el lujo que me rodeaba. No era una simple embarcación, era una fortaleza flotante.
—¿Por qué me trajiste a este yate? ¿Por qué no a algún otro lugar?
—Quería hablar contigo en un lugar seguro antes de llevarte a casa con tu madre y tu hermana mayor —respondió con la misma calma.
Pestañeé varias veces. No solo se suponía que tenía un padre; era una familia completa. Una familia que me pudo haber dado el amor que tanto anhelé toda mi vida, el afecto, la protección. Mí "padre" me miró fijamente y, como si entendiera la pregunta que tenía en mi mirada, habló antes de que yo pudiera formularla.
—Sí, hija, tienes una madre, una mujer que te ama con locura, y una hermana que ha pasado la mitad de su vida esperando este momento. Ambas te están esperando con ansias. Quieren recuperar el tiempo perdido.
Mi respiración se aceleró, lo miré fijamente, tratando de no llorar. El nudo en mi garganta se hizo más grande, un peso de años de soledad que amenazaba con estallar.
—¿Y… y por qué no vinieron contigo?… —susurré, mi voz apenas audible.
—Ya te lo dije, hija —respondió, su voz ahora era un poco más suave, casi conciliadora—. Quería hablar contigo a solas, sin presiones. No sabía cómo ibas a reaccionar. Mi prioridad es que las tres, pero sobre todo tú, estuvieran bien. Un encuentro con los tres al mismo tiempo, en un lugar desconocido, podría haber sido un choque aún mayor. Me preocupaba que te sintieras acorralada, que te asustaras aún más.
—Entiendo… —susurré, y en ese momento, un pensamiento crucial se abrió paso a través del caos en mi mente. La ironía era tan fuerte que casi solté una risa nerviosa—. Y… tú, ¿cómo te llamas?
Lo vi sonreír levemente. Era una sonrisa triste, pero sincera.
—Entre tanta cosa se me había olvidado presentarme. Yo soy Isidro, tu padre. Bienvenido de regreso a la familia Valera.
Valera. El nombre resonó en mi cabeza. Había tanta información que mi mente se negaba a procesarla toda de golpe.
—¿Cuándo las podré conocer? —susurré. Mi mente era un remolino de pensamientos. Estaba confundida, asustada, y a la vez, una pequeña y tímida chispa de esperanza comenzaba a encenderse en mi interior. Esto era tan confuso.
—De inmediato, si así lo deseas —dijo él, con una calma que me sorprendió.
—¿Cómo así?
—Si me dices que ya las quieres ver, doy la orden para que el yate nos lleve al puerto. Desde allí tomaremos dirección a nuestra mansión para que las conozcas.
—¿Tú eres el dueño de este yate?
—Sí, efectivamente, hija.
—¿Y dijiste mansión? ¿Qué, acaso eres rico? —La pregunta me salió sin pensar, el sarcasmo se deslizó fácilmente en mi tono. La vida que yo conocía era de lujos forzados, pero este nivel… era algo que ni siquiera podía imaginar.
—Se podría decir que sí —respondió, una sonrisa de suficiencia apareció en sus labios—. Más que rico. Ya luego conocerás la historia, todo a su paso.
Quedamos en silencio por un momento más, mi cabeza procesando toda la información que había recibido en las últimas veinticuatro horas. Empezando por los disparos que les di a sus hombres… Apreté la mandíbula al recordar la escena.
—Disculpa por haberle perforado las piernas a tus hombres, pero en mi defensa se lo merecían —dije, levantando las manos con una pequeña sonrisa amarga.
Escuché cómo soltaba una carcajada, un sonido grave y ronco que me sorprendió.
—Es que definitivamente tienes mi carácter. Yo hubiera reaccionado igual o peor que tú, Alaia. Mis hombres ya saben que soy así.
—Es de familia, ¿no? —susurré, la frase que él había dicho antes volviendo a mi mente.
—Efectivamente, es de familia. Hija, ¿puedo darte un abrazo? —Él me miró con una expresión que por primera vez me pareció vulnerable.
Solo lo miré, sin saber cómo reaccionar. Después de mi explosión emocional, mi cuerpo se sentía tenso, como una cuerda a punto de romperse. Pero la idea de un abrazo paternal… un anhelo tan profundo y doloroso, me ganó. Asentí levemente con la cabeza. "Que sea lo que Dios quiera", pensé.
Él se acercó lentamente y me abrazó con cautela. Yo seguía allí sentada, sintiendo cómo un completo desconocido me estaba abrazando. Alguien que decía ser mi padre, que decía que tengo una familia, y que además me secuestró… Un pensamiento se abrió paso a través de la confusión, un pensamiento que me hizo tensarme al instante.
—¡Daniel! —grité en mi mente. La adrenalina se disparó de nuevo. Lo alejé de un empujón antes de mirarlo de forma acusatoria.
—¿Qué pasó con Daniel?
—¿Quién es Daniel? —preguntó, fingiendo inocencia. El destello de burla en sus ojos me enfureció aún más.
—¡El chico que estaba conmigo cuando me mandaste a secuestrar, señor! —dije con sarcasmo, mi voz temblaba.
—Ah, el tipo que se creyó gallito y te quiso proteger.
—¡Isidro! —dije con voz amenazante. Él solo levantó una ceja, sin borrar la sonrisa de su rostro.
—Está bien, está bien. Tranquilízate. Debe de estar preocupado por ti, pero sigue vivo. El golpe fue para que no te siguiera. Si lo hacía, podía guiar a los tipos malos hacia ti.
Arrugué la frente, sin entender.
—¿A qué te refieres con eso?
Su sonrisa desapareció por completo, y su expresión se volvió seria, casi sombría.
—Nos están siguiendo, hija. Quieren ir por ti, y los hombres que te hicieron daño no son los únicos. Hay más detrás de ellos. No podía permitir que te hicieran daño otra vez.
Quedé paralizada. No sabía qué decir, no sabía qué pensar. ¿En dónde me había metido? ¿Qué tantas cosas hay ocultas que tienen que ver conmigo? La historia que él me estaba contando era tan increíble como aterradora, y el temor de un peligro constante, de una vida marcada por la persecución, se apoderó de mí. El abrazo, el gesto de calidez, ya no significaba nada. Yo era una pieza en un juego que ni siquiera entendía, y mi vida, por lo que parecía, nunca había sido realmente mía.